jueves, 22 de septiembre de 2011

La mirada inocente

Han matado a un hombre. Uno más. No ha sido por un altercado, ni por un accidente de carretera. Ni en un tiroteo de algún loco desquiciado. No ha sido un acto terrorista, ni un error médico, ni un accidente laboral, ni un ajuste de cuentas entre bandas de narcos. Ni por casualidad. Ha sido una muerte premeditada. Gélida. Estudiada. Legislada. Firmada con autógrafo por el gobernador de un Estado, que según dice, está orgulloso de su poder para eliminar personal molesto, como el que mata moscas incómodas. Un caso parecido al de "La milla verde", uno de las pocas ocasiones en que el cine yanky da qué pensar. Y mucho.

El hombre se llamaba Troy Davis. Tenía cuarenta años y llevaba veinte, -la mitad de su vida- en el patético e inhumano corredor de la muerte, esperando el indulto o el final. Se le acusaba de haber matado a un policía en un tiroteo callejero. Cosa que el acusado negó desde el principio y siete testigos, que le señalaban como reo, se fueron desdiciendo, porque fueron recordando, hasta llegar a negar sus primeros testimonios. Practicamente nadie le consideraba culpable. Pero el Estado sí. De nada ha valido la reflexión, el retractarse de los testimonios equivocados, las peticiones internacionales de indulto. De nada ha valido el fuste ético y sereno del propio condenado, su conducta y su actitud, muy por encima de las de sus verdugos. La ley ciega e idiota de yankilandia, esa terminator, falsa demócrata, judas de la ruina económica del mundo, farisea de mil caras a cuál más fea y oscura, no tiene piedad ni compasión e ignora uno de los principios del derecho romano, aplicable en casos como éste: Summum ius, summa iniuria. La justicia aplicada sin compasión, se convierte en injusticia. Al menos, en el rígido imperio romano, el emperador tantas veces loco, caprichoso e indiferente al dolor de los mortales, se veía obligado por la presión de la plebe a salvar la vida de algún gladiador o de algún condenado a muerte valiente y noble, cuya vida merecía ser indultada por clamor popular. Entonces, con el dedo pulgar de su mano derecha elevado, indicaba el indulto. Pero eran otros tiempos, donde hasta los tiranos más locos, de vez en cuando cedían a la debilidad de admirar a un gran ser, ya fuese por su talento o por su fuerza o por su nobleza. En EEUU, no. EEUU no conoce el perdón si no va precedido de un buen abogado que sólo se pueden pagar los millonarios. Bonita forma de eugenesia...o de kakogenesia, visto lo visto.

Troy Davis ha demostrado hasta el fin un temple, un talante y una actitud que es lo menos pensable, no ya en un asesino, sino en cualquier persona "honrada" e inocente que se viese sometida a un proceso injusto, sucio y fanático. Racista y perverso. Ha mantenido su inocencia desde siempre, ha pedido una investigación más rigurosa en sus últimas palabras y ha sabido transmutar su justa rabia en un estado superior de conciencia que le ha permitido no asustarse ante la muerte, tal vez porque en veinte años ha tenido tiempo de comprobar como ella puede ser mucho más compasiva que los monstruos mecánicos con vida animal y título de abogado o de juez, que le han juzgado y asesinado. Ha aceptado el error de los hombres y de sus leyes. La frialdad inhumana de los rituales de la extinción sin piedad alguna. El juicio de quienes carecen de conciencia. Ha rechazado los tranquilizantes, la sedación para evitarle el dolor final y ha querido dejar un mensaje en las últimas palabras que se le han concedido decir en la misma liturgia cruel de su adiós, y que ha dedicado a los familiares de su presunta víctima, que como buitres carroñeros no se han conformado con la muerte de su enemigo, es que estaban allí en primera fila para no perderse ni un detalle. "Soy inocente. No he matado a vuestro padre, hermano y marido. Pido a Dios que os perdone por esta muerte inútil e injusta, como yo os perdono".
En la tradición hindú se considera liberado e iluminado al ser que es capaz, mientras muere de muerte violenta e injusta, de perdonar y compadecer a quien le quita la vida, eso le libera del karma y le hace alcanzar el estado búdico. Y la misma tradición carga a sus asesinos con una deuda terrible, por matar a un santo, a un hombre capaz de haberse convertido en ángel. De superar las ataduras del deseo de venganza, del odio, del rencor, de la ira.

Hay personas que se rebelan contra el destino y se vuelven monstruosas ante sus golpes. Sin embargo hay otras que aprovechan esas emboscadas del mismo destino para elevarse y dejar atrás para siempre, la condición animal y primitiva. Troy Davis es una de ellas. Y cuando alguien da un paso de esa clase, cambia la energía humana, la mejora, la refina. Crea vibraciones superiores que moverán muchas cosas a favor del cambio de la humanidad hacia su elevación. Y este hombre en la flor de la vida, con una familia, con un hijo al que no verá madurar, maltratado psicológicamente hasta una muerte de protocolo inapelable, ha sido mucho más que un ejemplo. Su sufrimiento injusto e incomprensible ya en pleno siglo XXI y en la cuna de la supuesta democracia moderna del mundo, moverá muchas cosas, principalmente en el entorno que le ha condenado y asesinado con la ley en la mano. ¿Qué valor pueden tener ahora una cultura y un modo de vida capaces de asesinar a sangre fría, por ley, a una persona. Y peor aún, a una persona cuya culpabilidad está menos clara que su inocencia? ¿Cómo se sentirán ahora los verdugos ante una muerte aceptada con una serenidad y una clase mucho más digna y compasiva que la ley que la ha provocado?

Sólo hace falta mirar la expresión de ese rostro. La armonía de su gesto. La profunda bondad e inteligencia que sus ojos irradian, para comprender qué clase de persona ha sido. Y ahora, por estudiar un poco los rasgos fisionómicos, podríamos hacer el ejercicio de poner esa foto al lado de una de Bush jr, por ejemplo, o de Reagan, o del mismo idealizado J.F. Kennedy o de cualquier matarife universal elegido y bendecido por votación popular, a quienes nunca pondrán una inyección letal por asesinar a miles de inocentes a bombazo limpio para salvaguardar la "libertad" y la "democracia", por supuesto, las suyas. Un país cuyas leyes no saben lo que hacen y cuyos ciudadanos no hacen nada por cambiarlas, como aquellos que Jesús perdonó en la cruz, está condenado a terminar muy mal. No porque nadie le castigue desde fuera, sino porque él mismo es su propio destructor. No será ningún ataque terrorista. Ellos son sus mismos verdugos, no necesitan refuerzos. El tiempo lo confirmará.

Y tú, querido Troy Davis, que ya te has liberado de las cadenas del horror para siempre, que estás ahora en los brazos de la luz infinita, gozando del resultado de tu largo y durísimo camino, seguro que estarás intercediendo en el universo intangible para que las consecuencias del mal que gobierna tu ex-país y que infecta el planeta entero, camuflado de legalidad, de "bienestar" y de "civilización", sean menos crueles de lo que merece una forma tal de estar en el mundo. Aunque sólo sea por los inocentes e indefensos que allí mismo sufren la misma atrocidad que tú has sufrido. ¡Bien llegado al plano de la paz bendita y de la luz que nunca se extingue!

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