martes, 12 de octubre de 2010

Espiritualismo y espiritualidad

Anda muy revolucionado el panorama religioso con la próxima visita a España del jefe del estado Vaticano. Se remueven conciencias y confesionalidades, a favor y en contra. Y entonces una, intentando ser comprensiva y justa, se pilla el Evangelio y empieza a dejarse calar por sus palabras que a pesar de dos milenios tienen una actualidad palpitante. Los valores básicos que lo cimentan son del Espíritu. Y éste es la base de todo valor imperturbable a lo largo del tiempo y sus historias.
El Espíritu es esa fuerza invisible como el aire que respiramos, llena de energía y de inteligencia no medible en los test. Siempre presente, desde el vacío preñado de posiblidades, como comentan los investigadores de la ciencia, al big ben de Hawking, a la siembra de la vida en todos sus matices y escalas. Es vida palpable y no palpable. Nos constituye y nos construye. Hasta el momento en que nos nace la conciencia no lo detectamos y a partir de ese punto de "encuentro" nuestra vida cambia radicalmente de orientación, en unos de golpe, en otros, poco a poco. Cada uno lleva sus ciclos. Y todos están donde deben estar en ese descubrirse constante e imparable, en los estados personales e instransferibles. A lo largo de ese desarrollo ha ido gestándose y tomando forma el homo religiosus, que significa, hombre cumplidor escrupuloso, de conciencia. Un concepto que está unido a la raiz latina relig- , atar, sujetar, amarrar. Es decir, el hombre que se ata, guíado por una exigencia paticular, a un determinado modo de cumplimentos escrupulosos y devotos. Eso era la forma tradicional de comportamiento en las religiones arcaicas, como las que encontraron, Buda , Jesucristo, Lao Tsé y todos los seres lúcidos que han removido las aguas oceánicas de la evolución para hacerla progresar. Ese estado es obra del Espíritu, en su despertar dentro de la conciencia humana. Ante ese descubrimiento el primer impulso es "atarse", dejarse atar por una disciplina, por unos mandamientos fuertes y contundentes que frenen los impulsos animales primarios que por la evolución material han condensado la fuerza del Espíritu en los niveles más elementales de desarrollo. La evolución es muy diferente en cada cultura, en cada tiempo, en cada geografía ontológica. Se adapta al ritmo de crecimento, va permeabilizando la esencia de las criaturas y por supuesto, del hombre. Sin embargo llega un momento crítico, en que se traspasa una barrera importante e irreversible. Las normas impuestas se cumplen como ley natural y asumida. La masa crítica de seres que han superado la frontera evolutiva adquiere un peso y un volumen considerables y entonces comienza la diáspora del hombre religioso hacia el hombre espiritual. La religión se va quedando estrecha, los preceptos más importantes ya están incorporados a la conciencia como un don natural. Repugna la violencia, la injusticia, el abuso, las costumbres de siempre pierden sentido, hay un disgusto instintivo frente a la pasividad mortecina de lo que antes nos llenaba o nos "convencía", algo muy profundo nos llama a otra cosa o a otros estados que desconocemos. Las respuestas de "siempre" no nos aportan ya razones para continuar. Hay desazón y vacío. Los místicos lo llaman "la noche oscura". El estado religioso se alarma y lo considera una pérdida de fe. Lo mira con hostilidad. Y con miedo, como si fuese algo peligroso. Y no es así. Es una caída de ataduras dogmáticas. Se está superando el escalón religioso para ascender al escalón espiritual,que no están en contradicción, sino que es el paso siguiente hacia la realización infinita del ser. Sería estúpido enfadarse porque un niño con dientes abandone el biberón y quiera comer cosas sólidas. O porque un adolescente experimente cambios hormonales. Es cuando se oye a tantas personas hacer el mismo tipo de afirmación: "Yo creo en Dios, pero no puedo creer en la iglesia", "la religión no me dice nada, es buena, pero tiene que haber algo más", "la disciplina de la meditación no me basta para llenar el vacío que siento dentro", "a pesar de practicar lo que me han enseñado, siento que no mejoro, que tropiezo con una pared invisible dentro de mí y vivo en una sequía interior que no me deja disfrutar nada, estoy en un vacío", etc...
