viernes, 9 de agosto de 2019

Nada sucede por casualidad,siempre que hay efectos es porque hay causas

Esperemos que las autoridades competentes (¡?) y los científicos más espabilados,  sin tardar mucho, acaben por descubrir la relación innegable que hay entre olas de calor y encendido simultáneo, histérico, comodón e irresponsable de millones de acondicionadores de aire en cuanto se pasa de los 25º, más la combinación mortífera con el calentamiento por combustión de motores en el tráfico rodado, en el tráfico aéreo y los aluviones turísticos. No cabe duda de que si la refrigeración masiva del aire, en sustitución de abanicos, ventiladores y duchas frescas,  se hubiese puesto en marcha en el siglo XIX, a estas alturas la Tierra estaría como Marte. Es más, estoy convencida de que Marte acabó así por algo parecido a nuestra intolerancia a la temperaturas veraniegas, que consigue el raro milagro de que en julio y agosto se puedan alternar vestidos de tirantes en la calle con jerseis, chaquetas y ropa de abrigo en los interiores refrigerados a menos de 20º. 
Por si las autoridades , eufemísticamente, competentes no caen del guindo y toman decisiones lúcidas  e imprescindibles al respecto, la ciudadanía debe empezar cuanto antes a tirar de la manta y a corregir la fatal tendencia masificadora a dejar que otros decidan por ella, acerca de la responsabilidad en su propia  supervivencia en el Planeta Tierra. Es decir, debería empezar a relacionar lo que le pasa con lo que hace mal o no hace. Y lo que es evidente: si en una subida estacional de 5º  de temperatura, por ejemplo, de 25 a 30, totalmente soportable y natural en el verano, se encienden en cada ciudad cientos o miles de aparatos que refrigeran las casas, mercados, tiendas, bares, edificios y vehículos,  mientras  achicharran sin tregua la atmósfera, las calles, los muros exteriores, los metales, y por supuesto, los organismos de los humanos, animales y plantas, bastante más vulnerables que los objetos y espacios, esa temperatura se verá aumentada en 10º más, que exponencialmente unidos al calentamiento planetario acumulado de generación en generación, acabará por aniquilar la vida y no solo porque se vayan agotando los recursos, que eso puede regularse y reorientarse, sino porque los recursos se utilizan muy mal, para desarrollar bienes de consumo abusivo, cuya producción es la clave del capitalismo y de la esclavitud de la mayoría de los seres humanos, aprisionados entre necesidad y "facilidades" aparentes que "casualmente" solo se consiguen con dinero y créditos que destruyen la libertad de elección, el compromiso con el sostenimiento de la Naturaleza y de la propia vida, justa y saludable. Más la imposibilidad de de desarrollar la conciencia personal y colectiva: el único recurso imprescindible por el que todos los demás recursos deben ser administrados y gestionados.
¿Cómo no sufrir golpes de calor si al salir del metro, del coche o bajar del autobús, se pasa de golpe de 18º a 35 o 40? No hay organismo que pueda resistir esas agresiones como sistema normal de funcionamiento, en algún momento tiene que petar, y lo hará de sopetón. Si no somos capaces de relacionar que la cómoda refrigeración de la propia vivienda si produce, junto a otros miles más, un infierno en la calle, es un atentado social, un abuso obsceno contra la salud y la vida de los demás, y como consecuencia, de la propia vida, también, es porque la sociedad en que vegetamos carece de conciencia e impide que esa herramienta fundamental para la vida se pueda desarrollar y nos coloca a la altura evolutiva de los insectos funcionando como una plaga incapaz de verse y reconocerse como tal y corregirse: a mayor conciencia más y mejor vida, a menor conciencia o carencia de ella, vida en extinción y un pésimo simulacro de Vida real, mientras se camina de la cuna a la tumba como zombis teledirigidos por las pantallas, guasaps, apps, redes, series, jaulas de hojalata, plástico y coltán...en fila interminable como hormigas compulsivas, pero sin la excusa de ser irracionales, y sin saber porqué ni para qué  se existe, aparte del instinto voraz de apoderarse, consumir y devorar lo que sea, como sea y al precio que sea. Que suele ser al precio de la propia esencia humana convertida en moneda de cambio mercantil constantemente devaluada por los poderes manipuladores que la manejan, convertida en existencia vacía y narcosis voluntaria, al servicio de la peor causa: morir sin haber nacido de verdad, por aturullamiento  "natural" y falta irresponsable o/y voluntaria de conciencia. Y al fin, enfermos crónicos del propio vacío sin sentido. Y, para colmo, en ese plan, querer ser inmortales convertidos en máquinas montadas con  piezas de recambio, es el colmo del masoquismo. Y de la estupidez.

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