"Era un descontrol total: si la plantilla del matadero de Binéfar fuera más vieja, ahora contaríamos muertos por virus"
"Despidos fulminantes, intimidación y violencia física y verbal". Esa es la receta que, según un empleado de la CNT, utilizaban los italianos para mantener a raya a la plantilla en medio de uno de los mayores brotes de la covid-19 desde que se declaró la cuarentena. Pini llamaba 'esclavos blancos' a sus trabajadores húngaros.
Binéfar (huesca)
"El día 20 de marzo habían caído ya tres compañeras por la covid-19 y la bola que nos dieron en la empresa fue que nos calláramos y colocáramos un letrero en el comedor diciendo que Litera Meat estaba libre de la enfermedad", dice Gregory Orozco. Este colombiano de 47 años fue uno de los primeros empleados contratados por los dueños del macromatadero de Binéfar cuando arrancó la empresa en agosto pasado y también uno de quienes mejor conocen las entrañas del epicentro de una de las mayores cadenas de contagio de coronavirus declaradas en España desde que comenzó el confinamiento.
Al menos mil personas
han sido alcanzadas a raíz de esta eclosión si se aplican los ratios al
uso, a las que habría que añadir las tocadas por el virus a raíz de un
segundo brote producido en el otro matadero de Binéfar, el gestionado
por Fribin, donde también existen 198 casos confirmados mediante pruebas
rápidas entre la plantilla. Todos esos infectados de Fribin han sido sometidos a un segundo test PCR cuyos resultados están a punto de conocerse.
A raíz de los muestreos efectuados en Fribin al cierre de esta
información, se asume anticipadamente que solo una pequeña parte de los
positivos padecen la enfermedad ahora mismo. En el macromatadero de los
carniceros lombardos se han confirmado 256 casos en las tres tandas de
pruebas llevadas a cabo.
Se da por hecho que
la cifra total de infectados por coronavirus atribuibles a ambos
mataderos es notablemente superior, habida cuenta de que no se han
efectuado pruebas a quienes están de baja por el virus o a quienes lo
padecieron con anterioridad y volvieron a incorporarse a la plantilla.
La cuestión es dónde y cómo se gestó ese foco. No se conoce ninguna otra
empresa española con una tasa de infectados semejante a las de Fribin o
Litera Meat, y menos todavía, otro lugar donde se obligara a sus
empleados a ocultar la enfermedad o se les despidiera tras caer
enfermos, tal y como sostiene la CNT que ha venido sucediendo.
Engaños a la Guardia Civil
El relato que realiza
el colombiano de los meses precedentes al brote de la covid-19 en las
instalaciones binefarenses de Litera Meat es espeluznante e incluye un
testimonio minucioso de las órdenes que recibió de engañar a los agentes
de la Guardia Civil que se personaron en la empresa. Los protocolos que
aplicaron a partir del 18 de marzo fueron, según afirma, "un completo
desastre", así que la enfermedad campó a sus anchas y, con ella,
los rumores. "El 24 de ese mes de marzo se personan en las instalaciones
agentes de la Guardia Civil y me dijeron de la dirección que fuera a
las mesas del comedor a pegar pegatinas para darles a entender que en
cada mesa se sentaban cuatro, cuando en realidad, había catorce. Así les
engañaron e hicieron creer que se seguía el protocolo de seguridad",
dice el colombiano.
"Allí se aglomeraban, se tocaban, se hablaban a medio palmo"
"A
los cuatro días de eso, levantaron las pegatinas, y pusieron dos sillas
por mesa, en diagonal. Se seguían tomando las temperaturas y
repartiendo mascarillas, pero nadie respetaba las filas y la gente se
amontonaba en la zona de fumadores, a la entrada del matadero, en los
vestuarios o en la reclamada donde se piden los cuchillos, los guantes y
los delantales. Allí se aglomeraban, se tocaban, se hablaban a medio
palmo. Era una mierda de descontrol total e incluso a día de hoy [por el
miércoles, día 29 de abril], las cosas siguen igual".
