jueves, 24 de marzo de 2022

Tuberculinum. Dr. Gonzalo Fernández-Quiroga

  

Médicos homeópatas de cabecera y de familia, puntales de la salud integrativa. Un ejemplo terapéutico de lo que la medicina mecanizada solo como taller de reparaciones puntuales, debería tener como paradigma y sentido completo del juramento hipocrático. Gracias a quienes dedican su vida a esta imprescindible tarea del bien común: la salud como pedagogía y la compasión como dedicación plena, y no solo una profesión-negocio deshumanizador en un  sistem in falilure como único presente sin futuro. 

Es muy acertado y espectacular el comentario del Dr. Fernández-Quiroga, acerca de las patologías asociadas al bacilo de Koch, que produce la tuberculosis. Pero en el comentario han quedado sueltos algunos cables, como por ejemplo, si se comprobó alguna vez que tanto la escritora norteamericana de principios del siglo XX, desatada con sus alucinaciones como el periodista que se colgó de ellas, estaban invadidos por el dichoso bacilo o la chifladura de ambos tenía otras causas. Como la drogadicción o déficits educacionales. 

Los desequilibrios de la  psicoemocionalidad humana seguramente tienen muchísimas causas y motivos distintos más allá de las infecciones, como por ejemplo, la educación que se ha recibido en casa desde que nacemos, los traumas personales en la infancia, la inadapatación, los conflictos familiares sin resolver y los sociales que castigan de tantas formas patológicas a los colectivos humanos, las violaciones y abusos en la infancia, la ruina económica de la familia, los problemas de pareja entre los padres, la confusión del orgullo y la vanidad con  la autoestima, los complejos de inferioridad o de superioridad sin superar ni resolver...

Tal vez un fallo de la ciencia habitual sea la inercia antihomeopática de clasificar en manada a todos los individuos por los mismos síntomas, sin tener en cuenta el propio principio homeopático de la individualidad expresado en las diversas diluciones de la misma sustancia adecuadas a cada caso, porque ningún ser humano es idéntico a otro. Y que por ello lo que cura a unos puede matar a otros. 

¿Habría que sospechar de la cordura de todos los pintores porque Gauguin, Modigliani  o Van Gog no estaban en sus cabales según el modelo social de su tiempo o de Goya por las espantosas pinturas negras, más propias de un delirium tremens que de la realidad de cada día? ¿Y qué hacer con los poetas sufis y místicos como Hildegard von Bingen, Rumi, Juan de la Cruz, Teresa de Ávila o Fray Luis de León o Dante Alighieri con su maravillosa y -según los cánones de la época- 'disparatada' Divina Commedia

Autores y autoras artísticos expresan sus visiones libremente, siempre que no haya una santa inquisición que los queme por sacar a pasear los inventos de su cerebro reptiliano desde el inconsciente y sus fantasmas en conserva. Es inevitable. Pero también está para algo el discernimiento de los lectores, espectadores, oyentes  y su lucidez -no la luz de una vela que se derrite por arriba y por abajo- para aceptar como normalidad la expresión y a veces la exhibición impúdica del desequilibrio humano, achacándolo a "la genialidad". 

Nunca las drogas, el alcohol o los psicofármacos pueden ser el caldo de cultivo de ninguna genialidad ni siquiera aparente, porque son simplemente efectos secundarios de la intoxicación adictiva por la parte seductora y por la seducida, sin que ningún bacilo sea el responsable de  sombras sin sustancia ni sentido que no ayudan a crecer y evolucionar como especie, sino a lo contrario, a involucionar como bestias narcotizadas por una falsa "civilización". 

En realidad esas "delicias" sin jardín de El Bosco, sueltas por el mundo, son más adecuadas para la consulta del psicotrapeuta  que para editarse, leerse con deleite, exponerse, representarse, bailarse o escucharse. Si como 'lo más normal' esas patologías  se califican de genialidades cuando lo que producen y comunican es melancolía depresiva alternando con obsesiones, excitación, desmadre de los sentidos y de las pulsiones, desequilibrio, enamoramientos patológicos y dependencias emocionales, apaga y vámonos como especie. Hemos tocado fondo. Por eso debemos cerrar el tenderete  cuanto antes para que el tóxico bloqueo de conciencias no nos liquide y luego se le eche la culpa al Bacilo de Koch, algo mucho más fácil que ponerse las pilas y evolucionar de una vez por todas, porque si la causa de nuestros males y desequilibrios no tiene nada que ver con lo que hacemos, pensamos y decimos, sino que siempre es cosa de algún ataque externo, viviremos todo nuestro tiempo en una constante inopiadependencia que no nos dejará crecer ni despertar. 

Nunca olvidemos que nuestro equilibrio no depende tanto de lo que nos sucede sino de cómo afrontamos, reconocemos, asimilamos, gestionamos y canalizamos lo que nos sucede. Para eso somos libres de elegir, no siempre, lo qué nos sucede, pero sí lo somos para elegir el cómo acoger, asumir psicoemocional y  conscientemente lo que no hay más remedio que afrontar y resolver.

Menos mal que también hay una homeopatía vocacional en el género humano, y por suerte, aunque no lo parezca, mucha más gente abierta a las posibilidades bienaventuradas de la luz interior -que una vez encendida jamás se extingue-, sin necesidad de drogas ni de alucinaciones, y nada propensa  a deslumbrarse con los farolillos en la verbena del Flautista de Hamelín. 

Gracias al doctor Fernández-Quiroga, una vez más, por ayudarnos a reflexionar y  abrirnos los ojos, con su bendita pedagogía.

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