¿Cómo afrontar los asuntos e interacciones sociales y políticas entre fundamentos tan básicos para la convivencia como la libertad, los derechos, los deberes, la ética, el respeto mutuo, la sensatez y el acierto, usando la capacidad de elegir cómo, cuando y por qué actuar con equilibrio y sin violencia represiva ni vengativa, sin dañar a nadie ni beneficiar a unos reprimiendo o potenciando a otros?
Estas cuestiones me las estoy planteando especialmente desde que los ex-presos etarras han sido celebrados como héroes por el entorno abertxale a su salida de la cárcel.
El primer paso es la empatía sin prejuicios
1) colocarse por la inmediatez de los hechos, en la piel de los protagonistas, de su pueblo y sus familias, liberados tras muchos años de cárcel, de alejamiento más punitivo para sus seres queridos que para ellos, sobre todo una vez vacío de sentido su fracasado combate contra el estado. No tiene ningún sentido castigar a los familiares, que ya bastante castigo tienen con tener que aceptar a un peligroso deficiente moral como hijo, hermano, padre o marido y encima tener que cruzar España para visitarle y demostrarle que el amor existe a pesar de que hay gente que no lo merezca por su forma de entender el mundo y destrozar la vida de su prójimo solo por estrategia bélica. Entender que se alegre el pueblo, el partido y la familia por la liberación de los presos vascos, no significa estar de acuerdo con lo que hicieron y por lo que ya han pagado gran parte de su vida entre rejas. Hay castigos peores que la muerte, mucho más dolorosos y creueles, como son la privación de libertad, el aislamiento y marginación social, la falta de sentido en la vida, una vez desguazado el objetivo vital, ha desaparecido el porqué de la propia existencia, y además el sufrimiento añadido de ver a sus familiares castigados por algo inexistente en la realidad pero indeleble en la conciencia personal y colectiva: el estigma de ser un asesino a sangre fría, un sociópata obediente a sociopatías con más poder que la suya, sin sentimientos humanos. Ese castigo de por vida es peor que morirse.
2) ponerse en la piel de los familiares de las víctimas de Eta y de las víctimas directas que sobrevivieron al horror, ambas totalmente manipuladas por el odio político y el rencor instintivo, mecánico, pero no humano, de quienes solo ven justicia en la venganza. Tienen todo el derecho a su rencor y a su odio, por supuesto, pero también es verdad que en ello llevan como boomerang el autocastigo de una sobrecarga violenta tan inhumana como la de los etarras capaces de odiar y matar por ideas tan obsesivas como el mismo rencor, el mismo veneno que produjo ETA aceptado y asumido por sus víctimas igual que por sus verdugos. En cierta manera, las mismas víctimas con su conducta demoledora de cualquiera atisbo de reconciliación están haciendo que los mecanismos del odio sigan dando cuerda a ETA, haciéndola presente aunque ya no exista desde hace años. No son capaces de imaginar qué pasaría si las víctimas de la memoria histórica, que ni siquiera han podido saber donde fueron enterrados sus muertos la liasen parda cada vez que un facha abre la boca para decir ¡Viva Franco y arriba España! o que unos ministros se pongan a cantar que son los novios de la muerte. Si toda la ciudadanía española se dejase seducir y arrastrar por el rencor como las víctimas de ETA por los argumentos del pp, esto sería un manicomio, porque ¿qué hacer con las secuelas infernales de la Guerra Civil y de la dictadura, que fue como tener una ETA gobernando, encarcelando y asesinando a los españoles que les caían gordos? ¿Qué habrían hecho las familias de mis compañeros de universidad, sin ir más lejos, inocentes, apolíticos, pero cazados a lazo al azar en el Paraninfo de la Complutense, o sacados a rastras y a golpes de los servicios y los váteres, torturados en la DGS y asesinados por "la social" de Billy el Niño, haciendo que parecieran accidentes, desmayos y caídas por