Hay al menos tres
carnicerías en la trastienda de su historia: las dos creadas en Groso y
en Grossoto (Lombardía) por Roberto Pini, padre del fundador de Litera
Meat, Don Piero, y el resto de entramados criminales de la Europa del
Este. Y la de los trabajadores del macromatadero de Binéfar, junto a sus
amigos, niños, esposos y esposas, cuyas vidas han sido puestas en
peligro. Según el propio Orozco, la principal preocupación que había
entre los italianos mientras los españoles se confinaban en sus casas
era la de hacer dinero fácil con la venta de cerdos a los chinos y
acallar los rumores de que el virus ya estaba entre ellos.
La parte legal de los
negocios de esa familia lombarda va de eso: de matar, despedazar y de
envasar pedazos congelados de animales. Tantos matan, tantos compran los
chinos. Según Orozco, la palabra favorita y que más veces ha
pronunciado en presencia de la plantilla el hermano de Don Piero -Mario
Pini- es 'finito', que es la versión italianizada de 'finiquito y a la
calle'. En ausencia de Piero Pini, recién salido de la cárcel, su
hermano es quien da la cara, y a quien Orozco atribuye las
intimidaciones y los zarandeos. Ya sucedieron hechos semejantes en el
matadero polaco de Kutno.
¿Cómo
se ha podido declarar uno de los mayores focos de contagio en un centro
laboral, y en plena cuarentena, mientras miles de españoles eran
sancionados por abandonar su vivienda unos minutos? Al decir de Gregory,
la atmósfera laboral que impera en el macromatadero de Binéfar se basa
en las amenazas permanentes de despido y la violencia verbal y física.
En su opinión, no es posible desvincular lo sucedido en el matadero de los Pini del régimen casi esclavista
que han impuesto, a imitación de lo que anteriormente ya hicieron en
Italia, Hungría y Polonia. No hay un solo lugar donde hayan operado
donde no se las hayan visto con la Justicia.
"Algo antes del 20
de marzo se desplomó muerto un trabajador mientras guardaba cola para
entrar a las cinco de la mañana", dice Orozco, mientras reconstruye la
cronología de los episodios que han originado la cadena de contagio. "Yo
traté de atenderle media hora, haciendo lo que aprendí a hacer en el
ejército. La gente se preguntaba ya si era el coronavirus, pero luego
supimos que falleció de un paro cardíaco. En la empresa no había en ese
momento ni servicio de enfermería ni paramédicos. Ha sido un desastre
desde el principio. Allá se corta uno un dedo y tiene que apañarse solo
porque, si no, anda usted jodido. Debe entender esto primero para
comprender qué ha pasado después".
"Solo en las
cintas de trabajo se pueden dar ahora el lujo de espaciarse, y no porque
se tomaran medidas para protegernos, sino porque mucha gente está de
baja por culpa del virus", dice el colombiano. "Y óigame usted, si no
llegamos a dar la alarma esto sería mucho peor. Del total de la
plantilla de algo más de 1.300 trabajadores, hay unos cuatrocientos
infectados por lo menos. En los 250 casos positivos de los que se
informaron tras las pruebas efectuadas el pasado sábado no se
contabilizaban a los que veníamos ya jodidos. Y muchos han estado
graves, hospitalizados y con signos de asfixia. La medida de edad de la
plantilla es de entre 25 y 38 años. Si hubieran sido más viejos,
contaríamos muertos".
Hasta que
comenzaron los problemas y decidió informar a sus compañeros, los
italianos confiaban en Orozco e incluso le ascendieron. Pero tan pronto
como abrió la boca, su situación cambió y sus denuncias le costaron el
empleo. Desde hace algunos días, Gregory habla para los medios en nombre
del sindicato CNT, a cuyas siglas se arrimó de la mano de otro
compañero de trabajo poco antes de ser "represaliado" en busca de
protección.
"Los días 27 y 28 de marzo, el
personal estaba ya asustado y me empezaba a preguntar si en verdad había
coronavirus en el matadero"
"Los
días 27 y 28 de marzo, el personal estaba ya asustado y me empezaba a
preguntar si en verdad había coronavirus en el matadero. Claro, llega un
momento en que la plantilla se da cuenta de que aquí falta uno y allá,
cuatro, y no te queda otra que decirle la verdad", recuerda Orozco. "Me
puse del lado de la gente y el día 1 de abril me relegaron de mis
funciones en la sección de calidad y me devolvieron a la de envasado.