Estas señales nos indican que ya no nos sirve el estado religioso, entendido como hasta ahora. Sin embargo cuando se consultan los "maestros" y los expertos religiosos,no se encuentran las respuestas, salvo que se tenga la suerte de encontrar un místico entre ellos. Sólo quien ha pasado por un desierto abrasador, por un Himalaya congelado y abandonado, por una selva amazónica llena de peligros y amenazas y ha conseguido salir vivo, crecido y feliz por la experiencia, puede iluminar y llevar esperanza a los que están en plena crisis de cambio. Y ese es el místico. No lo encontraremos en las cúspides de los poderes del mundo, ni en los tronos de la jerarquía, ni en las pasarelas del ajetreo, ni los deslumbramientos avasalladores, ni en las fuentes de diversión y atropellamiento de los sentidos desordenados. Lo encontraremos, como se encuentra en el silencio el canto de un pájaro, el roce delicado de un perfume intacto, la sorpresa perfecta de una flor o la envoltura cálida de un horizonte repentinamente iluminado por un tipo de luz desconocida e íntima al mismo tiempo. Y ese será el comienzo de una nueva etapa en el camino. Lo primero que se perderá es el miedo. Al mismo tiempo aparece la paz , que va llenando el hueco del temor que se va. Es una paz muy distinta a lo que nos imaginamos que es la paz. No es inactiva, no es pasiva. Está siempre despierta y es la fuente de la inspiración. De un raudal de conocimiento que no pertenece ya a la teoría, sino a la realización instantánea, sin enredos ni planes a priori. Y ahí se empieza a saber qué es la libertad. No es un deseo de autoafirmación de lo que ya no tiene importancia, sino un gozo y una canalización constante de una energía que hasta ese momento no conocíamos, que siempre aparece nueva y sorprendente. Es lo que llaman gracia.
Bien, pues ese estado es la superación del estado religioso. Ha nacido el homo spiritualis . En ese punto se empieza a distinguir qué es espiritualidad y qué es espiritualismo. El espiritualismo es el empeño religioso por vivir valores que no se ha alcanzado a asumir como esenciales e íntimos. Y se sustituyen por formas piadosas. Por ejemplo, yo no entiendo el significado del Evangelio, pero a mí me han bautizado y yo voy a misa los domingos por costumbre y por miedo a que luego haya por ahí un dios que me condene. Mientras estoy en misa me distraigo en mi pensamientos, miro el reloj o cierro los ojos y me duermo hasta que los cantos o la salida del templo me avisan. O bien estoy físicamente despierta pero me dedico a observar a los demás, sus ropas, sus comportamientos poco piadosos y cuando el sacerdote explica en la homilía las conductas impropias y pecaminosas, yo paso revista mentalmente a todos mis familiares, conocidos, jefes y personjes públicos escandalosos e injustos. Y me siento muy a gusto por descubrirles tantos fallos y así, en mi identificación con los "buenos", ponerme por encima de ellos. Rezo, me confieso de cosas puntuales, frecuento los sacramentos y me indigno cuando alguien discute algo sobre " mi iglesia" o sobre mi opción política que des deluego siempre será la que mi iglesia me indique. Cuando liquido mis obligaciones piadosas retomo los vicios de siempre y hasta los perfecciono y puedo llegar a rezar para que Dos castigue a mis enemigos, que son los que tienen ideas distintas de las mías, sin comprender que el Espíritu jamás complacerá esa especie de magia negra en que quiero convertir la oración. Así explica que la religión al uso no tenga el menor reparo de dar la comunión a un dictador que firma penas de muerte como si fuesen autógrafos y se la niegue a un inofensivo feligrés que esté divorciado y que no sea Julio Iglesias o Carolina de Mónaco que pueden anular sus matrimonios canónicos cuando gusten. El dictador, en cambio, cumple los preceptos religiosos y el otro no. El uno es poderoso y el otro no. Ese estado es espiritualista e infantil. Farisaico e hipócrita. Nunca es espiritual, porque está de espaldas al camino del espíritu, que jamás es una vía para satisfechos y "buenos" de profesión. Y tampoco para delincuentes camuflados de ratas de sacristía.
