viernes, 10 de enero de 2014

Más sobre la hipocresía






Ayer comenté en un post, inspirado en el no-video de Iñaki Gabilondo, el papel terrible de la hipocresía en la evolución humana y hoy sigo en la brecha con el mismo tema, que me parece fundamental para aclarar muchas vetas conductuales y antisociales que nos afectan muchísimo y que, enquistadas en los comportamientos habituales con una 'normalidad' patológica, no nos permiten ver la relación de responsabilidad que hay entre lo que se piensa, lo que se hace y lo que sucede, como consecuencia, en el territorio de lo común .

Se considera con frecuencia la hipocresía solamente desde el punto de vista moral, como si lo 'moral' fuese sólo un matiz más, como el color, la sensación o la forma externa de un objeto, pero con repercusiones muy serias en el juicio entre culpa/halago o represión/desinhibición. Y así, hipócrita no se considera nadie, porque es el estado deficiente de todas la mayorías absolutistas y dogmáticas. En realidad, muertas de miedo a su propio libre albedrío.
También conviene recordar que toda corrupción sea del tipo que sea, económica, prevaricadora, institucional, abusadora, defraudadora, política, torturadora, fraudulenta, religiosa, pederástica, mediática, proxeneta, etc...tiene su origen en esa condición hipócrita y falseadora de un sistema de valores insuficiente e inservible que no permite el despertar de las conciencias porque se ha convertido en un entramado "necesario" para el mantenimiento de la misma patología entrópica que el mismo sistema produce con una vocación inconsciente de suicidio colectivo imparable, porque ha perdido el rumbo de su evolución, no sabe cambiar de marchas y está quemando el motor del coche, la máquina, el autómata, que se ha hecho uno con el propio sistema y con el mismo individuo inconsciente de sí, alienado, cosificado, e incluso ha tomado el mando, como profetizaba Kubrik - y al parecer se quedó corto- en 2001 Odisea en el espacio, produciendo una mutación maquinizadora del hombre, como denunciaban en Matrix los hermanos Wachowski. La propia dualidad a la que nos hemos acostumbrado naturalmente obedece a esa ruptura entre lo soñado y lo vivido, la esquizofrenia que cada día nos autosuministramos optando por la píldora roja o la azul, el símbolo de las ideologías que no saben ni pueden aceptar la unidad básica del equilibrio racional y emotivo. Por eso, por ejemplo, el manifestado arrepentimiento de los etarras actualmente, no produce alegría ni satisfacción en sus enemigos, como sería natural si hubiese salud psicoafectiva, sino un recrudecimiento de las más negras ideas y emociones provocadores de violencia amoral y acciones injustas, pero 'legales', que la reaviven. Hipocresía genuina que delata la mentira de los gobernantes cuando afirman que desean el fin de una violencia que ellos mismos están atizando, ya sin sentido porque hay un  trabajo  a pie de obra tanto de los ex-etarras como de la sociedad vasca y una conciencia progresiva de arrepentimiento, con el perdón de un buen número de víctimas y familiares, que son los verdadero afectados, no ese gobierno vengativo destemplado ni sus secuaces, así montan el número represivo-demagógico en vista del bajón en intención de voto. Como si perseguir ahora etarras que ya no lo son y presos arrepentidos, fuese a pesar más en la intención de voto que las barbaridades de la banca, de los recortes en todo, de los desahucios, del abandono, de leyes abusivas y sin pies ni cabeza como las que ha parido Gallardón incapaz de abortarlas por malformación de origen, o las idioteces arruinadoras que son la especialidad de Montoro y  las  inutilidades huecas y perfectamente estúpidas como las del Presidente del Gobierno, sumadas al aumento del paro, del IVA y del IRPF mientras se han derrochado millones y millones en  cohechos y prevaricaciones con el sector privado y repartidor de shobresh.
La hipocresía es muy torpe, y al final acaba siempre siendo su propia víctima sin que nadie le "ayude" en el empeño. Veánse Valencia y Madrid, dos modelos perfectos del desastre completo, anunciado y planificado desde mentes límbico-reptilianas para las que la ética y la moral sólo son  palabras sin contenido. Véase también la propia monarquía...un monumento viviente y trincante  a la hipocresía de 'élite'(¡?). No son insultos ni las palabras ni el argumento evidente que denuncian tanta calamidad 'legal', los que definen conductas impresentables, sino los hechos y los autores que le dan sentido y contenido a la definición merecida por tales desvaríos.

