Está lloviendo barro.
Un barro color sepia y despiadado,
recurrente,
esparcido entre el suelo, los coches,
los cristales, las ventanas
y los contenedores de basura,
por los escaparates, los tejados
y antenas colectivas
las farolas ya en estado de shock
por tanta opacidad encenagada
sin poder distinguir
el día que no acaba de encenderse
de la noche dudosa
que ya no atina a ser del todo oscura,
inmerso el horizonte en un barro imprevisto,
refugiado y migrante
que chorrea borbotones y se pega
al próximo solsticio de verano
sin pedirle permiso
a las autoridades competentes
ni tener los papeles en regla
como mandan las leyes y el buen juicio.
Un barro que nos llega del desierto
como un escupitajo planetario,
masivo al por mayor
-insiste sin parar la meteorología
tan experta en dar definiciones
contundentes-
de un Sahara agotado por el llanto
de los niños perdidos
secuestrados entre Ceuta y Melilla,
de las mujeres solas
y los hombres al pairo
entre dos monarquías desnortadas
a ambos lados de la misma concertina,
compitiendo en las aguas del Estrecho
a ver cuál es más lista, más cínica,
más cult
y saca más tajada del cotarro.
¿Cómo no llorará la tierra golpeada
por cada asesinato de mujeres y niñas,
por cada desgarrón de los derechos
y de la dignidad en la familia humana?
Las lágrimas de tanto sufrimiento
planetario
ya son un océano en plena migración
que ahora en forma de lluvia
y unido a las arenas solitarias
convertidas en nubes y borrascas
de tantas injusticias, olvidos y abandonos,
nos llueve lodo encima
sin tregua ni medida sobre este mapa antiguo
y agotado, que se va deshaciendo
de cortijo en cortijo
al paso del cacique que más tenga
y más pueda,
entre los tribunales tan amigos
siempre tan comprensivos y eficaces
y el huevo de Colón por las esquinas
animadas por toros y muletas,
zarzuelas y entremeses,
un país de países divertidos
de taberna en terraza, de mascarilla en virus,
del ERTE al hospital y de la depresión
al botellón,
del spa para ricos a las mesas de juego vacunado
para pobres adictos a las casas de apuestas,
contra toda razón en equilibrio
pasando por la tele que ahora es
casino provinciano a domicilio.
El barro que nos llueve no es solo coincidencia
ni capricho de danas y borrascas,
es cosecha directa de aquello que se siembra,
se cultiva y se merece.
Si se esparce basura en los estados,
las cloacas dictan leyes, la verdad se persigue
y se amordaza, el funcionario honesto
se castiga, se premian la indecencia
y sus silencios
con los cargos más altos,
se premian la mentira y la calumnia
como estrategias sanas y "normales",
el abuso amoral, el lucro corrompido,
la injusticia y la lacra de la desigualdad,
el odio, la violencia y la venganza
se revisten de ley y de jurado,
se escapan los monarcas
a la Isla del Tesoro
con el botín completo
de todo lo robado y evadido
cobrado por vender el patrimonio
del estado
al país que mejor pague las comisiones,
y en el caso español,
al monarca gestor del gatuperio,
y no se pone freno ni remedio a la inmundicia,
se está rompiendo todo en mil pedazos,
hasta el clima. No hay efectos sin causa
ni causas sin efectos.
Que la Naturaleza forma parte de nosotrxs
y nosotrxs de ella. Que la vida en el Cosmos
es una realidad indivisible
que nunca se destruye,
aunque aparentemente "se muera"
y se transforme
solo como materia,
la muerte no es el fin de lo infinito
sino solo la pausa necesaria
entre tiempo y espacio
para que lo perverso y lo más tonto
se recicle y vuelva a tener vida
en planos más despiertos de energía
siempre que descubramos la conciencia
y con ella el amor que nunca juzga
ni premia ni condena, amor
es la energía incombustible
que nos hace vivir y nos integra
que nos hace posibles y felices,
completos como luz en las estrellas
y música en los átomos del viento,
que nos hace silencios y palabra,
compasión que revela los misterios
e inocencia de sabios que se asombran
por la gota de agua, la chispa singular
de cada instante,
la mirada de un niño cuando nace,
por la flor del camino interminable,
por la sonrisa limpia
del que ayuda y comparte,
por respirar espíritu y verdad,
o por mirar el cielo simplemente.
Y dar gracias, así, por todo eso.
Por nuestra herencia eterna
y nuestro verdadero capital,
del que formamos parte,
que para colmo aumenta
cuanto menos se aferra y se acapara,
cuanto más se reparte y más se da.
Está lloviendo barro.
Durante la pandemia
lo ha hecho sin descanso.
Y ese barro es ahora
mensaje del encuentro
que aun no ha sucedido.
Que nada nos distraiga de este empeño.
Traduzcamos el roce del sentido.
Despertemos por fin.
Y apliquemos el cuento.
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