jueves, 6 de octubre de 2011

El valor perdido de la auctoritas

No es lo mismo el poder que la autoridad moral. En la antigüedad la auctoritas era un atributo no del poder, sino de la sabiduría. En los textos del Evangelio se compara el modo de enseñar de Jesús con el de los fariseos y el narrador hace hincapié en esa diferencia abismal: "Jesús enseñaba con autoridad, no como los fariseos".
Esta reflexión me viene in mente porque acabo de leer que el cardenal Bagnasco, ha criticado duramente la inmoralidad reinante en la política italiana. Me pregunto si un miembro en connivencia perfecta con una institución corrupta como el holding católico romano, puede tirar la primera piedra contra la inmoralidad de una clase política y social que es, más que ninguna otra en Europa, el resultado del "ministerio" farisaico de esa iglesia. Imagino a mis buenos y lúcidos amigos de Italia leyendo esa invectiva eclesiástica contra la corrupción moral. Su tristeza y su cansancio. Y les comprendo y me solidarizo con ellos absolutamente.
Es igual que si Berlusconi criticase la homosexualidad escondida en la pederastia del clero célibe, asexuado y castrado, a la fuerza. Por obligación sacramental y, en consecuencia, corrompido cuando los instintos y las debilidades, la inmadurez o la enfermedad psíquica, destruyen la voluntad y se abandonan a los deseos reprimidos y silenciados, pero no sanados y sacados a la luz del Espíritu, sino sofocados en confesionarios o en el silencio hipócrita de la culpa y del cinismo. Se supone que Berlusconi es católico, que hasta presume de tener un prete que le confiesa y le aconseja. Está claro que ese clérigo o tiene la misma catadura moral de su dirigido o no cumple con los preceptos de su iglesia, consintiendo con su complicidad esa "dirección espiritual", lo mismo que Berlusconi se pavonea de tener amigos mafiosos y pasear con ellos del bracete, por las calles de Nápoles, sin denunciar sus crímenes.

Ahora la iglesia católica, la gran madame histórica de la Place Pigalle globalizada, quiere reformar su feudo italiano, su nido materno-patriarcal. Y pretende que el prostíbulo histórico se convierta en un oratorio socio-político donde la moral missing renazca por arte de magia y de necesidad perentoria. Realmente es sólo un buen deseo más retórico que posible. Hace siglos que esa sal perdió el sabor, aquella luz se convirtió en sombra y pasillo oscuro, y esa levadura perdió el brío y el impulso para levantar la masa y convertirla en alimento sano. ¿Podría Provenzano dar lecciones de ética mientras reza el rosario y usa frases y párrafos de la Biblia para firmar condenas a muerte? ¿Y Berlusconi podría dar conferencias sobre la ética política? Sí, desde luego. Pero para ser creíbles, Provenzano y Berlusconi, antes de hablar con autoridad y no como los fariseos, es decir, para ser creíbles y poder ayudar de verdad al cambio necesario y urgente, tendrían que hacer ellos mismos su mutación imprescindible. Un cambio de vida, un arrepentimiento público, una reparación de todos males que se han hecho a tantos y un abandono de las sociedades y grupúsculos maléficos y corrompidos -mafias y logias- en los que han alcanzado un estatus altísimo, justo por ser más crueles y pervertidos que el resto; sin auctoritas moral, pero con muchísimo poder fáctico.
Pues Bagnasco, o cualquier otro clérigo principesco, para ser escuchado de verdad y no sólo oído, debería hacer lo mismo. Se ha llegado a un punto tan deteriorado, que la permanencia en instituciones tan corruptas e injustas, quita la auctoritas por extensión. ¿Puede ser creído y tomado en serio quien no ve la viga en el ojo de su santa sede, o si la ve se hace cómplice silencioso de ella? Enfermos agotados no pueden mejorar la salud de los demás enfermos. Sólo los sanos con vocación generosa y limpia, higiénica y regeneradora, pueden conseguirlo, o bien porque han logrado curarse e inmunizarse del mismo mal, o porque nunca lo han padecido y demuestran con ello que se puede vivir sin enfermar de decadencia y degradación.

Lo que de verdad cambiaría, regenaría y refrescaría el tufo rancio de la moralina hipócrita sería un cambio radical en la iglesia católica. Una liquidación del Vaticano como estado político. Un papa cura de almas y servidor directo de los pobres, peregrino sin honores de jefe de estado. Un desprenderse del patrimonio megamultimillonario y blasfemo, y terminar para siempre con el timo de la "pobreza" individual absorbida por la multinacional de las devociones salvadoras de nada. Porque no salva la devoción sin que la vida se comprometa con los derechos elementales del hombre. Dios sólo se manifiesta de verdad en el espíritu que anima la conciencia humana, en la conexión entre justicia y misericordia llevadas a la práctica. Por eso los sermones papales, las recomendaciones de los cardenales, obispos y curas, se quedan en papel mojado. En agua de borrajas. ¿Cómo puede llamar a los políticos indecentes porque se van de putas y se corrompen con el tráfico de influencias y dineros, una vieja madame que lleva siglos en el oficio más antiguo del mundo, vendiendo su legado evangélico por las treinta monedas de Judas, canonizando ateos beatos y anatemizando, marginando y suspendiendo ad divinis a los que no se venden como ella y viven los valores del evangelio, acumulando sin empacho alguno un patrimonio gigantesco mientras los pobres se mueren de hambre y de enfermedades, en el abandono y en el olvido, mientras los dictadores y genocidas comulgan y establecen concordatos de ayuda y sustento al prostíbulo?

En fin, que antes de tirar la primera piedra contra alguien hay que revisar la cantera propia, porque a lo peor resulta que los críticos moralistas ya no tienen la autoridad moral necesaria para que su discurso sea algo más que un fuego de artificio en la noche de los valores. Y sus palabras sólo sirvan de inútil cháchara.
Aunque tal vez y conociendo el intrigante y sibilino mundo eclesiástico, esas invectivas del cardenal Bagnasco no sean un grito espiritual e inocuo invitando a una conversión seria a los fieles e hipotéticos cristianos supervivientes, sino tal vez parte del juego político, en vista de la caída en picado del gobierno actual y su stile, que en el río revuelto de un país en descomposición, lo que busca es un espacio mayor de influencia, de poder y colocar en el podio a sus validos democristianos, hoy en declive por la connivencia con el Arcore fashion del Cavaliere Tuttolocompro. Y tal vez ahora les parezaca el momento apropiado de reivindicar aquellas figuras emblemáticas que iniciaron en la democracia cristiana a un De Gasperi, por ejemplo. Pero ya dice el refrán que de refritos no se puede hacer un menú decente y que segundas partes nunca fueron buenas, porque sólo repite la mediocridad, incapaz de comprender los signos de los tiempos. Si la iglesia católica no hubiese enterrado el evangelio, quizás aún conservaría la frescura profética y valiente, tan necesaria en los grandes cambios. Pero, por desgracia, en su roll de madame decadente y gruñona, criticando en voz alta lo mismo que esconde bajo las alfombras palatinas, no se la puede tomar en serio.

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