martes, 1 de marzo de 2022

Un abrazo inconfinable rebosante de Síes a la Paz y de Noes a la barbarie, 'mientras dure la guerra', como dice Amenábar...


La guerra de Putin que conviene a la OTAN

Reunión de los ministros de Defensa en la OTAN, el pasado 16 de febrero. EFE/EPA/STEPHANIE LECOCQ

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Putin no ha invadido Ucrania para desnazificarla. Primero tendría que empezar por despiojarse a sí mismo del ultranacionalismo, el autoritarismo, el antisemitismo y la homofobia que tiene incrustados hasta en el pelo de la pechera. Putin tampoco ha invadido Ucrania para proteger a los rusos del Donbás de las agresiones de militares y fascistas ucranianos. Llevan sufriéndolas ocho años sin que haya movido su autocrático dedo para evitarlo y ahora lo mueve para ordenar la invasión de todo el país no sólo de las dos repúblicas separatistas. Putin ha invadido Ucrania porque puede y porque quiere que Ucrania vuelva a ser parte de una Rusia grande y libre. Lo de libre es coña. 

El caso es que Putin tenía su parte de razón en este conflicto pero la ha perdido al invadir un país soberano, asesinando a civiles y provocando el éxodo de 360.000. Es legítimo querer alejar de sus fronteras la presencia de la OTAN, aunque tanto como lo es para Ucrania pedir la entrada en la Alianza Atlántica o en la UE. Son legítimas las denuncias de Moscú por el incumplimiento de los acuerdos de Minsk que decretaban en alto el fuego entre prorrusos y antirrusos, aunque lo cierto es que se han incumplido por ambas partes. En cualquier caso, lo que no es legítimo es querer anexionarse Ucrania o convertirla en un Estado satélite a tu servicio, masacrando a la población civil por el camino. Putin tenía motivos para la queja pero con la invasión ha perdido la razón. 

De hecho, parece que es literal, que se le ha ido la olla del todo. No sólo por sus delirios nacionalistas, que le hacen reclamar Ucrania por no sé qué derecho histórico de hace un milenio, sino porque empezar una guerra en suelo europeo después de la que se lió aquí hace menos de un siglo y hacerlo en nombre del antifascismo cuando tú eres el amigo de los fascistas del mundo, no es una muestra de tener la cabeza muy centrada que digamos. Más bien, ladeas a la extrema derecha, Vladimiro. Y en efecto, la jugada no ha sido muy inteligente porque está consiguiendo exactamente lo contrario de lo que perseguía, unir a Occidente en contra y revitalizar a una OTAN que había salido con el rabo entre las piernas de Afganistán y otras catastróficas desdichas. 

Porque ésa es otra. Esta guerra de Putin es una guerra que conviene a sus rivales, que ahora tienen cola de países que piden la entrada en la Alianza, de Ucrania a Finlandia y Suecia, a los que el matón ruso ha amenazado como si estuviera en el patio de un colegio. Quería alejar a los aliados y lo que ha hecho es echárselos encima y darles una coartada y una legitimidad para hacerlo. Quería desestabilizar a Europa porque detesta nuestras democracias tanto como ama a nuestros fachas y hay que agradecerle que la haya cohesionado como nunca desde que nació el sueño europeo. Con la de buenos ajedrecistas que tiene Rusia y su presidente se ha hecho un jaque que parece diseñado por su archienemigo Kasparov. El temor que tenemos es que intente salir a misilazos del embrollo en el que se ha metido. 

Pero el imperialismo megalomaníaco de Putin no debe hacernos perder de vista el imperialismo del otro lado que también ha contribuido a la escalada del conflicto. Tenemos un imperio ruso decadente intentando plantarle cara al imperialismo en decadencia de Estados Unidos mientras el emergente imperio chino espera agazapado para recoger los frutos del desgaste mutuo. No podemos decir con pruebas que Washington quisiera esta guerra, aunque la anunciaba como Pedro al lobo, pero sí podemos decir que sabrá sacarle tajada, como seguro harán los chinos, ambos a costa de los civiles que son las pipas de sandía que escupen al suelo. 