Pradógicamente, cuanto más religioso es un indivíduo, más se preocupa por su "salvación" particular y menos se interesa por la salvación de todos si es que todos no pertenecen a su iglesia. Si entra en política o en causas sociales sólo lo hará en grupos dogmáticos e impositores, jamás se planteará colaborar en grupos de diversa orientación. Sólo ve valores en lo "suyo". Y paradógicamente cuanto más religioso es un indivíduo, es también más materialista y amante de las seguridades económicas y de los grupos de altas finanzas y productivos negocios. Es la forma que tienen las religiones de interpretar el adagio popular "a Dios rogando y con el mazo dando".
Quienes han traspasado la "barrera" límite del homo religiosus viven ocupados en el presente, lo experimentan, lo trabajan y al mismo tiempo disfrutan la constante provisión de fondos que les llega en lo material y en lo no cuantificable, que los demás llaman milagro, pero que es tan natural como la ley de la consecuencia cualitativa. Dejan de inquietarse para siempre. Sirven amorosamente, con gozo, con sentido del humor y una libertad comprometida con lo que les está llenando constantemente desde dentro y desde "arriba", que es también "abajo". En ese estado no hay separación de espacios ni de tiempos. Ni de categorías personales. Ni hace falta ya el reloj. Siempre se llega justamente cuando hay que llegar. Y siempre se parte cuando hay que partir. No hay clases sociales que dividan. No hay culturas que se desprecien, no hay razas inferiores ni superiores, sólo una: la humanidad. La oración y la meditación no son ya -como en el estado religioso- trozos de tiempo dedicados a la divinidad o al bienestar puntuales, sino un estado permanente de percibir y elaborar la vida con todo lo que existe. Lo divino y lo humano se perciben inseparables. En ese estado el Espíritu no está ausente jamás del proceso vital. No hay nada que separe lo sagrado de lo profano. Pensar es hacer y hacer, pensar. Para siempre se descarta el juicio, la condena, el desprecio a los diferentes, que son riqueza y no oposición, aunque ellos lo crean así. Sin embargo la capacidad de detectar los injusto y lo mejorable aumenta considerablemente, como también aumentan lo recursos y la cratividad, que en el estado religioso era simplemente la repetición de lo conocido. Ya que el miedo al pecado y al error, el rechazo y el afánde control y de ser "los mejores", bloquean el acceso a la fuente de la creación que es pura generosidad y limpieza de intención. La verdadera inocencia, que no es estar fuera de la realidad, sino descubrir y ver muchos más aspectos de ella. Y celebrarlos poniéndolos a trabajar para bien de todos, no sólo de los afectos al "régimen" del egocentrismo religioso, nacional, político, social o personal.
En fin, más o menos, estos esbozos pueden dar una idea de lo que es el espiritualismo y la espiritualidad y quizás ante el reto y la polémica que estos días está provocando el viaje político-vaticanista, nos ayuden a centrar los motivos por los que lo deseamos o ponemos en tela de juicio este tipo de movida humana. Siempre libre pero no siempre lícita, sana y coherente con los valores indestructibles del Espíritu, que para los cristianos está reflejado en el Nuevo Testamento y sobre todo en las palabras de Jesucristo que no han sido alteradas por sus seguidores. Eso se empieza a distinguir cuando el Espíritu nos muestra el verdadero significado de lo que leemos y así se ve muy bien que cosas se han añadido al relato original y cuales tienen verdadera "resonancia magnética" en nuestra conciencia porque proceden de la fuente primigenia e incontaminable. Esa compañía profunda es el origen de la fidelidad eterna. Indesgastable y siempre nueva, como todo lo humanamente divino y divinamente humano.
Que la paz sea con todos y todas.

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