viernes, 15 de octubre de 2010

¿Por qué salpicar una buena acción con palabras envenenadas?

Después del maravilloso final de una tragedia presentida nos llega esta información acerca de la berlusconidad inmanente y trascendente del mandatario chileno. Está claro que -como decía el poeta - "en este mundo traidor nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira". Es muy difícil que en las abundancias y rimbombancias del poder y del glamour haya algo realmente limpio, sin mezcla de porquería añadida. La basura es un elemento que está presente siempre en los procesos humanos. Como una salsa bolognesa o un pesto en los platos de macarrones o spaghetti. Como el azafrán en la paella o el aceite en el gazpacho. Lo vemos en nuestra casa. ¿Somos capaces de vivir sin dejar un rastro de nuestro consumo, de nuestro abuso del medioambiente, que unas veces es reciclable y otras inevitablemente tóxico? Lo mismo ocurre con el poder y la "gloria". Pongamos un ejemplo habitual, un concierto al aire libre de algún astro inigualable. Preciosa música y elevadas vibraciones estéticas que pueden contaminar -y contaminan- el aire con luces abusivas, ruidos insoportables para los oídos -eso lo saben muy bien los admiradores que ocupan las primeras filas sacrificando los tímpanos por ver los más cerca posible a sus venerandas supernovas- y un montón de papeleras rebosantes en el mejor de los casos o un campo de batalla residual, lleno de cadáveres ilusorios como son botellas de cerveza o de cocacola, colillas y cajetillas de tabaco esparcidas por los bajos de las sillas, billetes arrugados, papel de aluminio y restos de bocadillo grasiento, paquetes vacíos de patatas fritas o pipas de girasol o envoltorios de caramelos variados. Amén, de la basura oculta en los chanchullos invisibles entre los divos y los ténicos, los empresarios y los managers abusones, los líos porno-habituales de las estrellas relucientes y sus chicas o chicos de compañía, ya sean coristas/os , bailarinas,/es o profesionales de la prostitución a domicilio. La carne no sólo es débil. Es que además, se lo pasa de muerte ejerciendo. Y el hombre sin evolucionar, que es carne a tutiplén y sobre todo, muy optimistamente considerado, es más o menos el 95 % de la población, anda en esos trámites. No consuela reconocerlo, pero nos pone los pies en el suelo de una realidad tan estrepitosa como penosamente comprobable. Donde cualquier resquicio de inocencia, de coherencia, de pureza de intención, de belleza transparente o de elevación moral, psíquica y , muy optimistamente, espiritual, es sólo un juego de poetas místicos o una especulación de anacoretas iluminados y fuera de tiesto que de cuando en cuando tienen que tirar de la carnaza para no irse de varas por esos mundos locos de la alucinación. Ya que los falsos estados de elevación provocada por hiperventilaciones e ideas fijas, sólo desemobocan en la locura o en la precaria marcha atrás de la virtud como penitencia y privación, en beneficio de unequlibrio más tangible y llevadero. Suele ocurrir este proceso natural cuando se siguen vías que superan las posibilidades y la disposición de los "adeptos".
Lo mismo sucede con los políticos y la moralidad. Realmente son tan débiles y carnales como el resto, pero a ellos se les exige más, porque se confía en que sus directrices arreglen en público lo que entre todos se destroza en privado. Y es bastante injusto usar raseros distintos para cada persona, según el lugar que ocupa en la sociedad. Quizás los ciudadanos que roban en el taxímetro, en el peso de la compra, en los precios abusivos, en los intereses sobrepasados de la banca, en los sueldos y contratos de miseria, en las horas de trabajo inoperante e incumplido, en las infidelidades y abusos ocultos, no merezcan mejores gestores de los que hay. Y quizás, quién sabe,el gesto o la gestión humanitarios de un mandamás poderoso, pueda salvar treinta y tres vidas, poniendo todo lo que está a su alcance para conseguir ayudas y llevar a buen término el rescate de unos trabajadores. No sé cómo será el interior del señor Piñera y no soy quién para juzgar lo que no conozco de su historia personal. Si ha delinquido o se ha corrompido, que le juzguen y que pague si tiene que pagar algo. Pero lo bien hecho, bien hecho está. Y es justo y noble reconocerlo. Sacarle los trapos sucios de la murmuración especulativa sin pruebas, del juicio temerario en un momento como éste, huele a envidia, a fastidio por el bien ajeno y una inquina inocultable porque es de derechas y rico. Las buenas acciones no son exclusivas de ninguna ideología. Valen por sí mismas, independientemente de quien las realice. Y lo mismo ocurre en el caso de los errores y delitos.

Viene a la memoria,en este sentido, una situaciones que se describe en el Evangelio:

-Señor, hay algunos que andan curando, predicando y echando demonios en tu nombre y no son tus discípulos ni pertenecen a nuestro grupo -le dijeron a Jesús los apóstoles.

-¿Y qué más da en nombre de quién lo hagan ni a qué grupo pertenezcan? Lo importante es que hacen lo que deben hacer- repondió Jesús.

O la respuesta del ciego de nacimiento sanado por el maestro,cuando los del Sanedrín le dijeron

-¿Sabes que el que te ha curado es un blasfemo y un pecador?

- Me da igual lo que sea ese hombre.Sólo sé que yo nací ciego y ahora veo- respondió el ex-ciego.

Hay que revisar los Valores. Y antes de hablar o escribir, antes de denunciar, meditar un poco lo que se conoce o lo que se sólo se ha oído. Lo que es real y comprobable y lo que es especulación o deseos de dar un toque sucio a una realidad limpia. De poner la guinda amarga en el pastel que no hemos cocinado. Y no poner en marcha las máquinas del fango contra nadie cuando tal vez nosotros mismos lo estamos fabricando y sin saberlo nos alimentamos de él. Desterremos de una vez ese adagio que aconseja pensar mal para acertar, porque lo triste es que lo que pensamos adquiere vida en la materia. Y muchos pensamientos oscuros producen oscuridad. Y mucha sombra negra en el inconsciente colectivo y en las mentes individuales.
Si queremos un mundo mejor, comencemos por hacer limpieza en nosotros mismos. En nuestro entorno. Y veremos, que al sanarnos también nos cambia el modo de ver y comprender la realidad, sin apegos ansiosos a "lo nuestro" y con la capacidad de disfrutar lo bueno de los demás como si fuese lo propio. Separando las acciones concretas de las personas que las realizan, porque hoy se acierta y se complace a todos y mañana quizás no sea así. Puede haber errores y fallos y delitos. Pero el indivíduo, aun condenado, o arrepentido, sigue siendo el mismo. Un semejante. Un hermano. Un compañero de camino. Y nosotros mismos cuando condenamos sin atenuantes ni piedad, somos tan injustos y arbitrarios como el que más.

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