Dos días después, llegué a casa con dolor de ojos y malestar. El día 5
tenía diarrea. El 6, a pesar de todo, fui a trabajar, pero me costaba
levantarme. Un día después de que informé a mi médico de que había
perdido el gusto y el olfato, se me confirma que había dado positivo. En
mi hogar, se infectaron mi sobrino y mis tres niñas; el único que dio
asintomático fue el niño. Nos aislamos cada uno en su cuarto y empezamos
a seguir el protocolo. Yo me restablecí y el martes, día 21, con el
alta, madrugué; me presenté en la empresa y el jefe de sala me dice que
me había tomado vacaciones sin permiso y me dijo que pasara por recursos
humanos porque tenía ya el finiquito hecho. Mi mujer aún sigue
contagiada hoy [por el míercoles, día 29 de abril] y estamos esperando
lo peor, que la despidan, que es lo que han venido haciendo con quienes
se ausentaban por enfermedad de sus puestos de trabajo".
Las represalias
que ha sufrido no son, según dice, un fenómeno aislado. "Al sindicato
[CNT ] nos han llegado ya varios casos más de despedidos por coger la
baja", prosigue Orozco. "Hay muchos africanos que apenas saben hablar y
de quienes intentan abusar, aunque con lo que pasó el sábado pasado [25
de abril] han devuelto a muchos. Todos los días van saliendo nuevos
positivos, gente que dio negativo hace una semana y que ahora está
infectada. Unos trabajan en Fribin y otros, en Litera Meat, pero
viven en el mismo piso y, a veces, son familia. Por eso el contagio en
Binéfar puede haberse descontrolado. Si le hacen ahora una prueba a la
población, saldría un tercio positiva".
Claro que según
Gregory Orozco, no es posible esclarecer qué ha pasado en el matadero de
los Pini sin ponerlo en el contexto de los abusos laborales que, desde
la apertura de la planta, se han cometido contra la plantilla.
"No habían pasado
ni ocho días -dice Orozco- y comenzaron los problemas en las cintas de
la producción porque obligaban a la gente a trabajar desde las seis de
la mañana hasta las cuatro o cuatro y media de la tarde. Les hacían
también venir durante los sábados. Se suponía que era un trabajo
voluntario, pero despedían a quienes se negaban. He visto a Mario Pini
[hermano de Piero Pini] coger a gente de la mano y zarandearlos y
empujarlos. Sacó a empujones al director del Fremap de la sala de
despiece como a un perro y delante de todo el mundo. ¿Qué no haría con
los simples peones? La plantilla vive desde que el matadero abrió entre
amenazas".
"Hay muchos africanos que apenas saben hablar y de quienes intentan abusar"
Se
da la circunstancia de que la atmósfera de brutalidad laboral que este
empleado está dando a conocer a raíz de la crisis del coronavirus no
difiere en nada de los testimonios de antiguos trabajadores polacos y
húngaros de las plantas de Pini en ambos países recabados por Público
antes de que Litera Meat abriera sus puertas en Binéfar. "He tenido
compañeros que cayeron de baja por heridas porque la orden era
incrementar la producción y la matanza, aun cuando no estábamos todavía
preparados y había escasez de personal. Pasamos rápidamente a matar de
800, a 1.500, 3.000, 5.000, 12.000 cerdos... sin gente, y siempre bajo
amenaza. Yo me corté dos veces. Otros sufrían tendinitis o pedían una
baja por estrés". Hechos semejantes se documentaron y denunciaron
igualmente en los mataderos de Kutno (Polonia) y Hungría.
"El propio Piero
Pini se refería a sus trabajadores como los esclavos blancos", aseguraba
uno de los empleados subcontratados en el matadero húngaro del italiano
entrevistados en 2014 por el periodista Matkovich Ilona. Acababa de
quebrar una de esas falsas cooperativas que subcontrataba el italiano
—András-Metal Kft., de András László Andro— para mantener "la
rentabilidad de su negocio" y comenzaron a conocerse las condiciones
esclavistas sobre las que se sostenían sus plantas de matanza. "Tenía
razón", añadía el trabajador. "Éramos esclavos. No había tiempo para
mirar atrás en la cadena. Jamás se detenía la carne que llegaba por la
cinta. Cuando venían visitantes, reducían la velocidad de la correa a
doscientos cerdos por hora, pero en condiciones normales, iba mucho más
rápido. Y cuando alguien se ponía extrañamente nervioso, lo tirábamos".