                                      


Lo 'moral', o sea, lo ético, tiene matices muy variopintos, porque ese término se ha usado y desgastado en ámbitos impositivos, cuando, por ejemplo, en épocas no muy lejanas como la dictadura se consideraba inmoral que las mujeres llevasen en público vestidos sin mangas en verano, por no hablar de tirantes o bikinis que eran sólo propios de las películas americanas 'indecentes' o de las suecas veraneantes en el litoral; ¿quién no recuerda aún el trauma de la vergonzosa minifalda inventada por la pérfida albionesa Mary Quant, cuya crítica reflejaba hasta la copla-sevillanas de Manolo Escobar, todo un paradigma de programación en pura moralina al uso ( imposible de olvidar aquella paranormalidad: no me gusta que en los toros te pongas la 'minifarda') igualmente el control de las expresiones de afecto entre las parejas de enamorados estaba a cargo de la policía  municipal o de la guardia civil de los pueblos. Y lo mismo puede añadirse a la 'calificación moral de los espectáculos', que aparecía cada domingo colgada en el atrio de todas la iglesias patrias, para que los fieles asistentes a las misas dominicales tuviesen una orientación adecuada por parte de la parroquia y así elegir películas decentes e inocuas calificadas en azul como 1 y 2 y no irse de cabeza a los infiernos sólo por la temeridad de ver pelis calificadas en rojo -qué coincidencia¿verdad?- con un 3 y aún peor, con un 3-R. O sea, un 3 con reparo. Y no digamos nada si la cuota subía al 4, a la que se añadía el aviso de gravemente peligrosa, -calificación que a los niños y niñas nos dejaba en ascuas y pensando en lo peor: catástrofes y guerras malísimas o monstruos inimaginables hasta que ya en la pubertad los compis más puestos de clase, nos aclaraban de qué iba el dichoso nivel cuatro-, y un fenómeno que muy pocas veces se producía porque la censura previa no solía aceptar en nuestra marcaeshpaña de aquel momento indecencias de tan escandalosa envergadura. Para ver guarradas había que abandonar la Patria, atravesar los Pirineos y asomarse como mínimo a Perpignán o si se disponía de fondos suficientes llagar a París que era la repera especializada en 3-R y 4.  Para eso había que tener dinero y disponer de tiempo.


                                 


Estaba clarísimo que la 'moral' dependía mucho más del bolsillo que de la supuesta conciencia en estado vaporoso. En cuanto cruzaban la cordillera fronteriza, los castos españoles a la fuerza, sacaban su lado libertino a toda marcha y al regreso lo contaban en el casino entre el humo de los Cohibas o del Camel con boquilla, o quizás en la hípica tomado un vermú, como una gesta admirable que generaba la envidia del auditorio y lo animaba  a imitar la escapatoria transgresora de tantas virtudes cuyo peso era insoportable, pero honorabilísimo eimprescindible para ser considerado "gente de bien". Cosas que luego, en el confesionario eran simples pelillos a la mar que se solucionaban con tres padrenuestros a cambio de la absolución.
 Lo mismo valía para los abortos en Londres o en Madrid si la pasta, el caché  y la agenda daban para ello. O el adulterio de tapadillo 'normalizado' a falta de un buen divorcio saneador de entuertos y componendas matrimoniales, que estimaban como mucho más decente la bigamia 'natural' de tener una santa esposa madre de los hijos, para el glamour y la bendición social combinada fifty/fifty con una querida frivolona y marchosa a la que se le pagaba un pisito coquetón en el barrio más distante de la casa bendecida por el santo matribodrio donde pasar las veladas, excusándose ante la santa porque había mucho trabajo atrasado en la oficina o por la asistencia inevitable a una cena de negocios importantísima.
                                                     

