jueves, 20 de octubre de 2011

Mundo cruel

Cayó un tirano más. Gadafi. Ha sido un personaje horrible. Ha matado, engañado, explotado, abusado, mentido, esclavizado, pactado con todos los diablos imaginables para mantenerse hasta el último suspiro en el poder. Y al final, su propio camino le ha conducido a una tragedia prevista por su propia conducta, que no por su estrategia cínica. La balanza cósmica no falla nunca al equilibrar, aunque quienes lo miden todo en prisas temporales no se lo crean. Ningún tirano acaba bien. Ninguno. Porque llevan encima su automaldición. Todo el mal que han causado a sus víctimas, toda la desesperación, todo el dolor, el sufrimiento, las lágrimas y los desgarros que han provocado a lo largo de sus vidas. Pobre Gadafi. Sí, también. Ha desperdiciado una oportunidad única para salir de un estado intermedio y confuso. Podría haber sido un benefactor, un sabio administrador de bienes en su país. Podría haber creado universidades, escuelas, plantas potabilizadoras de agua, con las que convertir el desierto en un enorme oasis fértil en cultivos, industrias de tejidos, de exportación de productos exquisitos, un emporio de conocimiento que hubiese reunido a la ciencia, a la religión, a la economía y la cultura en congresos, en actividades, podía haber potenciado el turismo inteligente, el intercambio con el resto del mundo, con becas y bolsas de estudio. Podía haber sido el mejor escudo antifanatismo del Magreb. Pero no. Eligió la brutalidad, la prepotencia. El lujo de pésimo gusto, la excentricidad del venido a más desde un menos absoluto. Dice un viejo refrán que lo peor son los pobres con avaricia de ricos y los ricos con pobreza interior. En Gadafi se ha cumplido así. Un pobre interior lleno de avaricia. Un miserable, cuya última imagen inspira verdadera compasión.

Se comprende la rabia y la furia de los oprimidos y esclavizados por esos monstruos sin alma, pero viendo esa imagen en los periódicos y en las pantallas, se experimenta mucha tristeza. Porque quienes se vengan y matan a su vez a un asesino, están en el mismo nivel de horror. Y entonces la situación no podrá mejorar, sólo cambiar de imagen al protagonista. Sustituir una injusticia por otra. Si al menos le hubiesen detenido y juzgado, si al menos se hubiesen dado un tiempo para reflexionar y para que el tirano afrontase conscientemente su responsabilidad, viese de frente y de cerca todo el mal que ha hecho, quizás una tarea de reconstrucción, de rehabilitación, obligarle a trabajar construyendo lo que se ha destruido por su culpa, obligándole a repartir lo que ha robado y tenía en cuentas corrientes en bancos extranjeros y paraisos fiscales, quizás así las cosas de verdad hubiesen podido cambiar, pero con ese sadismo primitivo y horrible, el pueblo libio seguirá sufriendo lo mismo. Una democracia nunca es fruto de la guerra, ni de la sangre, ni de la violencia. Sino de la conciencia que despierta. Y una conciencia despierta no necesita vengarse de nadie, ni masacrar a nadie, ni siquiera a los asesinos, que aparentemente "se lo merecen", porque una conciencia despierta se responsabiliza de la justicia y de la humanidad en cada uno.
Parece que a la primavera libia le queda todavía un crudísimo invierno por superar.

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