Agudeza visual: las
frases anteriores, copiadas tal cual de redes sociales y comentarios a
noticias, ¿a quién se refieren? ¿A tuiteros juzgados en la Audiencia
Nacional? ¿A la condena contra un cantante? ¿O al famoso autobús
tránsfobo?
No, tranquilos, no voy a hacer una defensa del derecho
de HazteOir a pasear por la calle su fanatismo, ni voy a decir eso de
Mr. Wonderful de que "no estoy de acuerdo contigo pero daría mi vida
etc.". Que se defiendan ellos. Si algo me preocupa del caso no es que
restrinjamos la palabra a los integristas, sino que con toda torpeza se
la amplifiquemos: no sé si algún niño ha visto el autobús por la calle,
pero seguro que lo han visto en todos los telediarios. Enhorabuena,
señores de HazteOir: conseguir una campaña en TV, radio, prensa y redes
por unos pocos miles de euros no lo hace cualquiera.
Lo que me preocupa es el cacao que tenemos con la libertad de expresión.
Todos, yo el primero. Llevamos tiempo enfangados en un debate donde los
argumentos son intercambiables según quién sea el afectado. Que
condenan a alguien por decir burradas sobre ETA, Carrero o el torero
muerto, pues respondemos pidiendo que condenen también a los que dicen
burradas machistas o franquistas. Que atacan a un humorista "de los
nuestros", lo defendemos para luego atacar a otro humorista que nos
molesta, entrando en otro barrizal aún más pantanoso, el de los "límites
del humor" (con lo fácil que es leer al maestro Adanti).
Creemos participar en un debate, cuando en realidad hemos caído en una
trampa. Yo el primero, insisto. Hablar de los límites de la libertad de
expresión ya es asumir una derrota. Hoy es el autobús, y empujamos para
estrechar esos límites. Mañana tocará defender a la virgen Drag,
y otra vez estiraremos para ensancharlos. Para colmo, aceptamos jugar
con unas reglas que son de parte: el Código Penal, que ha ido cerrando
el terreno de juego y permitiendo disparates judiciales. Ese mismo
Código que criticamos en unos casos, lo enarbolamos en otros. Quien
mejor lo ha expresado estos días es una víctima de ese Código Penal, César Strawberry.
La libertad de expresión siempre está amenazada, no viene dada, es una
batalla que pelear diariamente frente a los intentos de restringirla,
contra las censuras y la autocensura del miedo. Ampliarla hasta donde
hoy la disfrutamos no ha sido una concesión graciosa, sino el resultado
de siglos de resistencia, de luchas civiles, desobediencia, transgresión
y mucha represión. Hoy sigue siendo un campo de batalla, pero sospecho
que la estamos perdiendo, confundidos entre la niebla y cayendo en todas
las trampas mientras las fuerzas regresivas ganan terreno.
A mí no me preocupa un autobús con mensajes repugnantes. Yo lo dejaría
circular, sobre todo si su prohibición solo consigue el efecto
contrario. Contra eso no necesitamos ordenanzas municipales, ni mucho
menos el Código Penal. La mejor protección a las niñas y niños está en
la educación: educar para la convivencia a los menores transexuales, a
sus compañeros para que los respeten, y por supuesto a los hijos de los
del autobús, que no por ir a colegios religiosos deberían quedar al
margen. Además, informar y discutir como ya hacemos estos días,
demostrando a los fanáticos que son pocos, y que van perdiendo en su
cruzada. Incluso contraprogramándoles con otro autobús,
si hace falta. Por supuesto, proteger y apoyar a los menores objeto de
la campaña. Y cerrar el grifo: ni un euro, ni una subvención, ni un
impuesto ahorrado por ser de utilidad pública.
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