viernes, 27 de enero de 2023

Pues muchísimas gracias, Isaac Rosa y eldiario.es por este toque de atención fundamental.

 

¡Brrrr, qué frío hace (en casa)!

Una persona se calienta con un fuego.

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La de ayer fue la noche más fría en lo que va de invierno, y todos los años cuando el termómetro se desploma me pasa lo mismo: se me agrietan las manos, moqueo a todas horas, y me da por pensar en el frío que deben de estar pasando algunos, sí, pero en sus casas. Y no me refiero a mi tierra, Andalucía, donde las construcciones están pensadas para el verano, y de noviembre a febrero pasas más frío cruzando el pasillo del dormitorio al baño que corriendo desnudo por un descampado. Hablo de miles, cientos de miles de hogares que no pueden mantener una temperatura adecuada.

No es la primera vez que escribo sobre ello, ya digo que me salta el automático en cuanto caen las temperaturas. Hay columnistas que repiten tema en las mismas fechas, como Manuel Vicent con su columna anti-tauromaquia de cada San Isidro, o los artículos republicanos del 14 de abril. A mí me pasa cuando llega el frío, así que aquí estoy otra vez con el mismo recordatorio, tomen nota que se nos olvida de un año para otro: en demasiados hogares el invierno no es una postal bonita de calles nevadas y caritas dibujadas en los cristales húmedos, soportable con sofá, mantita y Netflix; sino un castigo físico de varios meses: vivir con el frío metido en el cuerpo, enfermar con facilidad, pasar el máximo tiempo posible en cualquier sitio menos en casa, incluso en la calle.

Para empezar, quienes no tienen ni siquiera una casa digna de tal nombre, que también hay que recordar de vez en cuando que el chabolismo no es una cosa retro, de los ochenta, felizmente superada: miles de familias en España siguen viviendo hoy en infraviviendas, que se vuelven especialmente “infra” cuando las temperaturas se extreman, lo mismo verano que invierno. Y muchas otras familias que, sin vivir en infraviviendas, habitan casas que no están preparadas para el frío, mal aisladas, levantadas con materiales baratos y faltas de mantenimiento y reforma. Sé que hay planes públicos para mejorar la climatización de las viviendas, pero queda mucho por hacer.

Junto a ellos, quienes no tienen electricidad con la que hacer funcionar un calefactor, un brasero, un calentador de agua o una cocina para cenar caliente. Quienes no tienen luz desde hace más de dos años, como las vecinas y vecinos de la Cañada Real madrileña, que enfrentan ya el tercer invierno escandalosamente abandonados y maltratados por las administraciones. Y quienes sufren cortes de luz frecuentes, más frecuentes y prolongados precisamente cuanto más frío hace: barrios obreros de nuestras ciudades donde las instalaciones eléctricas están viejas y faltas de mantenimiento, y la compañía eléctrica y el ayuntamiento se pasan la pelota sin que nadie resuelva. Ahí están los “barrios hartos” de mi Sevilla, que estos días ven agravados sus apagones habituales.

Y añadiríamos a quienes no sufren cortes de luz pero son ellos mismos los que se cortan al usarla, para no recibir facturas impagables. Pese a que algunas medidas del gobierno han aliviado la situación y evitado que se dispare en plena inflación y crisis de suministro, sigue siendo muy alta la llamada “pobreza energética”. En realidad es pobreza a secas: si no puedes mantener tu casa a una temperatura habitable eres tan pobre como si no puedes llenar la nevera. Se calcula un 14% las personas que no pueden calentar el hogar en invierno. “Pobreza energética” es un eufemismo técnico; al oírlo no pensamos en gente que duerme bajo una montaña de mantas, niños que hacen los deberes con abrigo y guantes, y personas de salud delicada que enferman y hasta mueren porque el frío también mata, aunque sea de forma silenciosa e invisible. A veces también mata con estrépito: la mayoría de incendios mortales en viviendas se producen por recurrir a sistemas de calefacción alternativos.