También el kit se podía completar con la buena mano en los negocios sucios, el trato de esclavos a los empleados de la empresa, el estraperlo, las contratas fraudulentas por enchufes e influencias, con la asistencia a misa de 12 en la Catedral rodeados de toda la modélica familia cristiana fan del rosario y del Padre Peyton que por Navidad, una familia piadosísima que haciendo caso a las sugerencias del régimen, sentaba un pobre a su mesa llena de manjares ganados con la habilidad del cabeza de familia y el sudor mal pagado de  los trabajadores que cobraban una miseria y aún estaban agradecidos por la eficacia del sindicato vertical y la generosidad del "señorito" que tenía a bien pagarles lo suficiente para estar "mucho mejor que en guerra, con el hambre que hubo".
Todo aquello se veía tan normal, que hasta resultaba reconfortante y "ordenado" como dioshmandaba. Y listo el bote, todos navegando a la deriva, pero convencidos de ir por el mejor de los caminos como reserva "moral de occidente". Y por supuesto sin caer, jamás de los jamases, en el gravísimo "pecado de escándalo", que simplemente consistía, y sigue consistiendo, en que las hazañas vergonzosas e ignominias particulares se convirtiesen, y se conviertan, en comidilla y cotilleo público; eso sí que podría ser el acabóse del apaño social al uso. Mucho mejor la habilidad social de la hipocresía. Por eso se cultivaba con tanto esmero. Tanto, que se ha perpetuado hasta nuestros días como ya el pp se está encargando de demostrar con su espléndido revival.
Nunca nadie le preguntaba al párroco por qué no colgaba en el atrio cada domingo la calificación 'moral' de la mentira, de la calumnia, del desprecio a los vencidos en la guerra civil o por qué no constaban en la lápida conmemorativa de los caídos por Dios y por la Patria, allí mismo, en la fachada del templo, los nombres de los que murieron a manos de los ganadores en al carnicería incivil del 36 en adelante, o la calificación de las palizas a los más débiles de la familia en las borracheras infames de los cabezas de la misma que convertían a los hombres en monstruos violadores y hasta en asesinos camuflados en viudos repentinos por culpa de un fatídico 'accidente' de sus mujeres o hijas, de las humillaciones habituales y 'poca cosa' a los hijos, a la mujer o a los abuelos. La calificación 'moral' del tendero que robaba en el peso o en la medida de las telas que vendía al corte, o aumentaba los precios a su antojo, o la 'moral' del patrón rico y cacique que pagaba una miseria a los trabajadores y se forraba a costa de su trabajo y de su tiempo. O la 'moral' del alcalde que concedía beneficios, contratas y cohechos a los amiguetes chapuzas y halagadores y se los negaba a los que mejor podrían haberlo hecho, si  no eran de su clan ni jugaban al mus ni al tute con él y tantas veces con el párroco, en el bar del esbirro favorito que nunca les cobraba la última ronda para asegurarse las bonificaciones de los clientes ilustres. También era 'inmoral' asistir al baile de los domingos, como constaba en aviso del atrio al lado del de las pelis peligrosísimas.
Es decir, que entre nosotros la 'moral' fue la costra más indecente de la hipocresía asumida como virtud y como barniz, como "estilo" de vida. Como 'lo nuestro'. Como el sello de la diferencia con el resto del mundo que era Babilonia, Sodoma y Gomorra en el mismo pack.


                                               
                                           
           La falsa moral no es la moral, no es la ética. Es el paso antropológico funcional que da la especie humana aprendiendo desde el miedo y desde la periferia de los hábitos, para abandonar la animalidad del cerebro límbico, reptiliano, ancestral. Para dar ese paso desarrolla la herramienta del ego, que es la metáfora de Prometeo o de Sísifo. Una copia imaginaria y deformada del 'modelo' conductual que aspira a reproducir evolutivamente. El ego es la causa de la desazón, de la búsqueda constante, de la insatisfacción permanente, de la ambición y del dinamismo de una búsqueda que no cesa nunca. En realidad tanto moral (mos/moris) en latín como ética (ethos) en griego, significan 'costumbre', 'hábito', 'forma de conducta', lo que no implicaba en principio  valoración alguna; el primer documento del que se tiene referencias calificadoras del término es la Ética de Aristóteles. Porque Sócrates que fue el referente ético previo más real y práctico de la cultura occidental no dejó nada escrito al respecto, pero sí dejó un ejemplo vivo del contenido excelente de la condición humana con su propia vida. Y fue Aristóteles, posteriormente, el que "tasó" y dejó por escrito ese concepto que introdujo en el sustantivo "etica"-costumbre-  el valor modificante de adjetivo calificativo. Y así lo heredó Roma. Y así ha llegado a nosotros. Desde entonces ética y moral se entienden más que como "conducta" a secas, como valoración de la conducta en positivo y su carencia en negativo. Así podemos apreciar en la evolución del lenguaje como herramienta de conocimiento, los cambios históricos de conciencia que hemos ido y continuamos haciendo los seres humanos. No sólo inventamos palabras, es que el contenido que les adjudicamos cambia el sentido de las mismas palabras y en una retroalimentación natural, nos va cambiando al mismo tiempo la percepción, la conciencia y las capacidades racional-emotivas. La conducta. O sea, la misma ética o, moral originales que han pasado del "sustantivo" sin matices al "adjetivo" que da un valor con la calificación de los hechos y las conductas.

