¿Quién ha hecho su equipaje?
por Luis García Montero
El responsable de seguridad de American Airlines parece
una marioneta hablando para niños en una función escolar. Antes de que
le llegue su turno, José ya lo ha visto moverse como tirado por cuerdas
invisibles. Cada vez que recibe a un nuevo pasajero, mira hacia el fondo
y levanta la mano de manera automática para detener al siguiente y
evitar así que se desordene la cola. Nadie debe pasarse de la raya antes
de tiempo, antes de que sea convocado a una conversación personal.
¿Cuánto hace que compró la maleta? ¿Alguien le ha dado algo? ¿Quién
ha hecho su equipaje? A José le cuesta trabajo resistir un catálogo de
preguntas para tontos. Con su carrera, su doctorado, su tesis doctoral
leída y, sobre todo, con sus 27 años recién cumplidos, le resulta
difícil no sentir vergüenza cuando el señor marioneta de American
Airlines lo trata como a un niño con chupete. A ver mocoso, parece
decir, todos sois tontos y estamos obligados a velar por vuestra
seguridad infantil, así que te voy a hacer unas preguntas no vaya a ser
que un terrorista te engañe, te manipule y te dé un paquete con una
bomba para que tú la metas en el avión sin darte cuenta y estalles por
el aire junto a los demás pasajeros. ¿Me entiendes? ¿Te enteras,
Contreras? Pues responde sin equivocarte.
Es toda una filosofía, piensa José Contreras. Hacerte irresponsable
significa prohibirte que salgas de casa por la noche, que camines con
libertad por la vida. Antes de que atardezca todos en el dormitorio y
con el voto bien doblado a los pies de la cama. ¿Alguien le ha dado a
usted algo? La verdad es que resulta difícil contener la carcajada.
Aunque provoca también rabia, irritación, porque esa pregunta sirve para
recordale a los santos inocentes que los niños no deben meterse en la
conversación de los mayores, ni opinar, ni tomar decisiones por su
cuenta. Los terroristas y los narcotraficantes no son tontos. Con este
teatro no se evita un crimen, se dice por dentro José, mientras por
fuera intenta ser respetuoso y contestar sin que se note su incomodidad.
Esta seguridad es la escenificación del castigo y la culpa, un guiñol a
la altura de los miedos infantiles.
Buen viaje, señor, se despide la marioneta, mientras llama al nuevo
pasajero con la mano derecha y detiene con la izquierda al siguiente de
la cola. Es el rito de la humilde autoridad. José lleva su maleta hasta
el mostrador de embarque y le da el pasaporte a la azafata. A Chicago,
por favor. Luego se encamina hacia el arco de control para sacarse el
ordenador del maletín, el teléfono móvil del bolsillo, el cinturón de
los pantalones y las botas de los pies. Aunque se le ha olvidado
quitarse el reloj, tiene suerte, la chicharra no pita y pasa sin
problemas ante la mirada inquisitiva del vigilante de seguridad. En una
mesa llena de bandejas, se recompone la indumentaria al lado de una
mujer mayor.
¿Quién ha hecho su equipaje? ¿Cuándo compró su maleta? José no puede
evitar que se le quiebren los sentimientos y pasa de los títeres al
drama. Desde luego este viaje y esta maleta son propios de los últimos
años, de la beca que se agota, de la imposibilidad de un contrato, de la
mala suerte y el fracaso. Me compré la maleta ayer, como quien dice,
murmura José. ¿Y quién ha hecho su equipaje? Borrando por un minuto el
recuerdo de su madre, se le ocurre que a esa pregunta puede contestar
con todo un tratado de política nacional. Tiene frescos los datos
después de dos años de asambleas. La falta de inversiones, las mentiras,
el asesinato de la ciencia y la investigación, los bancos, la fuga de
cerebros… Está a punto de darse la vuelta, regresar a los mostradores de
American Airlines y explicarle la realidad a la marioneta de la
compañía. Venga usted, señor, que voy a explicarle quién ha hecho mi
equipaje, a qué ministro, a qué banquero, a qué gentes les debo yo este
equipaje. Y regístrelo bien porque no me fío nada de ellos, han podido
meter cualquier cosa entre mis camisas y mis calzoncillos.
Por favor, joven, ¿me puede decir dónde tengo que ir? La mujer mayor
que se ha puesto el cinturón, los botines y la chaqueta a su lado le
tiende una tarjeta de embarque. José calcula por el aspecto y el acento
que debe ser dominicana. Mira las indicaciones, comprueba que sale de la
zone S del aeropuerto, igual que él. Venga usted conmigo, responde,
vamos por el mismo camino. Yo la acompaño.
Sentados en el tren del aeropuerto en dirección a la zona S, Matilde,
la mujer dominicana, le explica que lleva 25 años trabajando en España,
pero que intenta volver a su país cada dos años para no perder el
contacto con la tierra y la familia. Es una mujer agradable, respetuosa,
con una cortesía propia de otra civilización. Cuando la deja en su
puerta de embarque, ella da las gracias de una forma desamparada y
efusiva.
¿Quién ha hecho su equipaje? ¿Alguien le ha dado algo? Sí, mira por
dónde, me acaban de dar las gracias, piensa José, mientras confirma en
una pantalla la puerta asignada para su vuelo hacia Chicago. Piensa
también que espera volver a su tierra por lo menos cada dos años.
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