martes, 28 de enero de 2025

Muchas gracias por estas reflexiones tan lúcidas y coherentes como aclaratorias. Sobre todo se agradece que el autor sea un servidor público en activo: José Manuel Nevado es Director de Comunicación Institucional de la Secretaría de Estado de Comunicación. Es decir, una persona implicada estatalmente en el servicio a la ciudadanía y que pone en práctica su responsabilidad, dirigiéndose a la sociedad personalmente, y así mostrar y explicar las posibilidades y soluciones que tenemos para mejorar y corregir las disfunciones que se han convertido y se están convirtiendo cada día más en "normalidad" mecánica, convencid@s de que es una bobada y una pérdida de tiempo pensar por un@ mism@, si ya el hecho de darle a un botón y seguir las pautas impuestas por la inercia pantallil e irresponsable, soluciona la incómoda papeleta de tener que pensar y decidir por un@ mism@ desde la responsabilidad de la conciencia, esa señora incómoda y aguafiestas del mogollón y la tontuna concomitante, que no se resigna a estar al margen del ser humano de verdad y dejarlo así que sólo aparente ser lo que, evidentemente, aún no Es: plenamente HUMANO, en vez de una máquina teledirigida por lo peorcito de la propia especie🙈🙉🙊, y así nos va...Ains!!!!

 

La soberbia de las constantes

José Nevado

En tiempos de incertidumbre, lo mínimo que podríamos exigirnos como ciudadanos de una democracia es conocer el sistema que nos gobierna, y a quienes lo administran, protegerlo con el rigor que merece. Pero vivimos días de aislamiento, de egoísmo, de confusión. Hemos sustituido la exigencia de conocimiento por la comodidad de la opinión, confundiendo el derecho a ser escuchados con el capricho de ser obedecidos. En este clima, la democracia no solo es el peor sistema de gobierno si exceptuamos todos los demás, como decía Churchill; lo peor es que hemos comenzado a no exceptuar nada.

El gran error de nuestra época es el simplismo con el que abordamos problemas complejos, creyendo que nuestras percepciones individuales son suficientes para resolverlos. Jugamos a ser genios aislados, como niños que imaginan conquistar mundos sin considerar las dificultades reales. Pero la humanidad ha avanzado porque siempre ha puesto a prueba sus ideas, contrastándolas en el laboratorio de la convivencia, donde amigos, vecinos y compañeros nos enfrentan a la realidad. Esos retos, esas bofetadas de sentido común, han sido nuestro verdadero motor de progreso.

Hoy, en cambio, vivimos en un mundo de gratificación instantánea. Ya no necesitamos someter nuestras teorías a debate, porque un clic nos da acceso a miles, incluso millones, de personas dispuestas a validarlas sin cuestionarlas. Hemos encontrado la droga perfecta: el placer inmediato de sentirnos inteligentes, incluso superiores. Este narcisismo intelectual nos lleva a despreciar el conocimiento acumulado durante siglos, reduciéndolo a un simple relato que encaje en nuestras limitadas categorías. Es la era del desprecio a la experticia, donde el criterio individual se equipara al esfuerzo colectivo de generaciones enteras.

Ya no necesitamos someter nuestras teorías a debate, porque un clic nos da acceso a miles, incluso millones, de personas dispuestas a validarlas sin cuestionarlas.

Ya no necesitamos someter nuestras teorías a debate, porque un 'clic' nos da acceso a miles, incluso millones, de personas dispuestas a validarlas sin cuestionarlas. Hemos encontrado la droga perfecta: el placer inmediato de sentirnos inteligentes

La paradoja de este tiempo es que, mientras despreciamos el consenso que emerge del talento y el rigor, buscamos validación en burbujas cada vez más pequeñas. Nos refugiamos en líderes que no representan la complejidad de una sociedad, sino nuestras propias inseguridades y simplificaciones. Y así, cualquier crítica fundamentada en argumentos sólidos puede ser desechada con la misma facilidad que uno se sacude el excremento de una paloma de la solapa.

Pienso en esto cada vez que escucho a alguien reducir una institución como La Moncloa a un grupo de conspiradores. Allí trabajan más de dos mil personas, desde juristas y economistas hasta científicos y académicos, quienes, bajo una coordinación constante, dan forma a una visión compleja del país. Nada sale de esas oficinas sin cumplir criterios que garanticen su viabilidad y su legalidad. Pero en el relato simplista de nuestros días, ese esfuerzo titánico queda eclipsado por teorías que atribuyen las decisiones a la voluntad arbitraria de una sola persona.

En el cielo de mi imaginación, un gatito muere cada vez que escucho esas teorías. Y no me consuela pensar que, al menos, el simplismo es una constante en la historia.

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José Manuel Nevado es Director de Comunicación Institucional de la Secretaría de Estado de Comunicación.

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