Lo que también podemos decir es que se puede condenar el imperialismo yanqui sin caer en la aberración de defender al imperialista Putin, como hace una parte minoritaria pero ruidosa de la izquierda, nostálgica de un gulag que afortunadamente no sufrió y tan ridícula como la derecha que intenta hacer creer que el déspota ruso es comunista como Unidas Podemos. El fantasma que recorre Europa no es el del comunismo sino el del fascismo, el imperialismo y el de una nueva Guerra Fría que arrastra ruido de cadenas nucleares. La manera de evitar que la cadena se desate no es responder al fuego con fuego sino ahogándolo económicamente como está haciendo Europa. Ayudar en la defensa pero no atacar. Aislar al agresor pero no la información.  

La censura de medios rusos por parte de la Unión Europea es justo lo que las democracias no deben hacer, a no ser que quieran ser como Putin que ha restringido Twitter y Facebook, amenaza con el cierre de medios independientes y prohíbe las palabras "invasión", "guerra" y "ataque". Este artículo no pasaría el filtro. Controlar la información para acabar con la propaganda es otra forma de propaganda. Presumir de lo que careces. Paradojas de muchos que se dicen liberales por aquí pero corren a poner la mordaza en cuanto te descuidas y luego que si los rojos comemos niños y titulares. La libertad de expresión es un principio democrático inalienable, es de 1º de constitucionalismo. Tiene sus riesgos pero hay que asumirlos. Aquí nos zampamos sin rechistar a Inda, Marhuenda y toda suerte de panfletos. Los ciudadanos somos mayorcitos para saber informarnos, y si no lo somos, es nuestra responsabilidad, no del Estado. No somos ovejas, o no debemos serlo, así que no hace falta pastorearnos.

Y hablando de hipocresías. Es una lástima que el boicot que se aplica a Rusia no se aplique a Israel por su invasión de Palestina o Arabia Saudí por las matanzas en Yemen. Es una lástima también que la política de puertas abiertas a los refugiados ucranianos no se aplique al resto porque no vienen de nuestro entorno ni tienen la piel pálida como el claro de la mañana. No nos las demos tanto de demócratas cuando nuestro sentido de la democracia es tan selectivo. 

 

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Comentario del blogg


Gracias, Javier Gallego, leerte es vitamínico en un zafarrancho donde la conciencia y el discernimiento están missing, enredados en tiras y aflojas para intentar que el miedo se camufle de discurso terminator a base de justificar lo injustificable, incluso despreciando que el mundo por mayoríaa absoluta diga "NO a la guerra". 

Parece que han olvidado -o tal vez ni siquiera lo sepan- que a base de un sostenido y activísimo "no a la guerra", los pueblos hindúes , a partir del 15 de agosto de  1947 consiguieron que el imperio británico abandonase la India, su joya number one de la corona filibustera, ya harto de hacerse la guerra a sí mismo, porque durante años no consiguió que aquellos hindúes - inspirados y guiados por Gandhi-, respondiesen con la necesaria y lógica violencia a sus ataques constantes y les declarasen esa guerra a la que inexplicablemente aquellos incomprensibles súbditos a la fuerza, se habían empeñado en decir 'No'. También es cierto que un año después las religiones islámica e hindú se declararon una guerra fratricida y de la masacre, nació a la fuerza, y a continuación, el exilio a Pakistán para los mahometanos. Una paz y un acuerdo que se llevó por delante la vida de Gandhi, asesinado por hindúes cegados e intoxicados de religiosismo.  Igual estaría bien poner en contacto a Putin con la filosofía natural y sanísima de un gran ruso no violento y maestro de Gandhi: Leon Tolstoi, que sin duda podría aportarle las mejores soluciones y sugerencias para el encebollado bélico que acaba de montar y del que mucho me temo que no va a saber como salir sin hacerse puré a sí mismo y a sus fieles partisanos del pastón y el poder, que lo mismo inundan que asfixian.

