¡Que os compre quien os entienda!
Salida del presidente del Parlament de Catalunya, Roger Torrent,
atiende a los medios de comunicación tras salir de la prisión de Alcalá
Meco.
EFE
"Atravesamos una época de tensión exagerada del ánimo político y estamos habituados a un sensacionalismo político de tal fuerza, que el hombre que se levanta a hablar y no tiene alguna cosa tremenda que decir(...) o alguna amenaza que poner en circulación, parece que queda disminuido"
Manuel Azaña. Discurso a los republicanos catalanes (1934)
He llegado a ese momento en el que no entiendo casi nada ni a casi
nadie. Y no es que no entienda a los que han decidido tirar por la borda
la racionalidad, el sentido de las palabras y de la mesura, el sentido
de la política y del Estado, es que no les entiendo nada a ellos pero
menos a los que consideran sus enemigos y poco a los que anidan en el
poder. No comprendo a todos aquellos que se sienten magníficas personas
por dar más valor al territorio que a sus habitantes porque,
parafraseando a Azaña, "una cosa es que a mi me pareciera descaminado lo
que se iba a hacer y lo que se ha hecho en Barcelona y otra muy
distinta que yo prestase mi aprobación a la política que se ha hecho en
Madrid, que también me parece mal, y a la que yo no podía parecer
adherido ni directa ni indirectamente".
Me ha
resultado inspirador volver a leer a Azaña porque me siento menos sola
pero también porque me siento más vacía y más yerma al comprender cómo
no sólo no hemos mejorado la calidad de nuestro pensamiento político
sino que hemos caído en un pozo de indigencia intelectual, de descaro
electoral y de inanidad. Hoy traigo para todos, pero no en igual medida
ni por los mismos motivos. Hoy tengo que decirles que estoy astragada de
maniobrerismos, de movimiento tácticos, de torpezas políticas, de
intereses particulares, de urgencia de poder. Hoy tengo que decirles que
entiendo ese sentimiento trágico de España que tanto tuve que estudiar y
que tan lejano me parecía entonces.
"¿Qué no habrá
que hacer para mostrarse digno de un pueblo así, para merecer mandarlo y
guiarlo? Hay que hacer terribles sacrificios, y aunque parezca
paradoja, hay que sacrificar incluso la popularidad. El que dirige y
acaudilla un partido está en la obligación sagrada, so pena de ser un
mal hombre y mal ciudadano, de no abusar de la ingenuidad popular, de no
envenenarla ni desviarla, de ser sincero con ella, y decirle lo que de
verdad piensa, aunque se aun delito lo que se piense, y jamás ocultar la
sinceridad del corazón que uno pone al servicio del bien público". Es
la voz de Azaña de nuevo. Justo antes de ser encarcelado sin acusación
por su presunta ayuda a los rebeldes de Catalunya. Sus palabras deberían
resonar en los oídos de Casado y de Rivera, que ya han encontrado su
bocado de oro para intentar atajar hacia el ansiado poder. Han dejado de
momento a Venezuela en el rincón. La vaga tormenta del relator era más
eficiente. ¡Púdrete Guaidó hasta la próxima!
Pero es
que también debería escucharle con atención Sánchez. "La percepción de
lo que es verdadero y justo se ha de anteponer a todo (...) pero
posponer la obligación por conservar la popularidad, o valerse de ella
en provecho de nuestra ambición, sería un fraude, un crimen, que
nosotros no cometemos nunca", decía en ese mismo discurso Azaña. ¿Lo
hace ahora el presidente del Gobierno? ¿Abandona su obligación de
intentar por todos los medios encontrar una salida democrática para
restaurar la convivencia? "El deber del político, si merece este nombre,
es tratar de integrar en una fórmula de gobierno, en una fórmula de
acción, en una hechura política, los más de los factores contrapuestos
que abocan a una crisis la vida de la sociedad. Cuando se integran en
una fórmula política los elementos en pugna, aunque no se obtenga otro
resultado, es ya encaminar la crisis a una solución". ¿No sería mejor
libro de cabecera éste que Redondo? ¿No podrían los barones socialistas
ocupados en recontar sus posibilidades en mayo tener mayor altura de
miras? "El poder no me interesa sino como instrumento de
creación"-prosigue el ex presidente en su discurso a los republicanos
catalanes del 30 de agosto de 1934- "Acometimos una obra de
transformación desde el poder. Se nos llamó perturbadores, se nos llamó
antiespañoles".
