Isaac Rosa
Lo va a tener difícil la prensa monárquica este
martes para celebrar los mil días que el rey Felipe VI cumple en el
trono. Para llenar páginas y minutos de telediario tendrán que
hinchar mucho la prosa cortesana con las habituales frases hechas
("normalidad institucional", "renovación de la monarquía",
"transparencia y ejemplaridad", "cercanía a los ciudadanos"…). Y aun
así, les va a costar cubrir media página, porque no hay mucho que
contar.
Hagan la prueba: díganme cuáles son los
momentos más destacados de estos primeros mil días en el trono. Qué
decisiones del rey recuerdan, qué discursos, qué imágenes. A ver, a ver…
El día de la proclamación, con el paseo en Rolls por la Gran Vía... El
discurso de navidad en el salón ese tan bonito del Palacio Real… Ah, y
que fue en viaje de negocios a Arabia Saudí siguiendo la tradición
familiar. ¿Recuerdan algún otro momento destacable?
Los medios cortesanos pueden hacer corta y pega,
publicar hoy el mismo balance elogioso que ya hicieron al cumplir los
primeros cien días, sin cambiar una coma. Todo lo bueno que se puede
contar del rey estaba ya allí, en sus primeros tres meses: un código de
conducta para los miembros de la Casa Real, prohibición a la familia de
tener negocios privados, un poco de transparencia en las cuentas,
regulación de los regalos… Y ya.
Las "grandes medidas
para renovar la institución monárquica" siguen siendo a los mil días
las mismas que ya tomó en los primeros cien días, ni una más. Aquellos
cien primeros días sí fueron de intensa actividad, llenos de gestos
pretendidamente renovadores, audiencias a colectivos sociales, selfis
con gente en la calle, discurso en la ONU, entrevista con Obama…
Así superó los cien días críticos, momento en que Gobierno, partidos y
medios anunciaron que la monarquía estaba renovada, que pasó el peligro y
remontaba en las encuestas, y a partir de ahí el rey levantó el pie,
pasó a segundo plano y se aplicó en pasar desapercibido. Frente a los
excesos de su padre, eligió la discreción, un perfil bajo, bajísimo, que
con el bloqueo institucional tras las elecciones se convirtió en modo
reposo, sin apenas agenda, celebrando rondas de consultas para las
investiduras y poco más.
Tras su proclamación,
políticos y periodistas cortesanos anunciaron la llegada del rey que
España necesitaba para superar la crisis, todas las crisis. "Una
monarquía renovada para un tiempo nuevo", dijo en su discurso. Joven,
preparado y sin mancha, iba a recuperar la iniciativa perdida por su
padre, lideraría los cambios necesarios, reforma constitucional
incluida, y hasta iba a jugar un papel decisivo en resolver el problema
catalán (no me lo invento, todo eso se escribió tras su proclamación).
Pero el rey, listo como es, se dio cuenta de que lo mejor que podía
hacer para consolidar su reinado era evitar riesgos, dar unas pinceladas
cosméticas a la corona, apartarse de los charcos dejados por su padre y
su hermana, y convertirse en un rey funcionarial, discretísimo,
irrelevante incluso; prescindible pero no hasta el extremo de que
queramos prescindir de él. En tiempos revueltos, la supervivencia
monárquica pasa por que no se note mucho que hay rey. Y lo ha
conseguido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario