viernes, 29 de octubre de 2010

Cuando un hombre es una bendición, simpre deja huellas indelebles.

Se ha ido Marcelino Camacho. Un hombre justo y bueno. Entregó su vida a la causa de los pobres, de los sin derechos, de los aplastados por el poder. Y nunca quiso ser poderoso, ni se apuntó al carro del triunfo de la izquierda, siendo un héroe. No abandonó su humilde piso en el barrio obrero de Carabanchel. No cambió sus costumbres sencillas. Siguió siendo un marido, un padre y un abuelo normalísimo a pesar de que la sociedad liberada de la dictadura quiso hacer de él y de Nicolás Redondo unos símbolos de la resistencia , de la ética ciudadana y política. Ni Redondo ni él cayeron en la trampa del glamour. Siguieron la senda anónima del compromiso y de una solidaridad que nunca se casó con el poder.
Un ejemplo que ahora mismo los políticos y los sindicalistas deberían mirar muy de cerca. Así deberían ser todos los servidores del Estado. Hombres de bien, capaces de poner generosamente lo que son, lo que saben y lo que tienen, al servicio de todos. En vez de criticar y seguir el modo de vida injusto, este tipo de hombre no grita, ni insulta. Hace. Trabaja. Irradia la dignidad que lleva dentro y que no puede ocultar aunque no se dé ninguna importancia. O precisamente por ello.
Marcelino Camacho fue condenado a 20 años de cárcel por no callar, por no deblegarse al poder abusador de los injustos. Austero y más claro que el agua, era un faro que alumbraba los primeros pasos de la democracia. Un ejemplo que todos mirábamos con admiración y con asombro. Con la llegada de las libertades Marcelino salió de la cárcel después de 14 años. Y no hablaba con odio ni con rencor.Sino con el ardor de la justicia, con la paz del sabio que lucha sin más armas que la honestidad y la inteligencia. Siempre abierto al diálogo e intransigente con el chanchullo y el apaño de la injusticia camuflada de conveniencia y componenda.
Era comunista convencido. No sé si sería también ateo, pero eso da igual,cuando un hombre vive en medio del mundo los valores del reino de Dios y lo humano se diviniza porque él lo lleva a su más alto grado de humanidad. Ojalá los católicos recalcitrantes, limosneros e insolidarios, xenófobos, machistas, corruptores de niñas y niños, explotadores de inmigrantes y corruptos hasta las cejas, se convirtieran en comunistas de esa clase. Pasar de ser creyentes teóricos y ateos prácticos a realizadores prácticos aunque fuesen ateos teóricos. A Dios le da igual que se crea o no en su existencia, lo único que de verdad importa es que se vivan sus valores. Y eso Marcelino Camacho lo ha vivido siempre en olor de santidad. Y por eso tiene un altar en el corazón de todos los ciudadanos de cualquier ideología, normales y civilizados, de este país.

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