Y tampoco entiendo a los
independentistas. No por el hecho de serlo, que eso puedo no compartirlo
pero lo asumo, sino por cómo están conduciendo la situación sin asumir
que el arriesgado plan que decían trazado no ha triunfado ni podrá
hacerlo en esos términos y a los que no parece importarles ni la falta
de gobierno de los asuntos que les son propios, ni la parte de
responsabilidad que les corresponderá si permiten que la fuerzas de
derechas centralistas, aliadas con la ultraderecha, se hagan con los
designios de España y, por ende, con los suyos propios. "Cuando vengo a
Cataluña a ser catalanista, no a adular a los catalanes, ni a hacer por
conquistar generosidades que no me sirven para nada, sino a decir que
creo en la patria de los catalanes, parte de la patria española, ostento
en la política autonomista dos caras: la catalana y la española, y
trabajo por la autonomía y las libertades de Cataluña y de los demás
pueblos peninsulares (...) y no ignoráis que mi posición, yo que no he
inventado ni el problema catalán ni el vasco, me ha costado en algunos
lugares de España comprometer una posición política (...) lo he hecho al
servicio de vuestros justos ideales, y me ha valido el aborrecimiento
de muchos que se creen más finos españoles".
No me
voy a extender en el oportunismo y la manipulación de la manifestación
convocada por tan promiscua recua de derechistas. Voy a hacerlo para
exigirle al gobierno socialista una postura valiente y comprometida. Una
postura que no gire, que no torne, que no vaya y venga según las
encuestas y las presiones de las poltronas. Voy a pedir que se hable con
relatores o con mariachis si son precisos para salir de esta situación
dolorosa e infecunda que nos mantiene estancados, podridos, mientras se
agolpan en las puertas europeas retos y problemas que van a despertarnos
a la realidad de una cruda bofetada, como ya nos tiene acostumbrados la
Historia.
Sólo alcanzo a entender mínimamente a
aquellos cuyas ideas no comparto bajo ningún concepto. Dolorosa
paradoja. Y lo hago porque no me saja las carnes el darme cuenta de que
nada les importa más que conseguir su único objetivo que es el poder. Lo
que me abre en canal es darme cuenta de que no puedo entender a
aquellos con los que tendría mucho que compartir, porque me duele
reparar en que a ellos también les pesan cosas que creen más importante
que el futuro.
Sé que hoy me ha escrito el artículo
Azaña y por eso con él termino, porque es un gusto recordar que hubo un
día en el que en la esfera política brillaba el intelecto y la sabiduría
política. "Si a los españoles, en general, se les hubiera enseñado
mejor la historia de su país, si se les hubiera agudizado el sentido
crítico, si se les hubiera enseñado a distinguir lo que es perdurable y
noble y lo que es glorioso en el pueblo español (...) de lo que es
caduco y temporal, y lo que es aborrecible y odioso; si se hubiera
enseñado esto, no habría habido entre nosotros, castellanos y catalanes,
la menor dificultad". Ahí seguimos enfangados, ochenta y cinco años
después.
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Marita estaba horrorizada. Cada mañana de domingo al levantar las persianas de su casa, un segundo piso en un barrio del centro de una gran ciudad, de cuyo nombre prefiero olvidarme, (parafraseando a Cervantes, porque podrían ser tantas...) se encontraba el mismo panorama: una alfombra de papelujos, envases de plástico, botellines de todo lo bebible, colillas volando y papeleras a rebosar, vomitonas en las aceras, contenedores a tope y cagadas de perro sembradas por todas partes; si abría las ventanas para ventilar, el pestazo a orines perrunos y medianamente humanos, envasado en el CO2 que tan generosamente reparten los coches y autobuses, invadía la casa, así que era peor la ventilación externa que el aire sin ventilar de las habitaciones.