                                    

Vemos como bajo un régimen político e ideológico determinado también cambia el sentido y la aplicación práctica de los contenidos semánticos del lenguaje que al mismo tiempo que define lo que hacemos, nos va cambiando el modo de percibir sujetivamente, de interpretar, elegir y realizar lo objetivo y concreto. O sea, nos va cambiando y modificando la conciencia.
Al llegar a este punto podemos comprender con más precisión el significado personal y social de la hipocresía. No como un juicio condenatorio para nadie, sino como un estado periférico de la conciencia -ego- que aún no ha logrado hacer su propia e imprescindible introspección. Su mirada interior. Por eso el hipócrita se queda en la epidermis del análisis tanto de sí mismo como del mundo que le rodea y su vida es una mera "representación" ritual de aprendizajes y habilidades (homo habilis) ; no ha dado el paso del sustantivo al adjetivo. No conoce ni tiene herramienta adecuada para calificar desde sí mismo lo que hace, por eso necesita normas externas que le digan la calificación de sus actos, de lo que piensa o siente, porque ese terreno íntimo le es ajeno por falta de desarrollo autoconsciente. Ese ego gobierna el timón y no  permite todavía llegar a la zona cerebral donde se desarrolla el lado más evolucionado y consciente del sí mismo: el córtex, con el cuerpo calloso, -donde Descartes situó el punto de la conciencia, la glándula pineal-, que une como un puente los dos hemisferios cerebrales que a su vez por medio de la consciencia se unifican, se armonizan y aprenden a trabajar juntos en la misma empresa, que hasta ese momento ha estado dividida y casi en guerra permanente entre lógica e intuición. Entre dos modos de ver la realidad que son necesarios para poderla apreciar en su conjunto y no a trozos, que es lo que sucede mientras funcionamos desde el ego y desde la hipocresía. Desde la representación, la imitación, la repetición mecánica, los prejuicios que dan falsas seguridades, los juicios condenatorios de lo diferente, la rivalidad competitiva que aún no comprende el valor superior de la cooperación y que alimenta la batería de fijaciones irreales, pero reconfortantes ilusoriamente, de nuestro sistema evolutivo hacia la unidad y el equilibrio. Una ascensión en la escala evolutiva desde el homo sapiens (mediante la herramienta exploradora del ego) al homo ethicus ( mediante la autorrealización de la conciencia plena). Usando la alegoría de Tolkien podríamos describir la hipocresía como el estado de una 'tierra media' que salió de Mordor y los orcos, que sería el estadío  del habilis hacia el sapiens y permanece hipócritamente (o sea fingiendo y representando para autofirmarse) en el sapiens  mientras crece y tiende hacia el ethicus, que sería el estado élfico, eso que se admira y se ve aún como estado de sabiduría deseable, pero mítico, legendario y remoto. Una apreciación errónea que frena el desarrollo real y lo detiene por generaciones en las nebulosas del "crecimiento" aparente, basado en la depredación irracional, superficial e insostenible que está arruinando el ecosistema porque ya dura demasiados siglos y el Planeta no da para más.

                                      

Por todas estas razones y argumentos empíricos, nacidos de la observación y del contraste, podemos concluir con que la hipocresía no es un insulto, sino la palabra que define un estado intermedio evolutivo deficitario entre lo ancestral e inmaduro y otro estado más avanzado de la consciencia que permite superar las barreras que para el hipócrita -el actor, el recitador, el repetidor, el que no puede crear sino seguir a cualquier flautista de Hamelin que le dé seguridades y soluciones falsas, pero cómodas- que no es consciente aún del valor ético y moral de sus actos desde sí mismo y necesita un sistema externo que se lo indique, unas leyes, que pensadas y promulgadas por el estado deficiente de la hipocresía se acomoden a su miopía antropológica y existencial. De tal modo que se considera como subversiva y caótica la anarquía, que no es  desorden ni la revolución violenta, sino  el estado natural del homo ethicus, de quienes ya no necesitan ser gobernados porque su sentimiento ético de la vida supera moralmente las normas obligatorias que se imponen en la sociedad para evitar el caos y la barbarie innatas en los estados habilis y sapiens.
Lo ideal sería que los ciudadanos eligiesen a sus representantes entre aquellos que con su conducta demuestran que ya han alcanzado el nivel del homo ethicus. Sólo gobernantes de esa índole sabrían ser ecuánimes, justos y sensatos. Ya han pasado y superado los estratos más densos y torpes del estado hipócrita; por eso entienden y respetan lo menos evolucionado y le ayudan a subir escalones  con humanidad y verdadero respeto. Por eso les preocupa más la educación que el mercado, la paz más que la guerra, el bien común más que el capital por sí mismo ni como finalidad, saben que el enemigo real está dentro de cada hombre/mujer, y que el mejor combate es aprender a desactivar la necesidad de combatir. Serían "anarquistas", porque habrían  descubierto que el verdadero poder no se impone, se contagia, se irradia desde el sentimiento racional-emotivo que es el amor, así se comparten responsabilidades, deberes y derechos y todo lo importante se resuelve juntos, con transparencia natural, no enfrentados por sospechas, odios y opiniones que ya no van al caso ni son necesarias para alimentar egos reciclados en conciencias despiertas.

