lunes, 21 de noviembre de 2011

La niebla como porvenir no es muy deseable, pero es lo único, de momento

Por fin España ha vuelto al redil. Ha usado la democracia inducida para cargarse la democracia real. Ha sacado el soplo atávico del golpismo y el garrotazo amenazante del miedo a la heterodoxia impuesto por el paso de la oca y la patria del queso camembert. España es ahora, por voluntad propia, el feudo del Porcojonismo Popular. Ya veremos en qué para la aventura. Ya no se trata de ideologías sino de formas de ser y de estar. De hacer. De valores auténticos o de pegatinas superpuestas que dicen cosas sin más contenido que su PVP, o sea su precio de venta al público. Con este quorum electoral nos hemos convertido en materia vendible, en calderilla endeudada al por mayor, pero, eso sí, calderilla dócil y obediente. Por lo menos a Grecia y a Italia les ha sido impuesto el rol. España lo ha elegido en las urnas. Como los kamikaces del liberticidio y del derechoscidio. Pero no debemos creer que esto sea una anomalía en un pueblo -que ya ciudadanía es un imposible- acostumbrado por la historia a gritar "¡vivan la cadenas!" cuando podía elegir entre una constitución democrática y una monarquía absoluta.
La astrología lo explica diciendo que España es un país de Sagitario. Un signo de fuego con tendencias patológicas fáciles y abundantes. Amante de la pirámide del poder, de las castas y de la obediencia al más fuerte, sólo porque es el más fuerte, no porque sea el mejor. Un fuego sumiso, al contrario de los fuegos de Aries y de Leo que son el fuego del guerrero libre y el fuego solar, respectivamente. Sagitario en cambio es la brasa que el centauro primitivo e inestable, coloca en el capricho temblón de su saeta lanzada al aire, a ver que pasa. Va a resultar que los estudios arquetípicos de la astrología van a tener razón. Que este país es un centauro aficionado a vivir en la caverna, que de vez en cuando trota por los campos, errático y deslavazado, que no sabe muy bien a qué carta quedarse, que lo mismo se arrodilla en una iglesia y besa el anillo de los papas con sometimiento total, que liquida a su hermano o a su vecino en una guerra civil, que ve con simpatía la corrupción de sus líderes favoritos e incluso la considera un toque de savoir faire político, mucho más fiable que la incauta y pardilla honestidad. El centauro que invierte sus dividendos mucho mejor en el Lazarillo de Tormes, en Sancho Panza, en la Celestina y en el Buscón, que en Don Quijote, en Jovellanos, en Garcilaso, en El Alcalde de Zalamea o en Fuenteovejuna. La literatura que producimos y admiramos, tiene mucho que ver con lo que elegimos como forma de vivir. Y no es la grandeza de miras lo que mueve la carrera errática y el tiro del centauro hispano, sino la irreflexión y la seguridad que da una mayoría de lo que sea. Hace casi cuatro años, la mayoría absoluta se le dio por segunda vez y sin dudas a la memoria histórica, a la ley de la igualdad y de la dependencia, a la educación para la ciudadanía y a los valores sociales que cuidan del bien común. Pero hace un par de años Zapatero claudicó sin pensárselo dos veces ni preguntar ni informar a la entonces ciudadanía, ante una Europa embrutecida por la pela y el poderío. Por las dos pp de la opresión económica sobre la dignidad, los derechos y la justicia social. Zapatero actuó como el centauro hispano, eligió obedecer a lo más fuerte, aunque no a lo mejor. Y a continuación, la ciudadanía volvió a ser pueblo, rebaño. Y ha reproducido holográficamente, lo mismo que su representante delegado: elegir lo más fuerte e impositivo, en vez de elegir lo mejor. Y es que los centauros no se caracterizan por su inteligencia, sino por sus fuertes instintos irrefrenables e irracionales. Los centauros no son capaces de relacionar causas y efectos. Se guían por el miedo y el deseo, por el ataque y la huída, por la ira y el placer. No dan para más.

De todos modos, y aunque el panorama no puede ser más gris y desolador, no perdamos la esperanza de que esta decisión masiva no sea la causa de un cambio mucho más profundo y radical que nos lleve a evolucionar de verdad y a conseguir educar al centauro de una vez por todas, haciéndole integrar su fuerza bruta con el desarrollo de la inteligencia y de la pluralidad, a no vivir con desconfianza en el diálogo social. A no necesitar forzosamente una eterna mano dura que corrija los males a recortes y tijeretazos a favor de los bolsillos siempre más llenos y en perjuicio de los bolsillos cada vez más vacíos.

Como primer guiño alentador, el espectro electoral presenta un crecimiento muy importante aunque insuficiente, de los partidos menos rutilantes y más comprometidos en el bien común. Y también el empuje reivindicador de los partidos nacionalistas. Eso al menos alivia la sensación monolítica del miedo y quizás sea el reflejo de lo que se hubiese votado en caso de referendum sobre la permonencia o no en el eurosistema. Una asignatura pendiente de reflexión y explicaciones, que el PP no va a tomarse la molestia de impartir, porque jamás tiraría piedras sobre el tejado neocon que está aplastando a los ciudadanos para reducirlos a pueblo sumiso y rebañil.
Una vez más, la dignidad, los derechos de primogenitura, la libertad y la democracia real, han sido vendidos y comprados por un plato de lentejas prometidas. Esperemos que al menos las promesas se cumplan y las lentejas valgan la pena, lleguen a todos y no se atraganten ni se indigesten, mientras los cocineros se ponen las botas con faisán a las finas hierbas y langosta dos salsas.

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