sábado, 9 de febrero de 2019

Pablo Casado nos pone a parir




Ya sea por una querencia incontenible a liderar la carcundia o porque dejó sin terminar un máster sobre cómo evitar ser un bocazas, Pablo Casado se nos está revelando como un joven muy retrógrado al que el siglo XXI le viene demasiado grande. Sus últimas manifestaciones sobre el aborto, en las que promete derogar la ley de plazos para volver a la de supuestos, y su consideración de las mujeres como máquinas de producir cotizantes sólo pueden calificarse de repugnantes.
Ha dicho Casado estar muy preocupado por el invierno demográfico español y, para ponerle remedio y asegurar la financiación del sistema de pensiones y la Sanidad pública, propone el del PP pensar en cómo tener más hijos “y no en cómo los abortamos”. Le faltó calificar al aborto de asesinato, aunque ello venía implícito en su recomendación de ver ecografías a partir de la semana 20 de embarazo: “Que es una vida, que no es un tumor”, aseguró. Actualmente, la ley permite la interrupción libre del embarazo hasta la semana 14 de gestación y sólo hasta la 22 en casos de peligro para la vida de la madre o graves anomalías del feto.
A estas alturas, no tiene mucho sentido explicar a Casado que el número de abortos se ha ido reduciendo paulatinamente desde la aprobación de la ley de 2010 o que la interrupción del embarazo no es un capricho sino un decisión consciente y dolorosa a la que se suelen ver obligadas las mujeres fundamentalmente por motivos económicos y laborales. Y, por supuesto, no es una herramienta de conciliación como apuntaba su vicesecretario de Organización Javier Maroto, que mantiene la teoría de que el supuesto de aborto más habitual es el del tercer hijo del matrimonio para evitar cambiar a un coche o a una casa más grande. Eso sí, cuando le preguntaron hace unos meses si él y su marido pensaban ampliar la familia su respuesta fue un rotundo no. “Es una decisión personal”, explicaba.
Lo que sí es obligado es exigir a quienes así piensan que prediquen con el ejemplo. Es llamativa, por ejemplo, la preocupación de Casado por la sostenibilidad de la Seguridad Social tratándose de alguien que ignora lo que es una cotización porque su único trabajo fuera de la política consistió en unas prácticas de dos meses en una filial del Banco de Santander en Suiza. Las partidas para pensiones y Sanidad hubieran agradecido mucho también que el PP no se hubiera convertido en una máquina de latrocinios con muchos de sus dirigentes dedicados al saqueo sistemático de los fondos públicos.
Suena a chiste que quienes dejaron de gobernar hace unos meses reclamen urgentemente ayudas a la maternidad, a la conciliación, a la emancipación y a la vivienda, cuando en sus casi ocho años en el poder su principal ocupación fue desmantelar el Estado del Bienestar y favorecer una reducción salarial que sigue impidiendo a muchas familias pensar en otra cosa que no sea la mera subsistencia. O que propongan ahora derogar una ley del aborto que mantuvieron intacta tras enseñar a Gallardón la puerta de salida.
Enemigo declarado de los inmigrantes, por eso de que madrugan poco, consumen las ayudas sociales, no respetan las costumbres, matan carneros en casa y atentan contra el universal principio de la Hispanidad, a Casado sólo le falta reclamar la prohibición de los anticonceptivos, que al fin y al cabo no dejan de ser una causa primigenia del achatamiento de la pirámide de población. Contra ese invierno demográfico bien podría actuar el PP imponiendo a sus militantes y a su presidente la cartilla de familia numerosa. Lo del desierto neuronal sí que es una batalla perdida.

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