Llevaba así más de diez años , viendo como la cosa empeoraba cada día un poco más. Había ido al Ayuntamiento, había presentado escritos de denuncia, había participado en los plenos, había escrito cartas al director en todos los periódicos, hasta de ámbito nacional, no sólo regional. No había servido de nada. La mejor respuesta había sido la sonrisa y la mirada compasiva de alguna persona encargada de dar la cara, pero sólo eso.
Aquella mañana dominguera de abril, Marita ya no pudo más. Cogió unas bolsas de basura, la escoba de la terraza y el recogedor, los guantes de goma, el cubo de fregar y un bote de lejía, más la llave del cuarto de contadores del bajo, donde había una pileta y un grifo. Una vez en la calle se puso a recoger basuras y a meter las bolsas en los contenedores haciendo presión, y cuando ya no cabían las fue apilando atadas unas con otras, junto a los contenedores, e incluso en los alcorques de algunos árboles vecinos, como medida provisional y pidiendo disculpas a cada árbol por el atraco a su raquítico territorio expansivo asignado a sus maltratadas raíces. Quitó las cacas de perro. Regó varias veces, limpió las dos aceras. Los vecinos empezaron a mirarla desde los balcones y ventanas, luego dos vecinas de mediana edad y un chico con rastas bajaron y empezaron a ayudarla, luego llegó un señor calvo y grandullón, con un chandal del Vilareal que les echó una bronca por usurpar las funciones del equipo de limpieza municipal, que ya vendrían el lunes a cumplir con su trabajo, pero ellas no respondieron, no estaban para perder el tiempo en rifirrafes, cuando la mierda era ya un verdadero peligro para la salud pública y el viento la repartía en todas direcciones.
Dejaron irreconocible la sección de calle más próxima a sus viviendas y rematada la faena, guardaron el material de limpieza en el cuarto de los contadores y se fueron las cuatro a desayunar al único bar que estaba abierto a esas horas intempestivas: las diez de la mañana de un domingo en el centro de una ciudad que vive, entre otras cosas, del turismo, el jolgorio desmadrado y sus secuelas, como ya va siendo "normal" en toda ciudad con pedigrí casposo. Los demás locales de colocón nocturno permanecían cerrados hasta mediodía. Era lo que había desde por lo menos, los años 80 del pasado siglo XX. La costumbre adoptada y perpetrada. La mierda de algunos se había convertido en patrimonio de todos. Un "bien común" por narices.
Pero aquella mañana los vecinos y transeúntes se sorprendieron al salir a la calle y ver un trozo de vía, a cada lado de la calzada, limpio y despejado. Oliendo a fresco. El domingo siguiente, ya no fueron cuatro las limpiadoras, fueron doce de ambos géneros y no solo limpiaron su trozo de manzana, sino media calle, al tercer domingo, ya eran unas treinta y hasta niñas, niños y adolescentes, ayudaban encantadas y superfelices de echar una mano a los mayores para dejar bonita su calle y otras de alrededor. En un mes, los y las kellys voluntarios, eran más de ciento cincuenta, entonces llamaron a los medios de comunicación y pidieron audiencia a la alcaldía, llevaron fotos de los antes y los después, presentaron informes de la salud pública y las facturas de los impuestos por limpieza municipal. Fueron primera página en todos los periódicos e invitados a las tertulias del IBex35, en radio y tv. Una de las limpiadoras era abogada e hizo, gratis, una reclamación por daños y perjuicios, que una vez llevada a los tribunales, obligó al Ayuntamiento a indemnizar al vecindario reclamante por una falta de servicio y eficiencia ya pagado, que a su vez se invirtió, de común acuerdo, en comprar un bajo a nombre de la AAVV del barrio, en el que domiciliar el proyecto de convivencia y convertirlo en una iniciativa cultural, con una biblioteca y un aula para reuniones, atención personalizada a los problemas, coloquios y talleres.
