Siete jueces con acelerador y marcha atrás
Elisa Beni
Los doce líderes independentistas en el banquillo del Tribunal Supremo EFE
"Al
leer aquellos dos primeros actos de Cuatro corazones con freno y mar
cha atrás, construidos para los teatros de Broadway, comprendí que le resultarían excesivamente largos al nervioso e impaciente público de España; y su acción, demasiado diluida. Los corté y comprimí".
cha atrás, construidos para los teatros de Broadway, comprendí que le resultarían excesivamente largos al nervioso e impaciente público de España; y su acción, demasiado diluida. Los corté y comprimí".
Enrique Jardiel Poncela
En estos tiempos todo se altera. Leo informaciones en
periódicos, de los que aún encajan, con matices, en el criterio de
serios –los otros los abandoné por prescripción ética hace mucho–, que
explican como el tribunal del juicio del procés se ha visto obligado a
trasladar la declaración testifical de Rajoy y otros políticos al
miércoles porque no ha dado tiempo a que declaren Cuixart y Forcadell.
Me parece tremendo que una frase se trastoque todo el relato y se le
sustraiga al lector el análisis de la realidad, como si la realidad no
tuviese consecuencias que pudieran ser del interés de la ciudadanía o
como si el periodista pudiera obviar la misma.
Yo
siempre supongo que a mi amable lector sí le interesa lo que de verdad
sucede y la interpretación que puede hacerse de ello. Lo cierto es que
el tribunal se ha corregido a sí mismo y luego se ha enmendado la plana a
la vez. Todo sin aparente intervención de nadie. Piensen si es posible.
Mientras las fuentes de su entorno y de su interior han manifestado de
forma privada que las elecciones no les moverían el calendario, les
hemos visto después acelerar y luego dar marcha atrás sin solución de
continuidad. Si un proceso no fuera per se un drama, y más este, podría
parecer un eco lejano de una comedia de Jardier Poncela. No nos vayamos a
dramaturgo tan lejano. Como dice un admirado presentador y cómico
actual, vamos a contarles la verdad. Luego ustedes, saquen sus
consecuencias.
El calendario inicial del Tribunal
Supremo no había previsto la fecha de inicio de la fase testifical. No
había citaciones. El tribunal había establecido un plan de ordenación de
las sesiones genérico, que pretendía el señalamiento de tres días a las
semana a razón de seis horas diarias –martes, miércoles y jueves de
diez a dos y de cuatro a seis– que preveía extenderse como mucho hasta
principios de mayo, para no mezclar las sesiones con el inicio de la
campaña de las previstas municipales y autonómicas, con todo el fair
play debido a la doctrina Ruiz Vadillo. Contaban así con cerca de 250
horas de vista oral. Es el presidente del Gobierno el que sorprende el
viernes pasado anunciando el adelanto electoral, y la reacción inicial
del Tribunal Supremo –según mis diversas fuentes– es la de no mover en
nada ese calendario dado que se trata de un juicio con presos
preventivos que no puede verse paralizado o suspendido por decisiones
políticas. Parecía una opinión común y pacífica en el tribunal y en la
Fiscalía y así se lo conté el domingo pasado. Ni siquiera especulé con
la sorpresa desagradable que para algún operador jurídico implicado
supuso esa convocatoria inesperada, porque eso ya sí son cotilleos.
El
juicio comenzó el martes pasado, sin embargo, con varias sorpresas. Una
fue la diligencia de ordenación que citaba a testigos de la acusación
popular y de las defensas para este mismo martes 26. Novedad mayúscula.
No sólo porque suponía asumir que en los tres días se iban a terminar
los interrogatorios de todos los acusados, lo que era imposible a todas
luces, sino porque alteraba las normas establecidas en la Ley de
Enjuiciamiento Criminal que colocan en primer término las testificales
propuestas por la Fiscalía y otras acusaciones y en último término las
pedidas por la defensa. Pues bien, el mismo martes pasado se citaba
formalmente a Rajoy y a Soraya Sáenz de Santamaría, entre otros, para
ser interrogados el martes que viene como testigos, comenzando por el
abogado de Vox que les ha reclamado. Los testigos de la Fiscalía pasaban
a la cola. Para llegar a eso había previamente que concluir con la
declaración de los acusados.
