jueves, 1 de marzo de 2012

EL MALESTAR DEL FALSO BIENESTAR

Nos engañamos como idiotas. Mordemos el anzuelo del engaño pensando que se puede obtener una sociedad justa siendo injustos. Democrática, siendo rígidos e intransigentes o absolutamente irresponsables o inhumanos. Y una sociedad placentera y cómoda siendo egoístas, posesivos, obstinados, testarudos, fanáticos de cualquier idea. Una sociedad libre, mientras se vive con miedo a todo, a que te quiten lo que posees, ya sea el Estado con los impuestos, como la corrupción del Estado con el delito que malversa a capricho los impuestos, ya sea cualquier desgracia que intentamos paliar y evitar con aseguradoras y planes de previsión, que en realidad es imprevisible , porque nadie está a salvo de lo cierto, que es la enfermedad y la muerte, que hasta ahora son inevitables, por mucho que se pague para que sean de lujo. Total, para acabar en estado de fiambre, no hacen falta tantas precauciones. Y sin embargo vivir en ese desvelo inútil de querer tener todo atado y bien atado, nos quita lo más importante. La inocencia, la confianza en la vida, la fluidez y el acceso directo a la felicidad de la salud verdadera, que es interior mucho más que externa a nosotros. Nos arranca de cuajo la creatividad espontánea y salvadora. 

Las manifestaciones en la calle son estupendas siempre que sobrepasen la única idea de quejarse, insultar para desfogarse y pelearse con el mismo sistema que mantenemos sin hacer nada por cambiarlo de verdad. O sea, cambiando nosotros mismos, uno por uno, hasta hacer que el sistema viejo sea sustituido naturalmente por el nuevo, por el que necesitamos en los nuevos tiempos. Y para eso son imorecindibles  dos cosas fundamentales: a) que nuestra conciencia despierte y b)  que se eduque con valores esenciales, en ascenso, en mayor calidad y menor cantidad. 
Es imposible que el Estado nos proteja de nosotros mismos, que nos acune como una madre maravillosa y pródiga, mientras nos acostumbra a no crecer y a no despegar del nido si no es a gastos pagados. Los ciudadanos autoengañados por esa oferta se confían y crean una "clase" parental que haga de madre providente de lactantes infinitos y ya tenemos la política como oficio y, sobre todo, como beneficio. Pero, claro, ese estado de pereza mental, de vagancia íntima y bucólica, nos hace cada vez más deficientes, rutinarios y pobres de espíritu, mientras la "clase" artificial que hemos creado en el invernadero de la hacienda pública, igualmente rutinaria y mediocre, pero cada vez más ambiciosa y abusona, se va convirtiendo en la madrastra de Blancanieves. Y al final todo queda en un mundo de inmaduros repartidos en el clásico triágulo de Karpman: Verdugo-víctima- salvador. Víctima-salvador-verdugo. Salvador-víctima- verdugo. Salvador-verdugo-víctima y todas las combinaciones que podamos imaginar en esta indigna autofagia de la societas adversa ad societatem , de la sociedad contra sí misma. A eso hemos llegado por estar tan dormidos al calor del falso bienestar. Al Estado por delegación y olvido de las propias responsabilidades. 
El estado debe ser el gestor delegado de los asuntos comunes, elegido por todos los ciudadanos, pero no el guionista ni el director de nuestras vidas. No el que nos ponga a su servicio, cuando en realidad debería ser el estado el principal servidor de la ciudadanía. Pero una ciudadanía narcotizada y entretenida por sus egoísmos pequeños y grandes, no se ve en condiciones de ser la dueña del estado gestor, de escribir su guión de vida ni de dirigir su propia obra. Entonces exige a los "elegidos" que respondan a las necesidades urgentes, pero olvida que ese estado lo gestionan ciudadanos tan limitados y ruínes como ella misma, tan perdidos e ignorantes como ella, con el agravante de que la borrachera de inercias que acumula el poder les impide ya hasta la toma de tierra social imprescindible para servir en lo que un día se comprometieron. Entonces, otra vuelta de tuerca revolucionaria para despertar de la apatía a la desesperación. Y vuelta a empezar para volver a lo mismo.

Parece que esta vez se está rompiendo la inercia mutua y que los ciudadanos en vez de revolución han preferido ir por la senda de la evolución, perdiendo la r de los repetidores. Y se han puesto las pilas para ir creando otra vía de salida al ritmo de la protesta de siempre que se usa como himno y gasolina para la marcha, pero no como solución inútil y estúpida. El himno por el himno acaba en soniquete vacío y la gasolina sin motor que alimentar es un peligro y un tóxico. Como las protestas que no sirven para cambiarnos a nosotros mismos. Para abrir nuestros ojos interiores y nuestras fronteras íntimas al cambio personal. A la libertad corresponsable y adulta. Al paso obligatorio del lactante social al adulto autosuficente, generoso, solidario, creativo, desprendido, sencillo, inteligente y sano. Nuevo.

Parafraseando a Luis XIV, pero en cívico y demócrata podríamos asegurar que "O el estado de bienestar soy yo transformado en todos o ese estado es imposible". O la democracia y el progreso sólo serán posibles si empiezan por uno mismo. Sólo nuestro cambio personal hacia el olvido del egocentrismo depredador, partidista e interesado, puede facilitar el cambio global y social. Nunca será al revés, porque una cúpula de poderes en manos de dormidos y sostenida por dormidos no puede gobernar nada ni a nadie. Sólo agrietarse por el peso y la inmovilidad y desplomarse sobre la base. Que es lo que está sucediendo ahora mismo. 
Mejor, que la base se mueva con sabiduría, resistencia, diálogo y desobediencia pacífica, ponga andamios y obligue a que la cúpula vaya bajando sin lastimarse hasta que pise tierra y se implique como base. Así todo lo mejor será posible. Si al contrario, la ambición de todos -como hasta ahora- sigue  siendo  llegar al vértice de  la cúpula para corromperse con más impunidad, estaremos perdidos para siempre. Y eso es un lujo irracional y mortal de necesidad que no podemos permitirnos a estas alturas de la historia humana.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me ha encantado su artículo. Ojalá ocurriera lo que usted desea!