Es cierto que para aquel cambio de paradigmas angloimperiales por urgente normalización de realidades, -con posterior vuelta atrás en el tema del fanatismo religioso aborigen-, hubo previamente una "rareza", impensable en nuestro maravilloso Occidente resabiado, pedante, egocéntrico, hiperegozómbico y tan torpe como ciego para superar sus miserias que "normalmente" viene considerando "estrategias" y "tácticas necesarias" de toda la vida; aquella "rareza" para Occidente y más normalidad para Oriente, se llamaba Mohandas Gandhi, un abogado hindú, de casta brahaman que durante años estudió y trabajó en Londres y en Sudáfrica ayudando a despertar conciencias para salir del apartheid lo mejor posible o sea, alguien que no teorizaba ni discurseaba, que simplemente en vez de quedarse solo en un "no a la guerra" vivía intensamente en su propia vida y compromisos vitales, como la sencillez, la austeridad, el contacto constante con la tierra y la prioridad del bien común por delante- cultivaba y compartía lo que había disponible en casa, tejía la tela para vestirse, y recibía las visitas de políticos y periodistas sin dejar el curro, rueca, guisado o azada en ristre, cuando iban a consultarle algo importante. O sea, que vivía lo que decía, era pura coherencia; Gandhi sabía muy bien de qué iba el marrón y su convencimiento tan práctico como eficaz acabó por contagiar y reeducar a millones de hindúes, que abandonaron voluntariamente la violencia y perdieron el miedo a plantar cara sin usar las armas ni la amenaza ni el odio ni la venganza, que son horribles y demoledores recursos infernales, según el código ético de nuestras culturas cristianísmas y herederas de Sócrates, Platón, Aristóteles, Jesús de Nazaret, Francisco de Asís, Emmanuel Kant con  su dichosito imperativo categórico o G. W. Friedrich Hegel, y esa fijación 'estrambótica' con el  espíritu absoluto, por citar a algunos perros verdes, -tan venerados como ninguneados por la gestación a cámara lenta y machaconamente repetitiva del Apocalipsis en estratos acumulados incansablemente, generación tras generación, en cuyo seno la guerra sigue siendo la misma enfermedad hereditaria saltando de gen en gen, hasta que los paradigmas contagiosos, personales y  compartidos  de la paz nos modifiquen la genética, evolucionando con la materia hacia la conciencia y de la conciencia a la energía del espíritu, la claridad, la presencia, el amor y la poesía mínima e inmensa que en realidad y en lo más profundo somos tod@s. 

Ahí está el reto cada vez más ineludible. Superar de una vez por todas el no a la violencia, el no a la guerra. No de un modo mecánico e instintivo, indignado, rabioso o teórico, bocazas y royero. No. Sino porque ya nos podamos reconocer y reconstruir los adentros y regenerar los afueras  desde la paz, que no es solo una ausencia de guerra, sino mucho más de td@s que solo de un@ mism@, que también! La ausencia y la inutilidad de la guerra se descubre , como brote natural e imprescindible para ser y para estar, y nos llega con nuestro renacimiento individual y colectivo, con la necesidad de desbordarse enamoradamente y compartir el infinito en cada cosa. En otros paisajes y mundos posibles, por construir. Para quien lleva dentro la luz sobran los candelabros y las lámparas. Tod@s llevamos dentro esa luz en el DNI de nuestra más vital, creativa y amorosa humanidad. Sí, hasta los Putin, aunque no la vean ni la sientan, la llevan dentro, como la lleva un@ médic@, un@ refugiad@, un@ maltratad@, un@ pij@, un@ delincuente, un@ maltrador@ , un@ mendig@ , un@ premio Nobel o un@ poet@. 

Además de materia destruible somos inmensidad regenerable sin fronteras ni pasaportes, como las energías alternativas que ahora son tan urgentes para que puedan seguir vivos el Planeta y sus especies. El "no a la guerra" es solo el envoltorio del paquete postal del Infinito, que tod@s recibimos cada día al despertar, para que no olvidemos quienes somos y qué hacemos aquí. El abrirlo o ignorarlo o dejarlo sin abrir ya es cosa y responsabilidad de cada un@.

 

P.D. A lo mejor ayudaría mucho que las tvs, en vez de astracanadas, gilitontunas y fervorosas mediocridades para distraer, repusieran la película de Gandhi, en estos días tan intensos y faltos de orientación,  tan rica en contenidos eficaces, profundos, sencillos y noviolentos, en los que la necesidad de principios y de discernimiento a la hora de gestionar el mundo desde sus bases a sus torres y veletas, ya es tan imprescindible para seguir siendo humanos, como comer o respirar.  No es nada extraño que con una vida, un alma, una lucidez, una transparencia, una humildad y una conciencia semejantes, los hindúes acabasen llamando a Gandhi Mahatma: alma grande en su idioma.

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