escaleras o desde una ventana? En cuarenta años dieron motivos como para odiar y rencorosear hasta el fin de los tiempos...Pero el pueblo sano en la base social, no quiso nada más que el cese de aquel espanto. El fallo fue no pedir cuentas desde los tribunales internacionales una vez instaurada la aparente democracia. No querer remover el fango ni hacer sangrar a nadie más. Pasamos del rencor al entendimiento, hasta a admitir que el ministro franquista Fraga, que convirtió la calle en su safari personal, llegase al Congreso como diputado en vez de quedar invalidado por los tribunales para ejercer cargo político alguno y ser una vergüenza nacional en vez de el fundador del pp, que ahora saca de su chistera el negocio demagogo del rencor. Si Euskal Herría fue con Catalunya y Asturias una de las tierras más castigadas por las represalias, la derechona debería dejar de hacerse la víctima que no es, porque no es compatible con ser verdugo, entender el proceso de lucha, rebeldía y desapego de sus gentes. Sólo fue ETA. Un grupo de rencorosos como ellos. No Euskadi ni los vascos. La historia no solo se escribe con tinta, además los verdugos y sus jefes feudales la escriben con sangre y les pone cantidad, les droga, cantar entusiasmados su derramamiento cuanto más profuso, mejor ('y volverán tus hijos ansiosos al combate con la española sangre derramada y la enemiga carne en las espadas, tu nombre y tus hazañas cantarán' -¿en manada quizás?- dice el himno de infantería, para echarnos un cable en la traducción e interpretación de textos)
Ya basta, porfa. Recuperemos el oremus perdido y pongamos fin a ese horripilante cuento tenebroso de nunca acabar. Nos sobra relato y nos falta interiorización de lo vivido. Profundidad. Poesía medicinal que nos ayude a ver lo que tenemos delante sin que la euforia de la cháchara nos lo impida y las metáforas escapistas no nos dejen ver el bosque.
El hecho en sí, nos da el resultado de lo que nuestra sociedad es incapaz de superar: lo irremediable que escapa a todo control y que cuando sucede destroza las vidas de todos los afectados, pero que no debería cultivarse como una realidad constante y virtuosa cuando ya el tiempo ha borrado los límites entre realidad y recreación y a falta de materia la mente y las emociones le dan cuerpo y dimensiones imposibles de sostener si no es a cambio de desequilibrarse y de nutrirse de miseria espiritual, sin ser capaces de alcanzar ni el arrepentimiento ni la capacidad de perdonar. Somos libres para elegir amargarnos la vida o no, con lo que nos sucede. Pero no deberíamos ser tan ciegos y estúpidos como para amargársela a los demás, tanto montando guerras como vengándonos por ello, cuando lo más trágico ya pasó y los daños no tienen vuelta atrás. Por mucho que se castigue a los autores del terror, los seres queridos asesinados no resucitarán jamás.
Y por parte de los ex -etarras tampoco estaría de más una reflexión más madura, responsable e integradora de realidades tan opuestas, que supere el egocentrismo de la muy natural alegría al salir de la prisión. No viven solos en el mundo y sus actos, como los de todos, tienen consecuencias emocionales e incontrolables tantas veces para quienes no solo han perdido a sus seres queridos o ellos mismos han sufrido en sus cuerpos y almas, lesiones irreparables (Edu Madina o Irene Villa, por ejemplo), y por mera empatía humana, deberían plantearse si salir de la cárcel, además de alegría por la libertad no debería desarrollar también, la responsabilidad de comprender los límites eufóricos del propio regocijo cuando el origen del mismo ha sido un historial desprovisto de ética, de justicia y de humanidad.
Tal vez la cárcel podría tener un papel pedagógico y terapéutico y, más que castigar, consiga ayudar a transformar la visión del mundo de aquellos seres que aun no han alcanzado el nivel de humanos, aunque tengan la apariencia de serlo. Tanto en el entorno abertxale como en el entorno opuesto: trifachito.
