Nadie olvida (cómo hacerlo) las palabras de Josep Oliu, presidente del Banco Sabadell, quien tras la inesperada y contundente entrada de Podemos en el Parlamento Europeo (2014), admitió su deseo de que apareciera en España un partido nuevo para conjurar esa amenaza de la revolucionaria justicia social y el fin de los privilegios de la -entonces llamada- "casta".  "Una especie de Podemos de derechas", describió Oliu, que sirviese para defender los intereses (y hasta privilegios) de grandes empresarios o bancos rescatados con dinero público por ese derecho financiero no escrito que siempre gana.
Entonces, el PP empezaba a hundirse en la ciénaga de sus casos de corrupción, de los que el Ibex 35 (con algunos de sus representantes reluciendo en los papeles de Bárcenas o imputados por corruptores) renegaba como de la peste y el PSOE deambulaba por ese erial que se abre tras las grandes derrotas electorales por la renuncia a las principios de la raíz y la espantada de las bases en mayo de 2010, es decir, por la claudicación de Zapatero ante los recortes impuestos por el FMI, Bruselas-Berlín y el BCE para -garantizaban- resolver la crisis financiera que reventó en 2008. La ilusión de una España soberana se vino abajo y la marca PSOE se hundió.
Llegó en 2011 el 15-M, Rajoy con su mayoría absoluta, el PSOE agonizante de Rubalcaba y su rotundo fracaso como candidato presidencial. Y apareció el "Podemos de derechas", Ciutadans de Catalunya, que preparó y dio el salto nacional convirtiéndose en Ciudadanos, liderado por el atildado Albert Rivera y logrando 40 escaños en las generales de 2015 con un descarado apoyo empresarial y mediático que había llegado incluso a hacerlo presidente en sus encuestas-delirio.
El pacto que intentó alcanzar entonces Rivera con Sánchez (o viceversa) para gobernar se frustró tras negarse Podemos (tercera fuerza parlamentaria) a actuar de mera comparsa. Tal y como desveló Público después, el candidato socialista a la Presidencia de ese pacto se había comprometido con Rivera a hacerle vicepresidente; a Podemos, ni agua. El Ibex salivaba y apoyaba a su manera, pero el llamado pacto del abrazo fracasó pese a la pompa de la escenificación del acuerdo.
Cinco años, tres elecciones generales y una moción de censura después, Albert Rivera se ha ido de Ciudadanos tras escorarlo sin complejos a la derecha, fotografiarse en la madrileña Plaza de Colón con Abascal (Vox) y Casado (PP), negarse a apoyar un Gobierno de Pedro Sánchez y, tras las elecciones de noviembre, abandonar al partido que fundó con solo 10 escaños y en la indigencia parlamentaria. Unidas Podemos tiene menos de la mitad de escaños que en 2015, pero está en un Gobierno de coalición con el PSOE, y la ultraderecha de Vox es la tercera fuerza del Congreso (52 escaños). Además, España está sumida en una emergencia sanitaria, una crisis social y una incertidumbre no comparable a nada en la democracia posfranquista.
Pablo Casado e Inés Arrimadas se reúnen este miércoles con el presidente del Gobierno en La Moncloa, que cree que "España puede" tener a todas sus fuerzas políticas unidas (Vox y su moción pro-Sánchez no cuentan) en una ley de presupuestos que, sobre todo, debe contentar a Bruselas para que nos mande el dinero comprometido de una vez. El presidente del Partido Popular ya ha dicho que no cuenten con él, sobre todo (esto no lo ha dicho, pero lo confirman los suyos), porque el fracaso de la aprobación de los PGE este otoño-invierno sería la gran oportunidad de convocar elecciones (el PSOE no podría seguir arrastrando unas cuentas apellidadas "Montoro") Todas las miradas se centran, pues, en Inés Arrimadas.
La sucesora de Rivera ha optado por la única posibilidad que su antecesor le ha dejado para que Ciudadanos marque agenda en una legislatura inédita: trabajarse un pacto presupuestario (y quién sabe qué más) con el PSOE cogobernante en detrimento de un Podemos "celoso y resentido", apuntan dirigentes de Cs, "que no está en el Gobierno para trabajar por España, sino por él mismo". Es decir, traducido al lenguaje estratégico cortoplacista de estos tiempos, Ciudadanos ha llegado para cargarse la coalición PSOE-Unidas Podemos, sacrificando, eso sí, parte de su ideología liberal y por una España homogénea (la compatibilidad de ambas es otro debate) para lograr su propósito.
Aviso a navegantes.
Ciudadanos -y no creo que Podemos haya caído en su trampa elemental, de ahí los mensajes confusos y la teatralización desde el partido sobre los vetos sí, los vetos no- está aquí, ahora, en los diarios, informativos y webs para neutralizar a Iglesias y compañía con su sola presencia; también a ERC, pero los republicanos juegan hoy en otra pantalla y no es extrapolable su situación desde Catalunya. "Si Unidas Podemos se niega a pactar con nosotros y somos imprescindibles por un NO de Esquerra, el Gobierno empieza a romperse y nosotros emergemos como socio alternativo", se frotan las manos naranjas.
Visualizar el relato real no está de más, sin embargo, para ordenar los justos términos. Unidas Podemos es Gobierno y los presupuestos de éste, que sin duda incluirán importantes renuncias de calado, serán progresistas pese a todo; como ha sido, de hecho, la discutible gestión de la pandemia tanto en la protección social y laboral y como han pedido sindicatos y patronal que lo fuera, algo que materializaron en varios acuerdos.
Presentar a Ciudadanos como el partido conseguidor de un giro liberal en los presupuestos de Sánchez a cambio de diez escaños resulta enternecedor, pero encumbrarlo a la categoría de arcángel neutralizador de postulados comunista es delirante. Ni el PSOE ni Unidas Podemos aplazarán la apuesta social más radical de su pactado programa de Gobierno por Ciudadanos, sino por Bruselas y sus ayudas a España. Que Arrimadas crea que su ideario se impondrá cuando son Sánchez e Iglesias quienes la están moviendo a ella -como han hecho en todo este tiempo- es sin duda una buena noticia para la izquierda. ¿Para qué vetarla?
Bienvenido Ciudadanos al lado progresista de la vida.