La
descripción que ahora realiza Orozco de las condiciones de trabajo de
Binéfar podría de hecho reemplazarse por la que hicieron antes los
esclavos blancos y no tan blancos que sufrieron a los Pini, en Hungría o
Polonia. Claro que los trabajadores gitanos subcontratados por Don
Piero en Hungría no cobraban ni trescientos dólares al mes.
"Humillaciones,
palizas e insultos en el puesto de trabajo", rezaba en el titular un
digital polaco, pocos meses más tarde de que echara a andar el
macromatadero de Kutno, el mismo que después se trasladó a Binéfar. La
historia volvía a repetirse, pero ahora en una pequeña ciudad industrial
polaca de 50.000 habitantes. A unos pocos kilómetros de sus viejas
jruchovas de aspecto ceniciento y soviético, y pocos meses después de
que la factoría de carne se pusiera en marcha, una sección entera de
trabajadores se había detenido. Oficialmente, no era una huelga, sino
una pequeña algarada laboral. "No pagan, no toleran objeciones, ignoran
los principios básicos de seguridad", escribía un periodista local. No
hacía ni seis meses que los digitales del condado habían dedicado a
Piero Pini parecidos epítetos laudatorios a los que los socialistas
utilizaron en España para arropar el entramado criminal italiano en cuyo
matadero ha vuelto a brotar el virus.
Las agresiones a
los trabajadores a las que Orozco se refiere también han sido
documentadas en otras ocasiones. En una crónica de TVP, firmada por AP y
ASL, en enero de 2011, se aseguraba que el dueño de la fábrica había
atacado a los empresarios con los puños. "El copropietario Pini tomó un
cuello de cerdo y golpeó con él a una empleada de la sala de embalaje",
se decía en el artículo. En junio de ese mismo año, los empleados de una
sección entera de la factoría se detuvieron para exigir el pago regular
de sus salarios por parte de la empresa subarrendataria a quien Pini
había contratado sus servicios.
"Las máquinas se quedaban tan sucias que había contagios por salmonela"
A
Orozco nada de esto le pilla de nuevas. "Al principio -dice el
colombiano-, no nos despedían, pero nos amenazaban con el finiquito o,
como dice el italiano: "Finito, finito, finito". Había fallos en todas
las máquinas, en el despiece, la matanza, el congelado... El trabajo de
los robot se encomendaba a humanos. Las máquinas se quedaban tan sucias
que había contagios por salmonela y me comenzaron a mandar por la noche a
arreglar esos problemas, porque soy técnico en veterinaria. Allí a
conocí a Roberto [otro de los trabajadores afectados vinculados a la
CNT]".
"El compañero
Roberto se tenía que hacer la indumentaria en casa con algunas bolsas de
basura porque los Pini no le daban chubasqueros", asegura. "Yo entonces
manejaba dos secciones y encontraba mangueras reventadas, detergentes
que no se usaban, falta de EPI [equipos de protección individual] y
contaminaciones. Fue entonces cuando decidí que tenía que ponerme del
lado de los trabajadores. Y piense usted que los encargados traídos de
Polonia y de Bulgaria imponían su ley con el respaldo del dueño. Cuando
la gente de la cadena, completamente agotada, levantaba la mano... los
búlgaros y los polacos les obligaban a seguir en sus puestos. Y si
alguien se revelaba, bajaba el propio dueño [Mario Pini, hermano de
Piero Pini] hasta la cinta, les cogía del mono, les zarandeaba y finito,
finito, finito".
Según el
colombiano, "el matadero nunca estuvo preparado para arrancar con ese
volumen de matanza y procesado. La gente manipulaba el producto sin
guantes ni mascarillas. Tengo fotos de trabajadores que se tenían que
cambiar tres veces cada noche el mono porque no les daban chubasqueros.
Lo único que les importaba era aumentar la producción, y los empleados,
extranjeros, en su mayoría, callaban por miedo. Porque el terror más
grande era ser despedido. A ellos no les importas tú, no les importan
las personas. Solo les importa el cerdo, la producción".
