¡Del Quijote también podemos aprender homeopatía!
Os preguntaréis cómo es eso posible, sobre todo porque Don Quijote de la Mancha se publicó en 1605 por Miguel de Cervantes, mucho antes de que lo hiciera la primera publicación científica sobre la Homeopatía escrita por Samuel Hahnemann en 1796.
Tampoco quiero utilizar a su personaje principal para hablar de la heroica lucha de los homeópatas por defender su verdad, como hace poco evocaba mi compañero J I Torres.
Lo que quiero es destacar cómo hay personajes en El Quijote, como en tantos otros libros, cuya constitución física y psicológica está maravillosamente dibujada. La imagen es tan evocadora que se vuelve evidente que estas “constituciones” existen, y se nos antojaría ridículo intentar negarlo por mucho que la “medicina moderna” nos diga que no hay evidencia científica que ampare un abordaje específico para cada tipo de paciente según su constitución.
He escogido la imagen de Alonso Quijano y Sancho Panza porque son un ejemplo muy claro de contrapunto, tanto en lo físico como en lo psicológico: uno es alto y delgado, también nervioso y soñador; el otro es bajito y redondo, también tranquilo y realista. En homeopatía, se conoce a estas diferentes constituciones como “fosfórica” y “carbónica” respectivamente. Es así porque cada uno tiende a ser sensible (y responder favorablemente) a un principio activo, el que se obtiene de la Calcarea phosphorica o bien de la Calcarea carbonica.
Cuando nos fijamos en estos pacientes, podemos observar que no tienen en común una constitución física y mental, sino que también tienden a tener el mismo tipo de problemas de salud. Hay que entender esta idea con flexibilidad, ya que no todos las personas desarrollan todos los problemas ni tienen todas las características de cada tipo, sino que hablamos de tendencias; unos hábitos de vida y alimentación adecuados pueden tener un efecto preventivo muy eficaz, además del que ejerza el propio tratamiento homeopático.
Así, el carbónico tiende a tener problemas de sobrepeso, litiasis, pólipos, eczema, infecciones ORL (otitis y rinofaringitis) de repetición, etc. En lo mental, es lento, miedoso y en seguida se deprime, pero también es estable, ordenado y tenaz. En cambio, el fosfórico tendrá más problemas broncopulmonares (¿la imagen clásica del tuberculoso no es siempre una persona delgada, ansiosa y bohemia?), cefaleas, trastornos digestivos (con la tripa suelta) y dolores óseos (como los típicos dolores de crecimiento, tan difíciles de tratar de otra manera) y desmineralización (caries frecuentes, osteoporosis). En lo mental, es ansioso y cambia del entusiasmo al abatimiento con facilidad, incluso a lo largo del día; pero también creativo y soñador (útil también para el diseño de una estrategia empresarial, no sólo para escribir novelas). Apuesto a que todos tenemos ya en nuestro pensamiento amigos y familiares a los que podríamos en estas categorías.
Las personas que no entran en estos estereotipos también tienen su lugar en la homeopatía: ¡Fijaos que en la foto también esta Rocinante! Sería un ejemplo de “fluórico”, que responde a derivados de la Calcarea fluorica y su principal característica es la asimetría o desproporción (en los dientes, en el tamaño de la nariz o las orejas, en la longitud de los miembros o los dedos, etc). Se caracterizan por tener exóstosis (calcio fuera de sitio, como en la artrosis), hiperlaxitud ligamentosa y trastornos del tejido conectivo (que da la elasticidad correcta a los tejidos), con rigidez y endurecimiento de la piel o las arterias. En lo mental tienden a ser impredecibles, desordenados, a veces destructivos (rasgos habituales de muchos trastornos cada vez más frecuentes como el TDAH); pero pueden ser brillantes como en el estereotipo del “genio loco”. Los “sulfúricos” por su lado disfrutan de un aspecto más armonioso, son robustos, resuelven sus problemas de salud de forma “explosiva” (fiebre alta, diarreas de eliminación, erupciones cutáneas, secreciones abundantes en las infecciones, etc) y mentalmente tienden a ser alegres y optimistas aunque pueden ser demasiado expresivos en sus reacciones, con accesos intensos de ira (es curiosa la expresión “sulfurarse” como sinónimo de enfurecerse).
Las constituciones que hemos descrito se fundamentan científicamente en el predominio del desarrollo de unas y otras “capas embrionarias” (los 3 tejidos principales del embrión a partir de los cuales se desarrollan todos los demás): endodermo para los carbónicos, ectodermo para los fosfóricos, mesodermo para los sulfúricos, y desajustes para los fluóricos. Los elementos que los representan (carbono, fósforo, fluor y azufre) también son representativos, pues el carbono es muy estable y el fósforo altamente inestable. En la medicina clásica se corresponden con los biotipos pícnico (brevilíneo), leptosómico (longilíneo), atlético y displástico.
No son los únicos biotipos que se han desarrollado en homeopatía: están los “modos reaccionales” (psórico, sicótico, tuberculínico o luético según la correspondencia con enfermedades frecuentes de la época y que hoy siguen siendo útiles aunque deben ser reinterpretados) y las constituciones bioquímicas (carbonitrógeno, oxigenoideo e hidrogenoideo), por ejemplo. No son más correctas unas que otras, son tan sólo diferentes maneras de mirar y clasificar a las personas y sus tendencias a enfermar, y unas serán más útiles que otras según para qué queramos usarlas. Es como cualquier otra clasificación, por ejemplo, los coches según su tipo de motor, su potencia o el número de plazas.
Otras medicinas tradicionales como Ayurveda manejan conceptos similares, y resulta que existen investigaciones que corroborarían dicha relación entre los biotipos y la genética. Es el caso de un artículo publicado en la prestigiosa revista “Nature” que aborda la relación entre los tipos o constituciones ayurvédicos y la genética, con buenos resultados que permiten clasificar a los individuos de la misma manera tomando los criterios tradicionales o usando los análisis genéticos.
Ya habíamos hablado en este blog sobre homeopatía y genética, proponiendo paralelismos entre la farmacogenética y la homeopatía. Es probable que los perfiles de paciente que de acuerdo con nuestra metodología serían más sensibles (mejor respondedores) a uno u otro medicamento homeopático, se ajusten a perfiles genéticos como los que empiezan a utilizarse para definir los buenos respondedores a ciertos fármacos convencionales. Un perfil de buen respondedor (tanto por sus síntomas como por sus fragilidades o enfermedades actuales y pasadas, como por su constitución física y psicológica) podría ajustarse de tal manera a las posibilidades de un medicamento, que éste le ayude de forma global y modifique sus patrones de reacción tan profunda y permanentemente que pueda ayudar al enfermo incluso en enfermedades graves y crónicas.
Ojalá que “la evidencia” en el sentido de “lo evidente” de la existencia de patrones y perfiles, junto con las pruebas científicas que vienen de investigaciones como ésta sobre la relación entre genes y biotipos ayurvédicos, o ésta otra sobre hiperlaxitud articular y ansiedad (y pronto también problemas de piel), consigan ayudar a ampliar horizontes a toda la comunidad científica por el bien de los pacientes. Si bien estos biotipos o constituciones están dictados por la observación y la experiencia, son explicables desde diferentes ángulos incluyendo la ciencia moderna.
La consecuencia positiva de su incorporación es una oportunidad más de ver e interpretar al paciente, a la persona, de una manera global e integrada.
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