El bien común para ser posible y no una entelequia meramente teórica debe superar todas las tentaciones de privatizarlo tanto por el lado de pretender la exclusiva de la razón absoluta como por el lado del destarifo planificador del conflicto sine die para desestabilizar los mejores logros que hacen posible la convivencia, que es de todas todas, el aroma de la fraternidad y la empatía entre lo aparentemente diverso y necesario para crecer pasando página sin romper ni quemar el libro de la vida en común.
El primer paso es la empatía sin prejuicios
1) colocarse por la inmediatez de los hechos, en la piel de los protagonistas, de su pueblo y sus familias, liberados tras muchos años de cárcel, de alejamiento más punitivo para sus seres queridos que para ellos, sobre todo una vez vacío de sentido su fracasado combate contra el estado. No tiene ningún sentido castigar a los familiares, que ya bastante castigo tienen con tener que aceptar a un peligroso deficiente moral como hijo, hermano, padre o marido y encima tener que cruzar España para visitarle y demostrarle que el amor existe a pesar de que hay gente que no lo merezca por su forma de entender el mundo y destrozar la vida de su prójimo solo por estrategia bélica. Entender que se alegre el pueblo, el partido y la familia por la liberación de los presos vascos, no significa estar de acuerdo con lo que hicieron y por lo que ya han pagado gran parte de su vida entre rejas. Hay castigos peores que la muerte, mucho más dolorosos y creueles, como son la privación de libertad, el aislamiento y marginación social, la falta de sentido en la vida, una vez desguazado el objetivo vital, ha desaparecido el porqué de la propia existencia, y además el sufrimiento añadido de ver a sus familiares castigados por algo inexistente en la realidad pero indeleble en la conciencia personal y colectiva: el estigma de ser un asesino a sangre fría, un sociópata obediente a sociopatías con más poder que la suya, sin sentimientos humanos. Ese castigo de por vida es peor que morirse.
2) ponerse en la piel de los familiares de las víctimas de Eta y de las víctimas directas que sobrevivieron al horror, ambas totalmente manipuladas por el odio político y el rencor instintivo, mecánico, pero no humano, de quienes solo ven justicia en la venganza. Tienen todo el derecho a su rencor y a su odio, por supuesto, pero también es verdad que en ello llevan como boomerang el autocastigo de una sobrecarga violenta tan inhumana como la de los etarras capaces de odiar y matar por ideas tan obsesivas como el mismo rencor, el mismo veneno que produjo ETA aceptado y asumido por sus víctimas igual que por sus verdugos. En cierta manera, las mismas víctimas con su conducta demoledora de cualquiera atisbo de reconciliación están haciendo que los mecanismos del odio sigan dando cuerda a ETA, haciéndola presente aunque ya no exista desde hace años. No son capaces de imaginar qué pasaría si las víctimas de la memoria histórica, que ni siquiera han podido saber donde fueron enterrados sus muertos la liasen parda cada vez que un facha abre la boca para decir ¡Viva Franco y arriba España! o que unos ministros se pongan a cantar que son los novios de la muerte. Si toda la ciudadanía española se dejase seducir y arrastrar por el rencor como las víctimas de ETA por los argumentos del pp, esto sería un manicomio, porque ¿qué hacer con las secuelas infernales de la Guerra Civil y de la dictadura, que fue como tener una ETA gobernando, encarcelando y asesinando a los españoles que les caían gordos? ¿Qué habrían hecho las familias de mis compañeros de universidad, sin ir más lejos, inocentes, apolíticos, pero cazados a lazo al azar en el Paraninfo de la Complutense, o sacados a rastras y a golpes de los servicios y los váteres, torturados en la DGS y asesinados por "la social" de Billy el Niño, haciendo que parecieran accidentes, desmayos y caídas por escaleras o desde una ventana? En cuarenta años dieron motivos como para odiar y rencorosear hasta el fin de los tiempos...Pero el pueblo sano en la base social, no quiso nada más que el cese de aquel espanto. El fallo fue no pedir cuentas desde los tribunales internacionales una vez instaurada la aparente