viernes, 12 de enero de 2018

Derribos al por mayor...con salida a un mundo nuevo


Pasa el tiempo. Y nuestra habilidad medidora, contadora y coleccionista de esperpentos ya convertidos en plena normalidad,  ha terminado con otro año más de su colección de muermos en cadena. Me quedo al margen de la actualidad cada vez más histérica e insoportable. A veces es bueno hacer cortes ( y no solo de manga) en los aluviones diarios y en los diarios en modo aluvión. Dejar que la mejor noticia sea la serenidad y el propio fluir de la vida, con su poesía natural -real y encarnada en el presente-. No es posible ser útiles y dignamente optimistas al mismo tiempo, inmersos/as en las alcantarillas y cloacas de lo efímero apestoso, de la deconstrucción de todo lo que rezuma decencia, dignidad e inteligencia colectiva e individual (inseparables ambas para ser posibles). Si repugnante es lo que nos impulsa a salir del mogollón para adquirir perspectivas más saludables, igualmente repugna la vuelta al tajo del absurdo.

Leo a Varoufakis, a Chomsky, a Laval y Dardot, a Emilio Lledó, a Aristóteles, a Kant, a Jordi Pigem y a Jorge Riechmann, -otros Jordis con muchas más nueces que ruido- , a Joaquín Araujo, a Antonio Machado y a Unamuno, a Valle Inclán, a Josep Plá, a Lorca...Los repaso y me repaso. Y me cuesta un gran esfuerzo retomar el vuelo hacia la nada, que tan bien define Michael Ende en La historia interminable. Aquí ya no corre riesgo de extinción del reino de fantasía -que está secuestrada definitivamente y con síndrome de Estocolmo por la cretinez galopante desde hace un puñado de disparates perpetrados en su nombre fraudulentamente, como todo lo que se precia de "moderno", "actual" y rabiosamente enloquecido por su propio estruendo en redes y ratoneras asociales- , sino el reino de la conciencia humana. La humanidad en su  máxima expresión mediática y vocinglera es un fraude contra sí misma. Lo triste es que no lo ve. Que, mayoritariamente, ni se cosca.
 
No. No voy a repasar ahora la lista de destrozos cotidianos. Ya hablan y rechinan por sí mismos. Remover el vertedero si no es para acabar con él y adecentarlo, para convertirlo en huerto urbano o en jardín botánico, sólo sirve para extender inútilmente el pestazo insoportable generado por la putrefacción generalizada. Los dejo en el desguace que es su lugar adecuado. Ya veremos cuando baje la marea del disparate qué sistema de reciclaje tenemos más a mano y con mejores expectativas de adecentamiento. Que comenten otros y otras  las noticias. Yo me niego a participar en la publicidad contagiosa del pudridero.
 
Hoy quiero confiar en lo que aun no ha llegado, en lo que está cociéndose en la mejor sección del alma colectiva. Hoy quiero confiar en el tsunami in crescendo de lo invisible, pero igualmente real; hoy me dejo arrastrar por la certeza de un cambio interno y colectivo en plena gestación, de un efecto cuántico que nos va naciendo dentro del desconcierto, de la ignorancia, del asco, de lo que repugna y espanta. De esa reacción natural que se eleva desde el hundimiento y dice basta a la repetición de las memorias tóxicas, que envuelven la creatividad y su riqueza infinita con los tics  más pegajosos y mediocres del pasado. Una especie de caramelo deshecho, pegado al celofán de una envoltura inoperante y falsa.
Digámonos unos a otras y viceversa, la verdad sin tapujos acerca de nuestras mitologías y parafernalias  sobeteadas: los referentes de que disponemos son muy deficitarios en el mejor de los casos y completamente nefastos y repugnantes en la mayoría de "herencias" rimbombantes. Y no sólo en España (aunque aquí batimos muchos récords en la calamidad compartida). Ya debería bastarnos con lo que estamos viendo y padeciendo por todas partes, desde el sector social y político que nos han puesto delante como menú único y obligatorio, de iglesia y estado, de partidos depredadores, de instituciones inútiles  a la hora de cambiar, mejorar y liberarnos de la mugre hecha legado. El gobierno que nos maltrata y desgobierna contra nosotros es digno "premio" a nuestra falta de sustancia y de nuestro superávit en conformismo y sumisión borreguil.
 
