miércoles, 16 de noviembre de 2011

Hay que alfabetizarse con otro abecedario

El analfabetismo racionalemotivo, es decir el nulo desarollo de la inteligencia emocional, es uno de los más graves problemas que nuestro mundo está sufriendo. Yo diría, incluso, que es el más importante. Mucho más que la crisis, que la pobreza, la injusticia, la violencia y la desigualdad de derechos y valores.
Es esa carencia gravísima la causa de la ceguera social, de la torpeza intuitiva, de los desajustes terribles en la salud de la Tierra y de sus habitantes.
Y es tan grave porque casi nadie sospecha que bajo el barniz de los gobernantes, de los "sabios" mediáticos, de los financieros e intelectuales, de los líderes religiosos o de los filósofos y científicos de vanguardia, subyace este analfabetismo ignorante de un principio coordinador indispensable de mente y emociones, que es además un producto del alma y de su cauce psicoemotivo: la conciencia. Y por supuesto el "órgano" que la evolución pone a disposición de la especie humana en esta era, para seguir avanzando, superar los nuevos retos y no extinguirse.
Eso es porque la función universal del ser humano está cambiando velozmente y esa función está generando un nuevo órgano, una herramienta de adaptación. La conciencia y su caldo de cultivo: la inteligencia emocional. Dos elementos siameses y si ne qua non.
El schock antropológico se está produciendo porque aún la mayoría de la población está tratando de afrontar este presente con las viejas herramientas del pasado y además ha confundido el valor de las nuevas tecnologías con la importancia y la sustancia ausentes de la inteligencia emocional, que es el sentido completo del actuar, del hacer y del comprender para ser y no para poseer. Es decir, es como si intentásemos hacer viajes espaciales con la tecnología de la edad de piedra. O con la cultura de las tribus cazadoras con arco y flechas. En esas estamos. No hay nada más que leer las noticias o ver un telediario.

Todos se matan por la deuda fantasma, no saben qué hacer para calmar la bulimia absurda de los mercados financieros que están patológicamente ligados al quehacer diario de los humanos. Entre todos se han inventado un dragón insaciable que cada día les pide más comida para su apetito voraz e imaginario. Sacrificar más personas, producir más dolor, más angustia, sin dar un respiro. Algo que el dragón fantasma nunca va a hacer, porque es una creación humana y en realidad está obedeciendo a una inercia, a un fallo de sus creadores, en su estructura defectuosa e inmadura. A ese dragón sólo puede hacerlo desaparecer la inteligencia emocional y su manifestación tangible: la conciencia. Esa bestia sólo terminará en el momento en que se la deje de alimentar. Y contra lo que imaginan las cabezas pseudopensantes que rigen el manicomio, es el miedo lo que está gobernando, no la lucidez, ni el valor, ni la claridad mental. Es patético comprobar que dé seguridad ir corriendo con los ojos vendados hacia el precipicio y que por el contrario se tema tanto quitarse la venda y comprobar que la salida y la solución es simplemente un giro y cambiar de dirección.

Una sociedad privada de conciencia, está privada también de inteligencia, del mecanismo regulador y transformador de las emociones y las ideas en actos inteligentes y solidarios. Es decir, está privada del valor de la empatía y de la compasión, que son el combustible que sostiene a su vez el desarrollo y la fluidez de la inteligencia emotiva y de la marcha existencial. De la misma posibilidad de seguir vivos. Carentes de empatía y de compasión se pierde la brújula en el camino. No hay sentido. No hay un porqué para nada, entones es la inercia animal-pensante ( que no inteligente) de la necesidad y de las necesidades artificiales que llamamos mercado y poder, la que dirige la maniobra de vegetar, que no de vivir. La que mantiene una dinámica violenta, de choque constante, de rivalidad inexplicable, de riesgo continuo y perfectamente evitable, en un mundo que técnicamente ha conseguido tanto. Sólo una sociedad tribal y primitiva de homínidos, pero universalizada por el consumo desproporcionado y letal, y los medios de comunicación al servicio del hacha de sílex, es capaz de gastar en armamento destructivo, en energía nuclear, en productos químicos mortales y en sueldos astronómicos de gestores inútiles, mucho más de lo que necesitaría el mundo para eliminar la miseria, el hambre, la enfermedad y la injusticia en unos pocos años. Ya que la misma tecnología empleada para idioteces como conquistar el espacio, inventar juguetes virtuales, teléfonos marcianos y redes histérico-manipulabes, o encontrar la partícula acelerada de un "dios" infumable, podría facilitar el paso hacia una era de paz y de bienestar para todos, cada uno en su cultura, en su forma de vida, pero con unas condiciones imprescindibles de dignidad, de salubridad, de desarrollo, de educación, de libertad y de verdadero bienestar.

No es cuestión de que haya más o menos dinero. Nosotros creamos y damos valor al patrón moneda o se lo quitamos. Si hemos podido cambiar pesetas, libras, francos, liras, marcos, rublos, dracmas, coronas, escudos o florines por el euro, ¿cómo no vamos a poder cambiar el euro en otro valor intercambiable como bonos solidarios, bonos-trabajo, bonos-alimentarios, bonos-vivienda, en una convivencia donde el máximo valor sea la vida humana y su bienestar y su educación y su cuidado sanitario, y no las cosas que se poseen y se almacenan, como si fuésemos aún hormigas o conejos en las madrigueras? ¿por qué si tanto nos gusta jugar a competir en bolsa, no cambiamos los valores y empezamos a cotizar la calidad y no la cantidad? por ejemplo, estimular el reto de ser los mejores en transparencia, en cooperación, en ideas de ayuda y mejora de los más abandonados, pero no en dinero, sino en iniciativas que cada vez requieran más ingenio y ninguna especulación ni abuso "justificable" como los recortes y privaciones que genera un sistema monetario donde el hombre y sus derechos acaban siempre siendo las víctimas de la frialdad especulativa, olvidando que la moneda debe ser sólo un medio para mejorar y facilitar las cosas, no para crear miseria, dolor, injusticia, desorden, enfermedad y muerte.

Para empezar podríamos reflexionar qué nos ha llevado a sustituir la hermosa metáfora del despertar de la conciencia en el cuento de la Bella Durmiente, por la repugnante y zafia inframetáfora de Srek. A lo mejor ahí encontramos la piedra filosofal y el porqué de los absurdos económicos y sociales. No porque esa nimiedad sea la causante, sino porque es un resultado más de un modo cada vez más pobre y estúpido de estar en el mundo sin saber lo que es vivir de verdad. Una sociedad sin alma está muerta. Y no es precisamente un monstruo verde quien puede volverla a la vida con un eructo, sino un beso de lo más noble que hay en nosotros: el beso de la inteligencia emocional. De la conciencia individual y planetaria. Universal. El beso del ángel humano que estamos llamados a ser.

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