Este empleado
colombiano represaliado, según dice, por los Pini describe una atmósfera
laboral cercana a la esclavitud que también afectaba, de acuerdo a su
testimonio, al despiste sistemático de parte de las horas de trabajo
efectuadas por la plantilla. "Todo el mundo es coaccionado y obligado a
trabajar en sábado y a hacer horas extras. Y cada mes, las colas, en la
oficina de Recursos Humanos son impresionantes porque no las pagan
completas y recurren a excusas diferentes y a procedimientos que
ignoramos para manipular los registros de las horas en que fichamos y no
pagar, a veces diez, a veces, doce. Esto ha llevado a la gente a
desplomarse, pero muchos no hablan porque no saben español o porque sus
familias dependen de ese sueldo, y se sienten amenazados. Ese matadero
es el terror y es el infierno".
¿Cómo
se ha podido tolerar una situación como la descrita por Orozco? Las
instalaciones de Litera Meat fueron puestas a andar el pasado mes de
agosto por un conglomerado familiar de carniceros de Lombardía (Italia).
Su capo, Piero Pini, está ya familiarizado con las cárceles húngaras y
polacas y las operaciones policiales. Y lo que es peor, ninguno de los
políticos locales y autonómicos que apoyaron la creación de la empresa
desconocían las ramificaciones criminales de algunas de sus actividades
ni las brutales prácticas laborales desarrolladas en otros países, y
dadas a conocer en su día por Público. No solo hicieron oídos sordos,
sino que se fotografiaron junto a él y se convirtieron en sus
principales valedores.
El modelo de
desembarco de la empresa fue de estilo claramente siciliano, aunque los
empresarios proceden de mucho más al norte: parte de los terrenos donde
situaron sus instalaciones fueron adquiridos al concejal Txema Isábal;
adjudicaron los negocios inmobiliarios a la presidenta de la Agrupación
comarcal del PSOE, Rosa Altabás, le confiaron la Seguridad al número 2
de la policía local -Antonio Díez- y se emplearon a otros cargos
políticos locales en algunas de las empresas auxiliares. Entre tanto,
la UGT propuso como primer y hasta ahora único delegado sindical de los
trabajadores a una "empleada de confianza" de la familia Pini. Sólo
el portavoz del PP en el antiguo equipo de gobierno se abstuvo en la
votación, pero no porque albergara dudas sobre el proyecto de los Pini,
sino porque trabaja para la competencia de Fribin. Si los lectores
fueran suecos, no podrían comprender, ni menos todavía, digerir, unos
hechos semejantes ni la impunidad ni el desparpajo que rodea al
desembarco del proyecto de Lambán.
En efecto, esa es
la clase de empresa donde ha estallado la crisis, y la clase de entorno
político donde el proyecto cobró fuerza con el apoyo del alcalde Alfonso
Adán y del presidente socialista aragonés, Javier Lambán, que tendió
una gran alfombra roja y ofreció ayudas a Pini mientras los fiscales
húngaros y polacos lo investigaban y encarcelaban por las mayores
estafas al fisco de la historia de ambos países, entre otros cargos.
Según Gregory Orozco, "las formaciones de personal financiadas con
dinero público no han servido de nada porque nada de lo enseñado en esos
cursos se ha aplicado". Más dinero, según la CNT, dilapidado a costa de
los Pini y de quienes les apadrinaron.
Uno de los
objetivos declarados de los socialistas que apoyaron el proyecto era
contribuir a fijar la población aragonesa. Hasta el día de hoy, la
presencia del matadero solo ha amenazado con exterminarla. De hecho, el
censo apenas sí se ha incrementado porque, como ya se preveía, no
existen viviendas suficientes para albergar a la plantilla ni siquiera
en la comarca, y el grueso de los trabajadores ocupan pisos -con
frecuencia, 'patera'- en la ciudad próxima de Lleida. Como también se
anticipó, deben trasladarse cada día en autobús tras pasar más de doce
horas en la planta de matanza, seis días a la semana. El nuevo colegio
de Binéfar sigue buscando alumnos, porque los inmigrantes -la mayoría de
la plantilla- no pueden permitirse el lujo de vivir en la localidad
donde trabajan. El hecho de que muchos de estos inmigrantes compartan
vivienda con temporeros podría haber extendido la pandemia por todo el
Cinca Medio y Bajo, y por las comarcas fruteras que rodean a Lleida.
