Del "tic-tac" al "tik-tok"
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El "tic-tac" es la onomatopeya que se asocia con el sonido de un reloj digamos clásico. Aquellos de pared, sobremesa y pulsera previos al modelo silencioso de la era digital o posteriores al igualmente silencioso reloj de sol. Antes de cortarse la coleta y perder estrepitosamente sus últimas elecciones, Pablo Iglesias popularizó la expresión del “tic-tac” para recordarle a Sánchez que su tiempo se acababa. Eso fue antes del abrazo que le convirtió en vicepresidente segundo del Gobierno. La forma en que lo decía recordaba más bien a una bomba de relojería, esa que vino a dinamitar la coalición gubernamental por querer asaltar los cielos con un protagonismo digno de mejor causa.
Comoquiera que sea, ese “tic-tac” que nos recuerda el paso del tiempo ha dado paso a otro ritmo supersónico, cual es el propio de “tik-tok”. Este se ha impuesto y se diría que quienes no lo usamos estamos fuera de la realidad, como si no fuera más bien al revés. En ese universo parece alcanzarse una velocidad tremendamente vertiginosa. Nada perdura más allá de un breve instante y sus fogonazos no pueden ser más efímeros. Es el reino de una fantasía sin trabas que sustituye a los hechos por ocurrencias absurdas e incoherentes o incluso contradictorias.
El 'Tik Tok' mueve mucho dinero, pero sobre todo tiene una influencia decisiva sobre los gustos, aficiones o simpatías políticas
Lo malo es que incide netamente sobre la realidad, condicionando modas y tendencias de todo tipo. Cuanto más impactante sea su factura, tanto mejor le irá en su volátil recorrido. Mueve mucho dinero, pero sobre todo tiene una influencia decisiva sobre los gustos, aficiones o simpatías políticas. En realidad, en sus dominios el tiempo no existe, porque se olvida de inmediato lo anterior y el presente da paso al ansia por consumir lo que vendrá inmediatamente después.
El célebre adagio latino de “tempus fugit” se ve abolido, porque no deja de atropellarse y adelantarse constantemente a sí mismo. Este culto exacerbado a la más pura inmediatez nos hace despreciar nuestra memoria colectiva e individual, anuladas por el TOC del frenético ritmo que modulan las redes homologables al “tik-tok”. Nuestro viejo “tic-tac” se ha convertido en una bomba de relojería que va explosionando a cada momento y que requiere una desconexión total de tan pérfida maquinaria.
La democracia está siendo sibilinamente sustituida por el imperio de los algoritmos y de quienes controlan su programación
Sin memoria estamos condenados a repetir los errores históricos aumentando su crudeza y difícilmente cabe trazar una hoja de ruta para el futuro. Además nuestra imaginación se ve lastrada por los préstamos constantes que se le hacen y se incorporan sin procesamiento alguno por nuestra parte. La democracia está siendo sibilinamente sustituida por el imperio de los algoritmos y de quienes controlan su programación. En este mundo los villanos difaman a quienes les persiguen u obstaculizan sus propósitos. Presuntos indicios delictivos hacen perder el tiempo a la judicatura y distraen de los auténticos problemas.
Que Miguel Ángel Rodríguez pueda permitirse cualquier cosa para defender al novio de su jefa o que Carlos Mazón sea un paradigma de cómo afrontar una emergencia nos muestran como triunfa esta realidad paralela y para lelos. Da igual dar versiones contradictorias de un mismo acontecimiento. Basta repetir los infundios con todo desparpajo para que calen y queden ahí. ¿Hasta cuándo vamos a soportar este mundo al revés donde se imponen las más burdas fabulaciones manipuladoras? Este tipo de ambiente suele dar paso a regímenes totalitarios más o menos encubiertos. ¿O no?
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