sábado, 17 de septiembre de 2011

Crónicas del alu-cine

Duquesa de Alba: "Lo estamos pasando mal, igual que todos"

Cayetana de Alba, una de las mujeres más ricas de España, cree que la culpa de la crisis es "del que manda"

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Lo pasmante de esta España cañí es que aún quedan dinosaurios disponibles. Que se pasean por las páginas de la prensa pretendidamente seria y por las calles del cotilleo nacional, en vez de estar donde toca. En Dinópolis.
En este momento en que toca desprenderse de los fardos del overbooking para que el barco pueda navegar sin hundirse, los dinosaurios demuestran que no están preparados, por su volumen y peso acumulativo, para continuar la travesía de la postmodernidad devoradora, hacia la nueva sociedad del sencillo y gozoso bienestar sostenible y solidario. Lógico, entonces, que las duquesas- couchè pongan el grito en la estratosfera, aferradas todavía a una cultura medieval, donde el noble vivía del producto interior brutísimo del abuso, del derecho de pernada, del fasto glorioso a costa de los impuestos de los pobres, de la sangre, el sudor y las lágrimas de los demás, así como de los privilegios de dudosa laya, que la realeza les concedía por su complicidad, por su silencio omertófilo ante el chanchullo mayestático que tantos beneficios prestaba a la "casta" de los que mandan de verdad, no cuatro días como los politiquillos de nada. Al fin y al cabo, cuando ellos se retiran, en los casos decentes, claro está, vuelven a la vida normal. Como Suárez a su bufete de abogado, Marcelino Camacho, que en paz descanse, a su pisito sin ascensor en Carabanchel, Nicolás Redondo a su simple jubilación en Portugalete, Gerardo Iglesias que regresó a su oficio de minero en Asturias, Julio Anguita a disfrutar su pensión de maestro, igual que Antonio Romero y que Santiago Carrillo retirado a contar la vida secreta de sus pelucas en la época talibán de la pre-democracia, Felipe González a su fastuoso diseño de joyas y bisutería fina con vocación de indiano personaje de finales del ochocientos digno de un relato de Torrente Ballester o de Blasco Ibáñez aunque con matices noir o de un entremés de Valle-Inclán, Aznar a sus asesorías de oro entre Murdochland y Bushistán y digno de protagonizar otro relato, pero esta vez de Maigret o de Connan Doyle o de novelita del Oeste, firmada por Marcial Lafuente Estefanía, como aquellas series de Editorial Rollán, que la plebe iba leyendo en el metro o en el autobús, y que eran el equivalente a un Millenium raquítico y encuadernado en rústica, o de Camps acuartelado en su puesto vitalicio en el Consell una vez defenestrado por su propio partido y quien sabe si a la espera de un futuro ministerio de Asuntos Gürteliales creado a su medida para ir ahorrando presupuesto en indumentaria oficial, Alfonso Guerra se supone que estará aún al cargo de su entrañable librería "Antonio Machado " en las puertas recoletas del barrio sevillano de Santa Cruz, ¿no?
Aunque a lo peor me estoy equivocando. Y "el que manda" es un totum revolutum cotrahilemórfico un poco deficitario, sin forma pero con mucha materia. Los viejos griegos también tenían el vicio del dualismo y dividían la existencia en dos planos: Hylè= materia y morfè=forma.

Pues eso, que las duquesas de la era secundaria aún no se han enterado de que esta sociedad se ha hecho líquida y ellas continúan en estado sólido, petrificado. Como los fósiles submarinos. Hundidos en el mundo abisal del pasado remoto. Por eso se divierten en los toros, donde la crueldad se convierte en "arte taurino" y deja a un lado su realidad de espectáculo vergonzoso y matarife, digno del tiranosauro rex o del triceratops, pero no de los seres humanos que se van haciendo conscientes de su humanidad.
La señora duquesa, envuelta en su papel zarzuelero, como aquel personaje de Luisa Fernanda de Pablo Sorozábal, sólo aspira a poder seguir viviendo feliz, de palacio en palacio, de verbena en verbena y de botox en botox, y a que sus hijos y herederos la dejen jugar otra vez a la ruleta rusa de su tercer o cuarto matrimonio, no sé por cuál va. Porque ella misma, dice en ese artículo de "Público", no admite el divorcio. Prefiere, a la antigua, una viudedad detrás de otra, porque se siente muy católica. Como la mantis religiosa, que se lo monta igual. Y cabe preguntarse si los maridos extintos, quizás, no hubiesen agradecido un divorcio a tiempo. De todos modos, cada uno suele encontrar lo que se busca. Ellos, buscaron y buscan el glamour y la pela. Ella, los consortes mansuetos y la tradición. Los palacios y la felicidad nebulosa de la burbuja aislante, cuyo único contacto con el hilemorfismo de la vida, es el mayordomo, el modista/o, el peluquero y el cirujano plástico. Si esto es la "aristocracia", o sea, "el poder de los mejores", ¿cómo será el poder de lo peor? No me atrevo ni a imaginarlo. Lo juro, por Snoopy y Hallo Kitty!

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