Se da la
circunstancia de que no ha pasado ni siquiera medio año desde que el
capo de la familia, Don Piero, fue liberado de una cárcel húngara donde
pasó ocho meses y un juzgado español -el de Primera Instancia de Monzón-
ya ha aceptado a trámite la denuncia por la vía penal presentada por la
CNT contra el entramado lombardo. Las autoridades judiciales húngaras
siguen tras la alargada sombra del fraude fiscal de dimensiones cósmicas
que supuestamente cometió ese grupo mafioso. La última vez que Pini
dejó su factoría de Kutno (Polonia) fue esposado y escoltado por
policías, por explotación laboral, contratación de trabajadores sin
papeles y la falsificación de facturas. Tuvo que pagar 25 millones de
euros para eludir la prisión polaca, lo que podría explicar, entre otras
cosas, su afán, el de su hermano y sus hijos, por seguir matando
cerdos.
Esa planta de
Kutno es la misma que trasladaron a Aragón con el apoyo de los
socialistas y el silencio de sus socios de gobierno en el concejo local
binefarense. "Vamos a hacer las cosas bien a partir de ahora", dijo
Piero Pini en una de sus pocas comparecencias públicas. Sólo un pequeño
grupo de antiespecistas y veganos se opusieron durante meses al
proyecto, hasta que fueron literalmente liquidados con la colaboración
de fuerzas policiales y gracias a la animosidad de una parte de la
población local que compraron la visión 'socialista' de progreso.
Hasta la fecha,
han presentando denuncias contra Litera Meat tanto Comisiones Obreras
como la CNT. Esta última organización posee una implantación de más de
un siglo en la vecina localidad de Monzón, con el lógico paréntesis de
la dictadura franquista, y ha tomado ahora las riendas de la denuncia
penal de las actividades de Litera Meat ante la Fiscalía de Huesca y el
Juzgado de Primera Instancia de Monzón. Comisiones Obreras ha denunciado
también a Fribin ante la inspección de Trabajo y otras instancias.
Ni CCOO, ni la CNT poseen delegados en la empresa.
En el caso de la CNT, no se presentan a las elecciones por razones
ideológicas, pero podrían tener una influencia en el futuro si
consiguieran crear una sección sindical (a día de hoy, eso no ha
ocurrido). Para blindar a sus representantes de las iras de los Pini,
sería necesario que tuvieran contratos indefinidos. De modo que la única
delegada de los trabajadores en la empresa es la propuesta por la UGT,
cuando amarilleó las elecciones y comprometió la defensa de los
trabajadores. Presumiblemente, unas nuevas se organizarán tan pronto
como lo permita la alerta sanitaria.
El Ayuntamiento de
Binéfar que apadrinó el proyecto de matadero ha respondido al brote de
coronarivus declarando un mes oficial de luto. Esta decisión, adoptada
cuando su población padece uno de los mayores brotes de coronavirus del
país, se ha adoptado, según dicen, en honor a las víctimas oscenses de
la enfermedad. Por su parte, la empresa Litera Meat emitió el viernes un
comunicado donde desmiente "todas aquellas declaraciones que hablan de
despidos improcedentes por causas relacionadas con la covid-19". Según
los carniceros italianos, "los motivos por los cuales ciertos
trabajadores ya no forman parte de la plantilla de Litera Meat derivan
de bajas voluntarias o de finalizaciones de contrato por causas única y
exclusivamente relacionadas con aspectos laborales". En esa misma nota,
se asegura que "han realizado su trabajo intentando, en todo momento,
tomar todas las medidas necesarias y oportunas en beneficio de todo el
equipo de Litera Meat". Todas esas afirmaciones son claramente puestas
en entredicho por los vídeos proporcionados por la CNT al Juzgado
de Monzón y a la fiscalía de Huesca, donde se aprecian los hacinamientos
de trabajadores, bien entrado ya abril.
Se desconoce, de
momento, si los clientes y socios chinos de Litera Meat – recientemente
habían firmado un acuerdo con el emporio asiático WH Group- o las
empresas españolas con las que viene negociando -Campofrío o
Tarradellas, entre otras, según el empleado Gregory Orozco- son
conocedores de que hace más de un mes que la carne procesada por la
familia Pini ha sido producida por una plantilla masivamente infectada por coronavirus.
Hasta la fecha, las autoridades sanitarias tampoco se han pronunciado
sobre si los consumidores deberían ser advertidos de ello o tomarse
alguna medida adicional en relación a ese producto, comercializado bajo
una norma de frío que no parece perjudicar al virus y envasado con
plástico.
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