lunes, 28 de junio de 2021

Vocabulario, semiótica y conciencia, un trío imprescindible para madurar como individuos y como colectividad

 

Se celebra el día del orgullo, pero ¿qué ecos y resonancias psicoemotivas tiene la palabra orgullo en el equipaje humano? ¿Qué estamos grabando en el inconsciente personal y colectivo del presente y del futuro con ese término lingüístico convertido en eslogan como respuesta de los problemas de aceptación en determinados colectivos que aun no han encontrado su lugar justo, digno y respetado en la sociedad del siglo XXI? ¿Es el orgullo la mejor forma de promocionar el empeño por conseguir aceptación e integración en los valores colectivos y no solo en las aspiraciones personales y grupales? ¿Qué significa esa palabra tan traída y llevada ultimamente?

La palabra orgullo procede de los dialectos medievales en el francés carolingio y el en el alemán de la misma época, que en España solo ha conservado en directo el catalán con el término orgull y la 'o' añadida en castellano posteriormente. En el antiguo francés se llamaba urgöl y urguli en alemán añejo del medievo. Según el diccionario el significado lo define como un "exceso de estimación propia por la que uno se cree superior a los demás". Y también "satisfacción por algo propio y personal que uno mismo, y no los demás, considera digno de mérito". 

Es decir, que en realidad el orgullo es puro y duro imperio del ego. Legítimo, sí, pero muy peligroso en el exceso, en el barullo y en la pérdida o privación de conciencia, como le pasa al alcohol, al tabaco, a las drogas, a la comida, a las compras en mogollón, a las redes sociales, a los juegos de azar, a las series, al afán de poder y de pasta, al axhibicionismo constante, a la tablet  y al móvil cuando ya es imposible vivir sin ellos.

No se está "orgulloso" de algo porque ese algo sea genial y estupendo, ni mejore a nadie, sino solo y exclusivamente, porque ese algo es nuestro en exclusiva, nuestro tesoro, como el del golum del Señor de los Anillos. Que triunfe lo mío al precio que sea, caiga quien caiga. El orgullo es el sustituto de la autoestima, cuyo valor y fundamento real y objetivo no es el orgullo sino la inteligencia emocional compartida. 

El orgullo es un instinto egocéntrico e inmaduro nacido de la soberbia, de la ira y de la avaricia. El orgullo es el germen del racismo, de la violencia de género, de los malos tratos en todas sus facetas, de los nazi-onalismos sin más inspiración que expandirse como plagas invasoras y demoledoras contra lo diverso. Como reivindicación histérica de lo propio aunque sea en detrimento del resto del mundo, del que se quiera o no, formamos parte absolutamente, todas y todos, sea cual sea nuestra opción de género, de nacionalidades, patrias, religiones, ideologías y demás colgajos adjuntos en el armario de las pertenencias quita y pon, o en el cajero automático del oportunismo. 

Orgullo, ética y conciencia no encajan y mucho menos, a golpes y a bufidos reivindicadores  de lo que sea. Porque entre ellas y él hay un abismo, que solo se supera madurando uno a una y al mismo tiempo, en común, con empatía, compasión, escucha, diálogo, apertura y mucho más amor que jarana y griterío. Sólo la serenidad y la paz íntimas y compartidas pueden abrir las puertas del imposible confuso, agresivo e inútil, que solo agota y cansa a base de excesos puntuales y cuando acaba el festejo todo sigue igual e incluso peor, por la exacerbación emocional y los resultados que siempre son los mismos: quiero y no puedo, a pesar de estar llen@ de odgullo y sadisfación. Ains! 

Posiblemente sería mucho mejor y más eficaz, que este festejo en vez de día del orgullo se llamase día de la dignidad, de los derechos de género, día del respeto que todas y todos merecemos por el hecho de pertenecer a la misma especie, con todas sus variantes. 

Los malos tratos no van a desaparecer mediante gritos, rencores y odios amparados en igualdades que en realidad solo son parciales y cerradas en un círculo de intereses de grupo. 

Que no nos arrastre la marabunta del orgullo, bajo ningún disfraz ni pancarta, porque la misma vida nos está demostrando a lo que conduce el orgullismo y sus consecuencias. Humildad es sabiduría y no humillación. Es mucho más humillante un orgullo desatado a base de autobombo. Esta España que padecemos es el testimonio más potente de que disponemos para ver lo que hay en  la fosa séptica de un laberinto fatal,  del que una vez abducidos es casi imposible salir vivos por dentro y en buenas condiciones. El orgullo nos hace imposible desarrollar la conciencia. Y solo la conciencia nos puede salvar de lo peor que podemos perpetrar sin ella. Como por ejemplo, el orgullo, que nos lleva a lo más alto del tejado para que la caída sea el final de la fiesta. Como un balconing en plena cogorza emocional e instintiva. 

 

Encerrarse en el orgullo 

es como entrar en el trullo 

sin que nadie te condene

La peor cárcel es el ego 

y que el ego se convierta

en el gurú que nos guía

es la jugada perfecta

para arruinarle la vida

a la especie y al Planeta. 

 

Donde pusiste el orgullo

procura poner conciencia

derechos y dignidad

verás como todo cambia

en espíritu y verdad


 



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