martes, 16 de noviembre de 2021

Bach - Hopkinson Smith - Suites n°1, 2, 3

 

Para completar el paisaje bachiano con el alma de las cuerdas, aquí está también Hopkinson Smith. Un lujo de maestro, que junto a Russell fue otro regalo  para el Conservarorio de València en los años ochenta, cuando nuestra familia infantil y jovencita estudiaba música, solfeo, guitarra, piano, violín y flauta travesera, canto, composición e interpretación...La música debería ser un conocimiento básico en la educación, como lo es el lenguaje, las matemáticas, la geografía o la historia, desde la guardería hasta la Universidad. Su estudio y su práctica, abre canales en la inteligencia y en la sensibilidad, en la interconexión del yo con la vida en el Nosotros. 

El Estado debería tenerlo en cuenta a la hora de educar, instruir, formar mientras se informa, agrandando espacios interiores que permitan iluminar y civilizar mientras se aprende y se disfruta del aprendizaje en vez de padecerlo. Y así, tener herramientas para dejar el Planeta mejor de lo que lo encontramos al llegar a él, en vez de arrasarlo sin comprender lo que estamos haciendo...

Sería muy interesante que las cadenas de tv proyectasen con frecuencia películas como La Misión, de Roland Joffre. Para descubrir y recordar -fue una historia real- como una humilde flauta dulce en manos de un ser consciente y despierto logra despertar y reunir en medio de la selva a una tribu indígena de músicos en potencia, hasta convertirse en una iniciativa materializada en un  coro y una orquesta que fabrica sus propios instrumentos en el taller de la convivencia y del amor, dejando boquiabiertos a virreyes y cardenales. Y cómo el poder desalmado cebándose en aquel momento, (igual que ahora, pero sin máscaras)  con el comercio de esclavos, en la injusticia y en la crueldad incapaz de "gobernar con sentimientos" que, sin duda, son la mejor expresión de la inteligencia, acaba destrozando el proyecto y a los seres humanos que lo hacían posible. 

Las aberraciones del poder solo son posibles cuando no hay conciencia. Pero cuando la hay las aberraciones no son posibles. La música -no confundirla con el ruido rítmico ni con el berrido del instinto solo animal, algo que en el hombre es una tara y no una cualidad como en las demás especies-, es la expresión sonora de la luz que nos cura una ceguera autómata que mata por dentro antes de matar por fuera, antes de evolucionar si no despertamos por el camino del autoexterminio feroz, de la pelea, la violencia, la venganza, el rencor, la tontuna vanidosa, la vacuidad insaciable de no se sabe qué, etc, etc. 

La música -no el estruendo y el berrido- nos hace entrar en las ondas del espíritu, Es como las vías del ferrocarril energético, que transmiten el mensaje de Buda, de Jesús, de Lao Tse, de los que llamamos "santos", por lo raros que resultan, y de cualquier ser despierto que descubra el percal. 

Por eso los músicos dormidos son terroristas espirituales, tan perdidos, enfermos  y deteriorados por dentro como para afirmar  que las placas de energía solar ¡solo funcionan de día!...

Pero los músicos despiertos son ángeles. En griego original: mensajeros. Ellos mismos son energía inagotable. Una bendición para la humanidad.

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