viernes, 9 de diciembre de 2011

La gran lección humana y política de Francia

Esta semana el Parlamento francés ha decidido y votado penalizar socialmente la prostitución, es decir, por primera vez en la historia, además de multar a las prostitutas, se perseguirá penalmente a los prostitutos que las utilizan. Y les llamo prostitutos porque ellos también se venden. Tanto comercia el que vende como el que compra. Y quizás tenga más responsabilidad el que compra, porque es el que ostenta el poder que determina el mercado. Por mucha oferta que haya, sino no hay voluntad de compra no hay negocio, ya se ve en las recesiones económicas que arruinan los países porque nadie se atreve a invertir por si pierde su dinero. Esta dinámica sería perfecta para aplicarla en la desaparición definitiva de esa lacra social, humillante y degradada, que comercia con la dignidad humana, como en el pasado hizo la esclavitud. La prostitución, la guerra, como los toros o las peleas de gallos, el boxeo, la caza y la pesca como "deportes", son atavismos cavernarios que aún arrastra la humanidad, amparados en una absurda concepción "cultural" y tradicional, de los instintos más abyectos. Por eso es un verdadero alivio que de repente una sociedad como la catalana elimine las corridas de toros o que como la francesa, se empeñe en la desaparición de esa vergüenza "natural", que inexplicablemente aún mantiene en pie la aberración del comercio con el cuerpo y el sexo humanos, sean mujeres o sean hombres.

Está claro que hay mujeres en un estado tan decadente y desastroso, tan pilladas en el engranaje de la animalidad que deciden "libremente" prostituirse; por desgracia para ellas y también por fortuna para el resto, son una minoría. Quienes "libremente" deciden esclavizarse no están en un estado psicoemocional muy sano que digamos, pero al menos pueden decidir con quien, como y cuando aparearse y comerciar. Pero la mayoría de mujeres que se prostituyen no lo hacen por voluntad propia. Son víctimas de la incultura, de la ignorancia, de la explotación y de las tramas mafiosas que las tiene prisioneras y las obliga a ofrecerse a las demandas de cualquiera. Víctimas, muchas veces, de una tradición perversa, como los abusos desde la infancia o como la simple supervivencia, víctimas del engaño que les promete una "carrera" exitosa o un trabajo de camarera en un bar elegante y glamouroso, alto o bajo standing, de igual. La miseria es la misma, aunque tal vez cuanto más refinada aparece más repugnante resulta.
Nuestra cultura ha ido escondiendo siempre esta vergüenza bajo una pátina de estética barnizada de "arte" y de condescendiente liberalidad de costumbres, que disculpa y camufla la barbarie, tanto en la literatura, como en el cine, en el teatro, en las artes plásticas, en la música o en la publicidad y la moda, disociando por completo el placer obsceno de comprar y vender cuerpos y machacar almas a cambio de dinero, estatus, favores, etc, de la degradación ética y de derechos que supone tal burrada. Hasta llegar a una total normalización "picarona", pringosamente "pecaminosa" y bien vista en el mundo masculino, como rechazada por el mundo femenino más consciente y minoritario, por esa misma consciencia. Ya es tiempo de que cambie ese mundo cutre y penoso. Y es una buenísima noticia que la douce France, que durante siglos ha convivido con la idea de la golfería profesional como sus creaciones de las amantes reales, prostitutas de lujo con muchísimo poderío en las cortes de los Luises, del cabaret, el can-can, las cocottes, el mito facilón de Place Pigalle o Le Moulin Rouge, sea la primera sociedad europea que se lanza sin prejuicio alguno, contra la explotación del cuerpo y la integridad femeninos y a favor de un nuevo mundo más civilizado, respetuoso y feliz.
En medio del eurocrack, esta buena noticia es un motivo hermoso para levantar el ánimo. Una sociedad que trata de eliminar una lacra milenaria como la prostitución, en medio de un apocalipsis mercantil que está asfixiando la vieja concepción plutocrática y pidiendo a gritos otro camino, está bastante mejor de lo que parece. Por eso hay motivos para la esperanza.

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