Somos una sociedad muy desigual, y pocas manifestaciones tan evidentes de esa desigualdad como el frío invernal en casa. Aunque sea simbólico, vaya desde aquí un poco de calorcito para toda esa gente aterida en su dormitorio. 

 

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Comentario del blogg

En efecto, cuánto frío para l@s más olvidad@s. Es imposible no pensar en ell@s con la que está cayendo, verles por las esquinas sin casa ni techo, ni comida ni nada de nada, excepto invisibilidad crónica, rodeada de colchones viejos, cartones y harapos alrededor que los hacen aun más invisibles. Y ese escenario, en València, sin ir más lejos, instalado en las mismísmas escaleras de la antigua sede de Hacienda (qué coincidencias del destino tan explícitas y elocuentes, ¿verdad?): un edificio enorme y desocupado que, en plena redundancia,  a su vez okupa una manzana completa, dando a cuatro calles, nada menos...y con un plus añadido de mendicidad en versión congelada y underground a  demolida semejanza con los leones de las Cortes españolazas, pero en versión fallera en crisis, de moros y cristianos, como mínimo. Qué mundo de sugerencias en el Monopoly de la  vida, xd!

Es inentendible que trámites  e incomprensibles  desvergüenzas impidan que ese casoplón construido con nuestros impuestos no se dedique a mejores empeños: por ejemplo, a ser un centro de acogida más que necesario  para evitar la inhumanidad social, para dar calor en invierno y sombra e hidratación en verano a quienes literalmente no tienen donde caerse ni muerto ni vivos sin molestar a alguien, y dar acogida, atención y cariño en los peores momentos del olvido, del desalojo, del hambre, del sin techo donde poder dormir y cobijarse y del casi sinsuelo que pisar para no sentirse un problema social, un estorbo urbanita, a cualquier edad o procedencia.

Aquí en el barrio los centros de acogida de refugiados lo están siendo también para mendigos y familias sin techo, allí pueden tomar bebidas calientes, bocadillos, lavar y secar la ropa, ducharse con agua caliente, gel y toallas, encontrar algún jersey, abrigo o anorak de segunda mano, estar bajo techo y con una moderada calefacción, pero esos centros cierran a las ocho de la tarde. La noche es un túnel oscuro y congelado, en el que, en semejantes condiciones de desamparo, nunca se sabe si se llegará a mañana o habrá salida del miserable laberinto. La empatía es el microtelescopio en semejante trance, el paso que nos humaniza y nos transforma en compasión y en inteligencia social.

¿No podría ser la antigua sede de  Hacienda, un refugio digno para cenar y dormir a salvo de la congelación, si está vacío, bien conservado y dispone de todos los medios para acoger: es enorme, tiene cinco pisos, ascensores, servicios higiénicos, metros cuadrados incontables, calefacción central, agua caliente y fría, ventilación más que suficiente, en fin, que seguramente con menos inversión en Fallas  habría más justicia distributiva y menos fallos. O sea, que menos juerga y más conciencia. La felicidad inmensa, duradera, habitual y profunda que produce el bien común como sistema de vida tanto en plano individual como en el colectivo, nunca la dan el jolgorio ni el derroche.

Ay, València, València, con la de cosas humanamente geniales que podrías hacer, y cuánto ruido juerguista sense trellat y qué pocas nueces sorofraternas de verdad para quienes más las necesitan. Cuánta Panya, Panya todavía...Tanta autonomía y qué poco se nota, germans y germanes...Menys cucamones a la Mare de Dèu i més atenciò als seus fils i a les seues filles mès oblidats, patidor@s i "invisibles". A vore si ens despertem d'una punyetera vegada, carinyets à la figuera, por mayoría absoluta. Hale, a cambiar de verdad i amunt València!, que todo tiene arreglo si así lo decidimos y lo hacemos... porque los cambios fundamentales hay que hacerlos, jamás se hacen solos... Ainsss!

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