lunes, 12 de marzo de 2012

DEL SÍMBOLO A LA REALIDAD, PASANDO POR EL DOLOR


Nuestro aprendizaje humano ya está en la frontera del cambio imparable. Sin retorno. Lo estamos considerando una desgracia y una hecatombe social, pero es simplemente el búmeran natural y la síntesis del error de percepción sostenido desde hace milenios. Un error que al principio no lo era, porque la condición del hombre estaba transitando de la animalidad elemental paleolítica y neolítica a la habilidad y al conocimiento (homo habilis, homo sapiens) ; esas transiciones nos han traído hasta la actual meta: homo consciens.  El paso es la crisis generalizada. 

Durante centurias hemos sido educados a través de símbolos tribales y sociales que pretendían llenar el hueco inexistente aún de la consciencia. Lo importante en la simbología tradicional han sido los valores que proporcionan seguridad básica. Transmitidos en las mitologías, la familia, en la escuela, en los oficios, en la religión, en las leyes, en la cultura. En la literatura, las canciones, la danza, el teatro, el cine, el deporte...Que mantienen el aparato social, el espejo del valor personal que  sólo tiene sentido si se refleja en la importancia que nos dan los roles personales. La utilidad de lo que hacemos para sobrevivir y conseguirlo cada vez con más brillantez y ganancias que permitirán primero la seguridad de una supervivencia material digna y después un ascenso social, un prestigio, un reconocimiento del entorno, un legado que dejar, un recuerdo de importancia para la memoria del futuro, etc...Y para eso nos hemos ido programando con empeño y siglos a nuestra disposición. Todos los valores, todos los recursos, culturales, económicos, políticos, sociales, religiosos, científicos, han tenido la función de desarrollar en nosotros un status de ambición "por mejorar", pero siempre en esa onda de la imagen y de la trepa social del triunfo, del éxito y del poder, todo ello sostenido por el símbolo del dinero, sin otros horizontes más altos que abriesen caminos nuevos y más evolucionados, y que además nos permitiesen alcanzar nuestra verdadera esencia, aquello para lo que estamos hechos: la felicidad de lo estable, de lo real. Algo que nuestra especie se ha pasado la historia buscando y que aún no ha sido  capaz de descubrir, al menos como densidad crítica, sólo en  un gota a gota, afortunadamente cada vez más abundante, porque ese descubrimiento no llega por masificación publicitaria ni por inducción, sino por el despertar de cada individuo al ritmo de los acontecimientos que jalonan su existencia y el modo en que los va integrando. Es para lo único que no nos sirven las habilidades ni los estudios teóricos interminables. Porque la cualidad de despertar va con nosotros al nacer y es la educación meramente utilitaria de la mente, de la voluntad y del deseo, la que nos impide abrir el cofre del tesoro que, a su vez,  nos abre las puertas de todo aquello más importante, básico y satisfactorio a que podemos aspirar: la felicidad como estado permanente, como base para construir ese mundo que parece utópico y que es la verdadera realización del indivuiduo y de la humanidad entera. 

Hasta ahora el karma compartido por todos ha sido el postergar la felicidad constantemente, ponerla como meta que resulta inalcanzable, porque no es posible conseguir fuera de uno mismo el esplendor de la energía interior que no se desarrolla nunca al máximo, sino que por el contrario apenas se puede entrever, la educación domesticadora, la oculta y la reprime. En vez de ayudar a canalizar el potencial, ese sistema de adiestramiento de habilidades impide automáticamente el crecimiento de la auténtica riqueza humana. Entonces toda la fuerza cósmica que nos habita por dentro, se enquista, se reduce a una pequeña semilla improductiva por falta de cultivo y cuidado, que es estéril a la fuerza. A partir de ahí todo intento de liberación de esa potencia resulta amenazante para la sociedad, para la estabilidad del sistema y todo movimiento social que intuya el despertar se convierte en un peligro, en una locura, en una enfermedad que hay que "curar" y extirpar rápidamente del tejido social antes de que se extienda y rompa los moldes del corsé mental del miedo y de la falsa seguridad. 

Así hemos vivido miles de años. El agujero interno de la nostalgia se ha hecho cada vez más grande y más vacío, más dramático y más desesperado. Ha construido una sociedad tan insaciable como esa angustia primigenia, que ha provocado un crecimiento bulímico del ansia por conseguir cantidades salvadoras de recursos y acumularlos para traficar con ellos, eso deriva en guerras constantes, crisis espantosas, manipulaciones crueles, adicciones destructivas como las drogas, la especulación, las compras compulsivas, la velocidad, la hiperactividad , las sexopatías, la sobrealimentación o la anorexia, la violencia y la mentira, que también es una adicción social que ha llegado al límite de los remiendos quirúrgicos de la estética de moda en los cuerpos humanos hasta poner en peligro la salud y la vida con tal de parecer lo que no se es. Lo mismo cuenta para la "titulitis" forzosa que obliga a estudiar varias carreras sin vocación, sólo para poder obtener puestos mejor remunerados. Por conseguir brillo social se sacrifican las verdaderas aspiraciones, por conseguir dinero, seguridad y placer inmediato, se sacrifica hasta la vida. Ya sea con el estrés, la prisa, los fármacos que alivian síntomas y no curan nada, el tabaco, el alcohol, el café y las calorías vacías de los refrescos de cola y química. La comodidad de lo preparado, precocinado, congelado, que desvitaliza los alimentos y los cuerpos. Y por supuesto las mentes. Todo ese trajín intoxicante sepulta cada vez más hondo la semilla de nuestro despertar, que debería comenzar en los primeros meses y años  de nuestra llegada a este mundo. 

Ahora por acumulación se ha colmado la medida del absurdo y por una ley meramente física de saturación, ha rebosado el líquido de la infelicidad global en el recipiente de lo humano. 
En la superficie los motivos son la pérdida de empleo, los recortes sociales, la injusticia evidentísima y la barbarie del usamarket-merkel que se ha hecho con los poderes absolutos del mundo sin dejar títere con cabeza ni en los capitalismos ni en los socialismos, que al fin y al postre, han resultado ser dos caras de la misma moneda en alternancia corruptible y corruptora, una al servicio de la otra. 
La mítica "clase obrera" que revolucionó el mundo a primeros del siglo pasado, ha derivado en una clase cómoda y burguesa, que se ha dejado mecer por el sueño de haberse convertido en "clase media", cuando realmente ha pasado a integrar con el capitalismo la gran clase mediocre universal. Matadora del presente y anuladora de cualquier futuro mejorable. 
Sin embargo este panorama debería alegrarnos porque representa el fin del disparate de la historia que hemos conocido hasta ahora, llena de dolor y de calamidades provocadas por la represión de la semilla de la felicidad.
¿No habeis pensado alguna vez  por qué los seres más libres son felices sin necesidad de ser importantes, famosos, millonarios o exitosos ni de "conseguir" más de lo que sea? ¿Por qué esos seres felices rechazan siempre el poder y prefieren el servicio? ¿Por qué son esos seres los que mueven el mundo y a los que de verdad se deben los progresos de la especie, porque trabajan para algo más que enriquecerse, triunfar o mandar? ¿Quién echará de menos a un Rockefeller, a un Stalin o a Mussolini, un Reagan o una Thacher, a un Pinochet, a un Franco, a un Hitler o a un Berlusconi? ¿Y en quienes sino en los seres libres se basan las referencias ejemplares de la humanidad para crecer, animar, reorganizar la vida, como Buda, Jesucristo, Lao Tsé,  Sócrates, Gandhi, Mandela, Luther King, Stephen Biko, Francisco de Asís, Albert Sweitzer, Helder Camara, Vicente Ferrer o Mario Bendetti? ¿Y quién de ellos se ha dedicado a enriquecerse y a"triunfar"? Ninguno.  Al contrario, se han alejado de cualquier signo de glamour y se han hecho siervos, por amor y justicia, de la causa de la felicidad humana. Y ellos en medio del dolor del mundo y del propio nunca han dejado de ser felices y de sanar su entorno. Por eso son sabios y han pasado la barrera de la esterilidad improductiva del sueño depredador. Su semilla interna se cultivó. Y han dado frutos. Millones de conciencias que se desperezan y empiezan a considerar la prisión en que la mentira estructural del miedo a la realidad ha encerrado al hombre, tanto al millonario como al mendigo, que en nivel de consciencia están iguales. Dependientes del status y de la valoración  mercantil de los otros. Incapaces de ser felices. Como lo son los árboles que florecen y alimentan trabajando en su función clorofílica imprescindible que hace posible la fotosíntesis y la vida en el Planeta.

Ahora es el momento de saltar, por fin, de la mentira del símbolo inalcanzable del comercio de la ilusión a la realidad feliz de la consciencia personal y  solidaria.

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