democracia. No querer remover el fango ni hacer sangrar a nadie más. Pasamos del rencor al entendimiento, hasta a admitir que el ministro franquista Fraga, que convirtió la calle en su safari personal, llegase al Congreso como diputado en vez de quedar invalidado por los tribunales para ejercer cargo político alguno y ser una vergüenza nacional en vez de el fundador del pp, que ahora saca de su chistera el negocio demagogo del rencor. Si Euskal Herría fue con Catalunya y Asturias una de las tierras más castigadas por las represalias, la derechona debería dejar de hacerse la víctima que no es, porque no es compatible con ser verdugo, entender el proceso de lucha, rebeldía y desapego de sus gentes. Sólo fue ETA. Un grupo de rencorosos como ellos. No Euskadi ni los vascos. La historia no solo se escribe con tinta, además los verdugos y sus jefes feudales la escriben con sangre y les pone cantidad, les droga, cantar entusiasmados su derramamiento cuanto más profuso, mejor ('y volverán tus hijos ansiosos al combate con la española sangre derramada y la enemiga carne en las espadas, tu nombre y tus hazañas cantarán' -¿en manada quizás?- dice el himno de infantería, para echarnos un cable en la traducción e interpretación de textos)
Ya basta, porfa. Recuperemos el oremus perdido y pongamos fin a ese horripilante cuento tenebroso de nunca acabar. Nos sobra relato y nos falta interiorización de lo vivido. Profundidad. Poesía medicinal que nos ayude a ver lo que tenemos delante sin que la euforia de la cháchara nos lo impida y las metáforas escapistas no nos dejen ver el bosque.
El hecho en sí, nos da el resultado de lo que nuestra sociedad es incapaz de superar: lo irremediable que escapa a todo control y que cuando sucede destroza las vidas de todos los afectados, pero que no debería cultivarse como una realidad constante y virtuosa cuando ya el tiempo ha borrado los límites entre realidad y recreación y a falta de materia la mente y las emociones le dan cuerpo y dimensiones imposibles de sostener si no es a cambio de desequilibrarse y de nutrirse de miseria espiritual, sin ser capaces de alcanzar ni el arrepentimiento ni la capacidad de perdonar. Somos libres para elegir amargarnos la vida o no, con lo que nos sucede. Pero no deberíamos ser tan ciegos y estúpidos como para amargársela a los demás, tanto montando guerras como vengándonos por ello, cuando lo más trágico ya pasó y los daños no tienen vuelta atrás. Por mucho que se castigue a los autores del terror, los seres queridos asesinados no resucitarán jamás.
Y por parte de los ex -etarras tampoco estaría de más una reflexión más madura, responsable e integradora de realidades tan opuestas, que supere el egocentrismo de la muy natural alegría al salir de la prisión. No viven solos en el mundo y sus actos, como los de todos, tienen consecuencias emocionales e incontrolables tantas veces para quienes no solo han perdido a sus seres queridos o ellos mismos han sufrido en sus cuerpos y almas, lesiones irreparables (Edu Madina o Irene Villa, por ejemplo), y por mera empatía humana, deberían plantearse si salir de la cárcel, además de alegría por la libertad no debería desarrollar también, la responsabilidad de comprender los límites eufóricos del propio regocijo cuando el origen del mismo ha sido un historial desprovisto de ética, de justicia y de humanidad.
Tal vez la cárcel podría tener un papel pedagógico y terapéutico y, más que castigar, consiga ayudar a transformar la visión del mundo de aquellos seres que aun no han alcanzado el nivel de humanos, aunque tengan la apariencia de serlo. Tanto en el entorno abertxale como en el entorno opuesto: trifachito.
El bien común para ser posible y no una entelequia meramente teórica debe superar todas las tentaciones de privatizarlo tanto por el lado de pretender la exclusiva de la razón absoluta como por el lado del destarifo planificador del conflicto sine die para desestabilizar los mejores logros que hacen posible la convivencia, que es de todas todas, el aroma de la fraternidad y la empatía entre lo aparentemente diverso y necesario para crecer pasando página sin romper ni quemar el libro de la vida en común.
No hay comentarios:
Publicar un comentario