El rey Felipe VI (d) recibe a Pablo Casado en septiembre de 2020. EFE
El rey Felipe VI (d) recibe a Pablo Casado en septiembre de 2020. EFE

Nos  perdemos cada día más en el ruido que describió la ministra de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya, citando a San Vicente de Paul (y a José Bono, que la emplea mucho) en una entrevista que dio a la Ser este martes ("El ruido no hace bien y el bien no hace ruido") para desfacer el entuerto sobre el encuentro acortado (tanto como las expectativas) entre los presidentes de EE.UU., Joe Biden, y el de España, Pedro Sánchez. La jefa de la Diplomacia se refería exactamente a su negociado, donde es cierto que el ruido va asociado a la carencia de habilidades, como bien constantan los chinos o los japoneses, expertos en la diplomacia más silenciosa y efectiva.

Fuera de este ámbito, que con sus logros y sus miserias diseccionó el Premio Nobel (¿?) Henry Kissinger en Diplomacy (1994), habría que ir más allá y recordar que también el ruido es un aliado natural de quienes buscan no hacer el bien y, además, pretenden ocultar el mal. El día de ayer es un ejemplo elemental de esta táctica, cuyo burdo aparataje debería sonrojar a quienes caemos en ella. Sí, periodistas incluidos.

Mientras una mayoría del país contaba los segundos que pasó Sánchez con Biden en un pasillo, otra no menos considerable se rasgaba las vestiduras porque la presidenta de la Comunidad de Madrid hacía "cómplice" a Felipe VI de los indultos a los presos del procés que el Gobierno decretará en cuestión de días. Isabel Díaz Ayuso lamentaba el domingo que el rey se viera obligado a firmar la medida de gracia del presidente del Gobierno, Pablo Casado y la dirección nacional del PP salían a rectificar sus palabras antes el malestar generado en Zarzuela y la presidenta madrileña volvía a la carga diciendo que de rectificación, nada: que, como a ella, a Casado la firma del rey (debida, según el art. 62 de la Constitución Española) le parecía una "humillación" al monarca. Así es el ruido de una (ultra)derecha y una presidenta expertos en estrépitos de todo tipo.

Mientras el ruido lo opaca todo, lo escandaloso de verdad pasa desapercibido y afecta, naturalmente, a los más ruidosos. Pero no hables de la corrupción del rey Juan Carlos, que te repites más que el ajo por la noche. Este martes hemos tenido conocimiento de una confirmación más del delito de Estado del emérito, inviolable entonces y aforado hoy. ¿Lo han visto abriendo telediarios? No, qué estupidez: Biden, Sánchez, indultos, Ayuso y Felipe VI, a éste que, por cierto y con estos defensores ruidosos de Vox y el PP, le quedan dos de esos informativos para hacerse republicano.


El emérito anduvo de cuentas en Andorra (lugar de la primera visita oficial internacional de los reyes Felipe y Letizia tras la pandemia, qué mala suerte...) y asi lo publicó El Confidencial: Juan Carlos utilizó una vez más una mercantil controlada por testaferros para mover a escondidas su fortuna corrupta (no voy a usar el presunto, ya no), de la que la Fiscalía suiza intuye que solo estamos viendo la punta del iceberg. En este caso, la cuenta estaba en Andorra, con lo que el mapa de los delitos del exjefe de Estado se va ampliando; pero no pasa nada, lo importante es que Felipe VI va a firmar un decreto del Consejo de Ministros, cuyo contenido ni puede ni debe cuestionar salvo que, como insinúan algunos y algunas, pretenda saltarse la Constitución y esta democracia que lo acepta sin votarle, aunque cada vez le estrecha más el cerco, sobre todo, gracias a sus partidarios: el emérito rey y la (ultra)derecha.

Pongan el ruido a funcionar para nuestra -de la (ultra)derecha- monarquía, nivel máximo. Pero no solo la Casa Real necesita ruido, aunque sea de Ayuso; también lo necesita el PP: por la Gürtel y sus presiones a los investigadores policiales, por Bárcenas, por la Kitchen, por las cloacas, por la fragmentación de la (ultra)derecha... Hablemos de indultos legales y legítimos; de los segundos de Biden y Sánchez caminando por un pasillo; hablemos de lo normal y constitucional como si no lo fuera... Que lo que no lo es, y hasta es delito de Estado, debe taparse. "Mucho, mucho ruido / tanto, tanto ruido / tanto ruido y al final / por fin el fin".