Olvidemos que algún día puede haber un estado justo y protector de la ciudadanía si seguimos en este plan. Es una ilusión irrealizable y un placebo tontorrón y narcotizante, mientras no consigamos despertar en mayoría, en masa crítica, uno por una, unas a otros, como seres individuales interconectados solidariamente, desarrollando una naturaleza crítica y contructiva. El despertar individual, lejos de ser egoísmo, es medicina y necesidad para la conciencia colectiva. El fluido del ego se va transformando en nosotros sin violencia, en yo-sotros/as. Comprendiendo, asimilando, analizando, compartiendo en el mismo movimiento vital. No se fuerza nada ni a nadie, se acaban las rivalidades y los piques; la madurez humana es portadora de la cooperación, del mutuo apoyo, de la pluralidad compartida y enriquecedora. Y eso existe. Hay grupos humanos que ya lo practican y están consiguiendo un cambio en su entorno. Es así como se hacen los cambios duraderos.
Los cambios desde "arriba" desde cualquier cúpula de poder, fracasan antes o después. La historia lo demuestra constantemente; ¿dónde están ahora los valores sociales y políticos del marxismo, del catolicismo o del mismo liberalismo humanitario  e ilustrado de finales del siglo XVIII y todo el XIX? En los estantes de las bibliotecas o en las referencias de la Wikipedia, como lo están las Cuevas de Altamira o las leyendas de la  Atlántida. En coleccionables culturales, pero convertidos ya en tejido muerto, aunque muy hermoso y reconfortante al leerlo y estudiarlo.
¿Por qué? Porque aquellos movimientos extraordinarios no nacieron colectivamente de los individuos despiertos uno por uno, sino por mentes individuales que se dedicaron a buscar respuestas para sí mismas, para sus egos estupendos y brillantes ( en el mejor de los casos) , usando a los pueblos como ratones de laboratorio. Sin que despertasen...No fue culpa de nadie. No había conciencia para más. Y estuvo muy bien el camino realizado. Pero ya insuficiente.
 
Nos ha quedado el legado inalterable de Sócrates, de Jesús de Nazaret, de Buda, de Lao Tsé, de Gandhi, de Rosa Luxemburg, de Martín Lutero, de los teólogos de la liberación, que entendieron que dios o  los ideales políticos no están en las religiones ni en los discursos y organizaciones multitudinarias y glamurosas, sino en los seres humanos que trabajan juntos por el bien común, y que fueron arrinconados, ninguneados y maltratados por el Vaticano y las potencias del capitalismo rampante a lo largo de toda la historia humana. Todos ellos tienen algo en común: no han sido jamás teóricos, han escrito su obra con su vida y su muerte. En distintas experiencias teporales, pero con la misma tinta: el amor, expresado en trabajo, en justicia, en igualdad, en compromiso social y político, en un ética intachable, en la denuncia del sistema egocéntrico desde su misma vida, no sólo desde  manifiestos y sermones. Ahí tenemos el gran tesoro hereditario, escrito en la conciencia de cada uno, en la memoria colectiva del dios inmenso que somos todos juntos.
La realidad humana es divina y no lo sabe; hay que alfabetizarla para que pueda leer en su interior y así comprender  que todo lo que sufre es de su propia elaboración. El resultado de un aprendizaje que ya no tiene salida ni respuestas esperanzadas si no hay un giro intencional, un reconocimiento limpio y transparente de causas y efectos, sin culpas ni sobrecargas acusadoras, sino abierto y creador de esa bifurcación de que habla el Nobel de física Ilia Prigogine, capaz de salir de la entropía en la que  los sistemas de vida acaban hundiéndose cuando no han sabido desarrollar a tiempo los antídotos necesarios para "resucitar" lo que vale la pena y enterrar lo muerto e inútil, el lastre natural de los residuos, mientras no se ha aprendido a reciclarlos con una alquimia adecuada, para la que a veces no queda tiempo ni interés porque la química-negocio se ha hecho el ama del proceso regulador. 
 
En fin, que se puede cambiar todavía...si queremos, claro. Empezando al revés de como lo hemos intentado a lo largo de la historia: desde abajo, desde la conciencia personal, social y global. Jordi Pigem altera el orden y lo llama GPS como metáfora estupenda: Globlal, Personal y Social. Que así se cumpla, por el bien de todos y del Planeta Tierra.

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