                                                 

Ayer en TVE 1, dieron un ejemplo práctico de lo que estamos compartiendo ahora mismo: un repaso a la figura de Vicente Ferrer. Vicente Ferrer se reiría muchísimo ahora mismo de que se le considere un héroe. No lo era. Simplemente fue un ser consciente que dejó atrás el ego gregario. Consiguió salir de la hipocresía y tomar posesión de su sentido ético. De su propio imperativo categórico. Mientras los humanos nos conformemos con ir calificando de heroicos los comportamientos que deberían ser cada vez más normales entre nosotros, significará que, mucho más que la "excelencia  especial de alguien",  una inmensa mayoría de nosotros aún está participando de la cómoda e inconsistente hipocresía como sistema de vida, pensamiento y acción teledirigida por los medios y los mediocres que rigen los reinos de Hipocritolandia.  Un estado de frustración recurrente, dedicado a exigir sin dar, a prohibir lo que no entiende y le hace trabajar para estar a la altura de algo que le supera y hasta le resulta marciano, a ir a rastras detrás de lo aprendido, de lo borreguilmente "correcto" y a pensar que el bien ajeno le priva de felicidad y de poseer lo que tienen otros...por eso es tan difícil apreciar y trabajar para el bien común, del que se desconfía o se considera, directamente, un imposible (Gallardón lo afirma sin tapujos: 'gobernar es repartir dolor', dice sin el menor sonrojo), porque el mismo poder que se maneja no es de fiar ni el gestor tampoco, y como consecuencia, cuando se encuentra a alguien que es capaz de trabajar en esa onda limpia y sana, inteligente de verdad, se le considera un iluso o un loco, o se le envidia con 'desprecio' como la zorra de la fábula de Esopo, con las uvas imposibles de alcanzar, y por eso se le zancadillea, se le denigra y se le entorpece cuando intenta poner en marcha sus proyectos, pero si se va al extranjero y consigue su propósito con los parabienes del resto de la humanidad, entonces, sí, acabará siendo un héroe único en su especie, un semidiós y una rareza ilustre muy por encima de "la media" merecedor de calles y plazas dedicadas con monumentos a su figura y la creación de fundaciones y premios con su nombre, lo que constituye a su vez una perfecta coartada social de pereza creativa y mediocridad en que flota la hipocresía para seguir en las mismas y que esencialmente nada cambie. La función del héroe no es despertar admiración o envidia, sino animar y demostrar que ¡Sí, se puede! Sin embargo la mediocridad del hipócrita nunca lo admitirá. Prefiere seguir viviendo en la familiar miseria ética del ego, -"más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer", se autoaconsejan y recomiendan en su gramática parda y en su filosofía desconchada-. Y así, año a año, siglo a siglo, milenio a milenio, de crisis en crisis irremediables desde ese estado ínfimo, refugiados en la máscara de la hipocresía pululan sin vivir, se desgastan sin llegar a ser, nadando en esa sopa tóxica; que sólo, y nada menos, es el TAC de la miseria personal, pública y privada, así consiguen, si no aprenden a remediarlo, que este mundo maravilloso y lleno de posibilidades increíbles, dis-funcione como una pocilga exterminadora, sin esperanza ni remedio asequibles a tal degradación.
Afortunadamente, cada vez hay más locos antisistema. O sea, más héroes en potencia, dispuestos a despertar a base de los mismos bofetones que la hipocresía ancestral les proporciona diariamente y ellos son los ingenieros, los constructores e inventores del futuro aquí y ahora.


                               
                                     

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