sábado, 10 de septiembre de 2011

Queja, melancolía y madurez

Nuestro equipaje psico-emotivo heredado puede llegar a convertirse en un peso pesado sobre la espalda de nuestra vida personal, hasta aplastarla. Ese equipaje, que al principio de la vida nos sirve de referencia, tiene su cara y su cruz. Por un lado nos da seguridad y protección, porque está basado en patrones nacidos de usos y hábitos, que a través del tiempo han hecho su función educadora y domesticadora a la vez. Es decir a cambio de darnos seguridad nos recorta las alas del crecimiento holístico. Completo. Universal. Nos domestica para las habilidades materiales, pero nos priva del vuelo del espíritu que es en realidad el motor de toda vida. Erroneamente se considera "maduro" a quien "tiene los pies en el suelo" -¡y la mente también!- o sea a quien sólo valora lo que puede controlar y reconoce como afín a sus gustos, posibilidades y manejos y además le hace rico e influyente. A quien no ve nada más que lo que tiene materialmente delante. De ahí ha nacido el ralentí crónico de nuestra civilización mediocre, de ahí se ha considerado "genio" a quien durante su vida ha visto algo más, ha sido muy mal comprendido y explotado y postmortem, se le dedican monumentos o se le sube a los altares. Así no hay quien madure. A golpe de "genio" frustrado es imposible madurar y vivir con verdadera dignidad de hombres y mujeres completos. una humanidad que es una masa informe de resignados, de la que en cada generación salen unas cuantas anomalías geniales, es un fracaso global. Aunque haya aprovechado su talento para explotar los "inventos" de los "elegidos" y así vivir con comodidad, abundancia y fatal. Porque en realidad esa masa, cuando se acomoda no sabe qué hacer con su tiempo libre, su autonomía y su abundancia. Entonces, se autodestruye.

El proceso comienza desde pequeñitos, con la queja. El llanto insistente para que nos hagan caso y atiendan nuestras necesidades o caprichos. Las rabietas. Si nos atienden enseguida y nos facilitan todo lo que deseamos, nos convertimos en tiranos miserables e insatisfechos crónicos. Infelices. Exigentes. Desagradecidos. Déspotas. No somos niños sanos, sino emotivodependientes, que si no maduran arrastrarán esa tara durante el resto de sus vidas.
Si, por el contrario, no nos atienden y nos privan de lo que deseamos o necesitamos, se desarrolla la frustración.El rencor. La desconfianza en la vida y en los demás. Si tu familia te fallado, imagínate lo que hará el resto. La amargura que da el abandono afectivo en los primeros años de la vida desequilibra la percepción da la misma vida. Y segrega ese jugo tóxico de la recurrente melancolía. Que es el extracto, el aceite esencial de la infelicidad. Un fluído maléfico, la niebla enfermiza perenne que impide apreciar los colores reales de nuestro paisaje vital. Y la glándula que la segrega es el ego cuando se hipertrofia y pierde elasticidad y capacidad de comprensión y de adaptación a los estímulos y desafíos naturales de la existencia. Los griegos antiguos la definieron muy bien, como enfermedad. "Melan= negro," jolé"= cólico, dolor intenso. Y "melanjolía", estado perenne de cólico negro. Algo intimamente ligado a ciertos desarreglos hepato-biliares. Sin embargo a los antiguos médicos -mucho más sabios y observadores que los actuales- parecía interesarles tanto el aspecto orgánico como el psicoemocional y definieron como triste y apagado el estado pesimista de este mal oscuro. De modo que pocas veces será evidente qué es lo primero: la deficiencia orgánica o el desjuste psicoemocional del carácter.

Y luego hay que fijarse en las consecuencias de este proceso. Porque lo cierto es que la melancolía domina la psique y desde ella doblega la emoción y erosiona la voluntad, hasta dejarlas reducidas a su absoluto dominio. La melancolía es un pensamiento oscuro e insatisfecho que acaba por apoderarse del sistema entero y termina matándolo. Y da lugar hasta a una suerte de inspiración patológica que se ha confundido con el romanticismo y la nostalgia de los poetas o de los músicos. La nostalgia es otra vibración. Es un hueco especial que el alma conserva para lo sublime. Una aspiración hacia la plenitud. No nace de la frustración ni del odio ni del rencor, sino de la sensación finísima de la espera de algo muy grande, muy noble y muy feliz. La nostalgia no es una maldición frustrante como la melancolía, sino una plenitud intangible, por eso ha dado lugar al encuentro profundo de la mística, a la belleza de la creación artística, al éxtasis y la expansión de la conciencia a niveles superiores, a las intuiciones de la ciencia y de la filosofía. A las obras sociales sin lucro y benefactoras. Al proyecto existencial que toca estados de conciencia mucho más evolucionados. Al amor verdadero. A ese que nace de una aspiración altísima y verdaderamente "romántica". Un amor que cuando encuentra el cauce adecuado hace milagros. Cambia todo. Sana todo. Impulsa lo mejor a su alrededor. Hace del placer corriente una joya viva de otra vibración sensual, mucho más pura, hermosa y viva. Una fuente inagotable de felicidad serena.
La fertilidad de la nostalgia acompaña a la madurez y la embellece tanto que es la mejor juventud que se puede vivir.

Sería estupendo que las películas, las canciones, los relatos y novelas, el teatro, la poesía y la música nos acercasen a esos estados de excelencia, que nos diesen pistas y herramientas para poder acceder a ellos, en vez de regodearse en el sufrimiento perenne, en la frustración, en el pozo de aguas fecales de la melancolía, tan inútil y bloqueante como un trauma freudiano sin solución. Un agujero negro en la sensibilidad, que nos hace tan egoístas como para olvidar que nuestro "sufrimiento" no es nada comparado con el de quienes no tienen nada y mueren en el abandono real después de una vida de esclavos o mendigos. Ya es hora de que sepamos quienes somos más allá de lo que nos han contado. Ya es hora de que experimentemos el señorío sobre nuestras pulsiones y herencias programadas. De que pongamos a nuestro ego en su sitio y no le dejemos nunca más el dominio morboso sobre nuestro reino personal, del que sólo el equilibrio entre espíritu y materia, es el gobernante único capaz de hacer el mejor trabajo gestor.

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