La pereza
La cartulina Agosto 2020 ya está a punto de girar sobre su propio eje, de desaparecer. Llega septiembre. Las cigüeñas, rumbo al sur. La gota fría. Los cromos de la Liga de Fútbol Profesional. Se ralentiza la recta final del año. El momento de las rupturas de las parejas, dicen. La depresión: el transtorno afectivo estacional suele fortalecerse en otoño, meses después, con la primavera, tienden a desaparecer algunos de esos sentimientos de desesperanza y pesimismo. Este año, la pandemia nos ha robado la primavera y recibimos a las verbenas con las plazas vacías.
El pasado martes, Pedro Sánchez comparecía ante los medios después de la celebración del primer Consejo de Ministros del nuevo curso. Comunicación política: relajado, buen anfitrión que dio las bienvenida a los periodistas que informan en Moncloa. En la medida de lo posible, mantén la sonrisa, presidente, le aconsejarían. Que se aleje de aquellas comparecencias de marzo, de abril, tan difíciles, cuando todo estaba rodeado de tragedia y olía a muerte.
El otoño, tras el verano más extraño. Se han adelantado demasiado los rebrotes, la segunda ola ya está sentadita y cómoda, a pesar de que los turistas casi ni llegaron a pasar por aquí. Madrid, otra vez, Madrid, vuelve a situarse en el epicentro de la pandemia, de Europa. Los contagios por las nubes, los hospitales se preparan para lo peor, la olvidada atención primaria no da abasto, faltan efectivos otra vez. Las abuelas y los abuelos vuelven a temer por sus vidas después de algún encuentro familiar en las últimas semanas y de reencontrarse con los abrazos, nunca esperaron que la recta final se pondría tan cuesta arriba.
Los jóvenes, en el punto de mira todo el rato, van intuyendo que lo de encadenar trabajos precarios será, en todo caso, un privilegio durante demasiado tiempo. Y lo de bailar hasta el amanecer parece un sueño lejano. Muchos adultos, con el agua al cuello, aferrados a un ERTE de horizonte difuso. Otros, esperando que llegue de una vez por todas el Ingreso Mínimo Vital. Otros, esperando en una cola de una asociación vecinal al reparto de la cesta de alimentos. Se abren los colegios, de momento. Es la hora del recreo, cuidado.
“Todo esto ha abierto un capítulo de vergüenza que ha degradado a mi generación públicamente. Se ha degradado él, ha degradado a la institución y con él nos hemos degradado los que acompañamos el proceso. Hemos sido desnudados y yo me siento avergonzado". Las palabras son de Iñaki Gabilondo, referente periodístico de una época, sobre la espantada a Emiratos Árabes de Juan Carlos I este verano. Las últimas actuaciones del emérito suponen motivo de vergüenza y han causado un gran impacto sobre una generación que le vio como uno de los símbolos de aquellos años que supusieron un avance histórico. Los símbolos no dan de comer, pero ayudan a tener esperanza y generan certezas. Ya ni eso. Los referentes de antes caen, los de ahora ni existen: los políticos siguen siendo uno de los principales problemas expresados por la ciudadanía en sucesivas encuestas del CIS. Los gestores de la crisis más compleja, no huelen la confianza de sus conciudadanos.
Hospitales, desempleo, miedo. Muerte, pobreza, depresión. El escenario perfecto para los portavoces de la desidia, para las hinchadas de la nada. Los charlatanes ya están haciendo cola para vender fórmulas mágicas que, por otro lado, ya conocemos. La historia se repite, la tragedia y la farsa se van alternando. Es el momento idóneo para que los mediocres aspiren a robar el foco en el proscenio. Los atardeceres otoñales se imponen este año, en el que no tuvimos primavera. La pereza va ganando terreno. El bostezo se turna con el llanto. "¡Crisis! ¡Crisis!", dicen los papeles. Y, por eso, España vuelve a ser protagonista.
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