Edificio del Palau de les Arts de
Valencia, diseñado por Santiago Calatrava, durante las obras de retirada
del trencadís,el revestimiento cerámico que se desprendió. / MÒNICA TORRES
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A la tragicomedia ppeppero-valenciana sólo le faltaba para redondear, este remate: el Calatrava reivindicador de su buen nombre. Eso sí, con una demanda reparadora de 600.000 euros por delante. Que es la autotasación de esa "joya ética" en subasta. Su honor.
Poco importa que toda la Comunidad Valenciana se carcajee del "honor" arquitectónico calatravense y le considere uno de los chorizos oficiales más aprovechados y pródigamente forrados a costa del erario público. Él con 600.000 del ala derecha del enjuague ya se conforma para irlo parcheando como si fuese la cubierta del Palàu de les Arts, a la que puede chapucear en dos modalidades a elegir: o bien una nueva cubierta de cerámica como la que se le ha ido desprendiendo en una alopecia galopante o bien con una chapa metálica tipo plancha con una mano de pintura caravista, para que el edificio se sensibilice comodioshmanda a los cambios de temperatura ambiente. O sea, para que con la tórrida expansión estival se dilate y con la modestia del invierno se contraiga adecuadamente. En el fondo Calatrava es un poeta de la arqui-meteorología, y muy poco comprendido, por cierto. Un alma sensible marginal. Un adelantado vanguadista. Sobre-todo, a la hora del trinque, que no corre. Vuela.
Con muy poco se conforma este pacotillero del trencadís, desde luego, teniendo en cuenta que los desperfectos de su opera magna van a salir por 3.000.000 de euros a los bolsillos de los valencianos recortados, humillados y pisoteados por los gestores más estafadores y desastrosos de toda su historia. No sabemos hasta donde llegará la cobertura del seguro obligatorio por obra, que cada arquitecto debe pagar en previsión de desastres como éste. A él eso no parece preocuparle; mucho más importante es su "honor". La verdad es que en estos pagos valencianos el honor se cotiza bajísimo, sólo hay que recordar la cantidad de años que lleva la Generalitat manejada por dos honorables en serie como Camps y ahora este Fabra outelet que campa por twitter en busca de un coach que le asiente las costuras y le despeje un poco el carajal en el que anda más perdido que Marco, el De los Apeninos a los Andes, en el día de la madre.
Sí, muy poco debe valer un honor perdido en fechorías, que se puede restaurar con dinero. Eso sentimos todavía quienes fuimos educados con aquella decencia ridícula en eso del honor. Nosotros, los que todavía no habíamos descubierto el feeling con los dinosaurios y los diplodocus, ni nos ilustrábamos a base de vampiros encantadores, monstruos buenísimos, brujas generosas y estupendas, zombies atractivos o demonios maravillosos, pero sí leíamos relatos como aquél de las plumas lanzadas al viento por irresponsable falta de decencia, que luego era imposible recoger. Como pasa con el honor de base, no el de atrezzatura.
Y es que el honor autentico no es un barniz que salta, ni una chapa pintada para ocultar un fiasco de cubiertas chapuceras, tampoco se basa en la fama, en la imagen ni en el caché multimillonario, sino que es el resultado de los actos, pensamientos y palabras, que van rubricadas con la propia vida, con una conducta impecable y sin dobleces. Con la tinta de la coherencia ética. Como, por ejemplo, el honor de Gandhi, cuyo aniversario recordábamos ayer.
De Gandhi han dicho de todo, porque no hay alma grande que, en cualquier momento de la existencia no tenga como 'recompensa' la detracción de la mediocridad, pero precisamente por ser grandes, esas almas nunca se entretienen en reivindicar su "honor" y mucho menos a base del dinero con que deberían resarcirles sus teóricos estafados.
Quién es verdaderamente honorable no necesita reivindicar su honorabilidad, fundamentalmente por que la hace evidente con su propia naturaleza y por estas razones entre otras muchas : 1) Sabe de sobra que los estados del ser no tienen precio. 2) Su mismo sentido de la justicia le inclina a no hacer chapuzas ni a subirse a la parra sobrevalorando su trabajo a costa de los impuestos ajenos. 3) Le tiene sin cuidado lo que piensen o digan sobre él y jamás litigaría miserablemente para lucrarse con la defensa de su propia indignidad, no por desprecio ni cinismo, sino porque además es consciente de que la opinión ajena no modifica la verdad ni la condición de cada uno, sabe que solo es el barniz pasajero y vacuo de la fama, de tan fácil deterioro y súbdita inevitable del ego y del olvido. 4) Y jamás permitiría que su trabajo resultase una chapuza indecente, carísima y hasta peligrosa, por no responsabilizarse debidamente de su obligación.
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