La consecuencia directa
fue que se intentó imprimir un ritmo de vértigo al juicio. La sesión del
miércoles fue maratoniana y se extendió mucho más allá del horario
previsto inicialmente. Esa parecía la nueva tónica, pero el acelerón
tuvo que ser frenado de nuevo después de que las defensas protestaran
por las largas sesiones que, unidas a los horarios de las prisiones y a
la intensidad de los interrogatorios, podían mermar el estado de
atención necesaria de sus representados y, por ende, su derecho de
defensa. La cosa era tan obvia que el tribunal volvió a refrenarse y
optó por retrasar la comparecencia de los testigos políticos al
miércoles. No daba tiempo. Algo obvio para cualquiera que esté
acostumbrado a manejar los tiempos para señalar un procedimiento, pero
no olviden nunca que el Tribunal Supremo es un tribunal de casación, que
rara vez hace vistas y que no maneja nunca macro procesos. No tienen
costumbre. Es lo mínimo que se me ocurre.
Lo cierto es
que en tres días se pasó de afirmar que no habría cambios ni
suspensiones ni retrasos a raíz de la convocatoria electoral a alterar
el orden de los testigos e intentar acelerar el juicio. Estas decisiones
son potestad del presidente, aunque por deferencia se suelen hablar
informalmente entre los miembros del tribunal. Nunca sabremos qué
propició este cambio de actitud. O a lo mejor sí. No hace falta ser un
lince para darse cuenta de que cuanto más tarde se produjera un
interrogatorio de Vox a los exlíderes del PP más influencia electoral
tendría. Tampoco nos debe sorprender que los jefes del Gobierno y de la
oposición y sus entornos tengan el teléfono de Marchena, a fin de
cuentas lo iban a nombrar por consenso presidente del CGPJ.
Por
lo demás, el juicio avanza dejando tras de sí su estela jurídica pero
también su correlato audiovisual. Eso es algo que nunca previó la Ley de
Enjuiciamiento Criminal. Los medios de comunicación editan y
seleccionan frases y planos como si de una acto electoral, una rueda de
prensa o un mitin se tratara. No hay que sorprenderse, va en su
naturaleza. Sucede que eso puede dar una sensación sesgada de la vista y
de hecho la da. Es cierto que el interrogatorio de los procesados no es
la parte más potente a efectos probatorios, dado que no están obligados
a decir verdad ni a implicarse. Aún así ya nos hemos dado cuenta de que
no será un sagaz interrogatorio de la Abogacía del Estado el que nos
deje al descubierto la raíz de una sedición. También nos ha quedado
claro que del baile de parejas de la Fiscalía, sólo hay un bailarín
solista que lleve tantas horas de juicio en sus puñeta que sea capaz de
estructurar un interrogatorio incisivo y, si se quiere, peligroso. Aún
así, hemos oído muchas preguntas que apuntan a la desobediencia y a la
malversación y menos dirigidas al corazón del delito de rebelión. Está
difícil. Casi todas acaban hablando de cosas que se refieren al derecho
de manifestación y no es esta una de las menores anomalías de este
juicio.
Respecto a la actuación del presidente en su
tarea de policía de estrados y director de los debates, no se le puede
reprochar a Marchena, desde luego, una tiránica presencia. Si acaso, en
mi modesta opinión, sería una presencia decididamente escasa como
elemento de control de las declaraciones. Creanme si les digo, y los
juristas lo saben, que es raro que se permita tanta amplitud de
explicaciones, argumentaciones y peroratas sobre cuestiones que en nada
afectan al proceso penal. Ni a los acusados ni a los fiscales. Se deduce
de ello que el tribunal, y su presidente, quiere evitar la más mínima
crítica, reproche o recurso sobre una posible restricción del derecho de
defensa. Han pensado que más vale pecar de manga ancha. Quizá tengan
una psicoanalítica mala conciencia sobre las restricciones o
vulneraciones de derechos que se han podido producir en la instrucción o
quieran minimizar las posibilidades de un reproche de Estrasburgo que
les revolcaría. ¿Quién sabe?
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