El cabreo y el hundimiento anímico de Marita no habían sido en vano. Marita podría haberse llamado Elisa. ¿Por qué no? Claro, que el nombre suele ser lo de menos cuando hay conciencia, rebeldía inteligente y ganas de cambiar las cosas. Sobre todo, porque las cosas no cambian por arte de magia desde las cúpulas de cualquier tipo de poder enviciadas y engolfadas en sí mismas, si los cimientos no son lo suficientemente sólidos en la base para soportar el peso de la nada y el vacío de sustancia por exceso de trámites mareantes, innecesarios, interminables, y tantas veces tan inútiles como obstaculizadores y devastadores de lo esencial.
A lo mejor Azaña no habría sufrido tanto si los españoles de la base social, en vez de analfabetos, ignorantes y acomplejados por sus deficiencias cognitivas convertidas en historia, hubiesen ido a la escuela, hubiesen aprendido a pensar por su cuenta y a poner en práctica una revolución de verdad, no como la contrarevolución que apoyó a Fernano VII como a Isabel II, a Alfonso XII y XIII, a J.C I y sigue apoyando a Felipe VI, con el mismo mantra: ¡vivan las caenas! , aunque no lo griten, lo hacen que es peor aun.
Nadie va a mejorar a un pueblo que no sea capaz de mejorarse a sí mismo y siempre está a la espera de un Godot que nunca llegará si no es para aplastarlo mejor y con astucias cada vez más redomadas, que para colmo se aceptan tan ricamente como 'normalidad constitucional' y como un juego de tronos entre castas parásitas a mil años luz de la realidad.
Es necesario sacar del baul y reconocer a esa Marita que todas y todos llevamos dentro y mirar de frente la domesticación farisaica católico-fascio-casposa que ha deformado conciencias durante años y años, disfrazada de educación elitista,"para niñas bien" y por ello está impidiendo aun nuestro desarrollo como estado, como sociedad, como inteligencia colectiva y también, cómo no, como individuos, aprisionados en la personalidad del ego, -en las tres "pes": poder, placer y pánico- que es el territorio de lo aparente, donde permanecemos secuestrados, manipulados e ignorantes de nuestra conciencia individual que es la esencia real de lo que somos y la única que puede convertirnos, convirtiéndose a su vez en un verdadero nosotros. O sea en fraternidad universal, que sería imposible sin libertad ni igualdad.
A lo mejor Azaña no habría sufrido tanto si los españoles de la base social, en vez de analfabetos, ignorantes y acomplejados por sus deficiencias cognitivas convertidas en historia, hubiesen ido a la escuela, hubiesen aprendido a pensar por su cuenta y a poner en práctica una revolución de verdad, no como la contrarevolución que apoyó a Fernano VII como a Isabel II, a Alfonso XII y XIII, a J.C I y sigue apoyando a Felipe VI, con el mismo mantra: ¡vivan las caenas! , aunque no lo griten, lo hacen que es peor aun.
Nadie va a mejorar a un pueblo que no sea capaz de mejorarse a sí mismo y siempre está a la espera de un Godot que nunca llegará si no es para aplastarlo mejor y con astucias cada vez más redomadas, que para colmo se aceptan tan ricamente como 'normalidad constitucional' y como un juego de tronos entre castas parásitas a mil años luz de la realidad.
Es necesario sacar del baul y reconocer a esa Marita que todas y todos llevamos dentro y mirar de frente la domesticación farisaica católico-fascio-casposa que ha deformado conciencias durante años y años, disfrazada de educación elitista,"para niñas bien" y por ello está impidiendo aun nuestro desarrollo como estado, como sociedad, como inteligencia colectiva y también, cómo no, como individuos, aprisionados en la personalidad del ego, -en las tres "pes": poder, placer y pánico- que es el territorio de lo aparente, donde permanecemos secuestrados, manipulados e ignorantes de nuestra conciencia individual que es la esencia real de lo que somos y la única que puede convertirnos, convirtiéndose a su vez en un verdadero nosotros. O sea en fraternidad universal, que sería imposible sin libertad ni igualdad.
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