martes, 22 de noviembre de 2011

La hora de la verdad


Pues va a ser que ni siquiera el tributo exigido calma la bulimia del monstruo. Ni siquiera la rendición de los plenos poderes pperos he conseguido que la fiera se calme. Y ahí está el pobre Rajoy a los pies de Merkel, con los deberes cumplidos en el cuaderno de perfecta caligrafía que remató Zapatero como el mejor neoliberal de la plataforma sureuropea. Todo inútil. El dragón del Apocalipsis quiere el alma de la mujer, no se conforma con el vil metal. No sólo de sangre y dinero vive la bestia, sino de la energía del alma de los pueblos. Y España tiene alma todavía. Un alma indignada y sana, un reducto pequeño, pero incorruptible. Aún el esquema del hemiciclo no es completamente azul, aún hay conciencia preocupante que no se rinde ni teme. Y eso al dragón le sienta fatal, le pone de un humor imposible. No basta una mayoría absoluta en los votos. Hay que conseguir el vaciamiento total, el desalojo definitivo de la conciencia. Hacerla desaparecer por completo. Ya no se trata de comprarla con promesas falsas, ahora es por imposición, por la fuerza cada vez más bruta.

Sin embargo el dragón tiene mala memoria. A lo largo del tiempo viene haciendo la misma jugada una vez y otra, empleando la furia de los imperios, delos elementos, el horror de la guerra, el exterminio de los campos de prisioneros, el mercantilismo de la extorsión por el juego del dinero, la prostitución por el miedo, la seducción por el engaño ideológioco y étnico-religioso. La magia negra del pensamiento más denso. El terror. Las materias primas y la estrategia. El poder en todas sus dimensiones. Y a pesar de todo eso, el alma humana ha sobrevivido a todos los peones del patético ajedrez como un David inocente e irreductible frente a un Goliat cansino y maléfico.
El secreto está en que los valores del dragón caducan y se agotan. Deben ser reinventados por las zonas erróneas del inconsciente, pero el alma es inagotable, se regenera sola, sin esfuerzo ni afán de lucro. Nada la ata. Nada la vence. Nada la reduce. Nada la destruye. Porque no pertenece al mismo orden de cosas que el dragón. Es como intentar destruir una estrella a pedradas. El dragón destruye cuerpos y no sabe que una vez destruídos los cuerpos temporales, las almas se unen en lo intangible y regeneran el anima mundi cada vez más alto y aparecen las sorpresas que mueven el universo. Lo que ni todas las artimañas del dragón han conseguido jamás.
Ahora Rajoy y antes Zapatero están demostrando que la sumisión al dragón no sirve para nada, que ni todo el dinero del mundo sacia su hambre sin límites. Porque el dragón devora para llenar el hueco que le falta: el hueco del alma que nunca ha conseguido tener a pesar de devorar, insaciable, los cuerpos de sus incontables víctimas. En el fondo de todo mal está la desesperación del dragón mitad bestia, mitad hombre y una pregunta que no encuentra respuesta ¿De qué vale ganar el mundo si se pierde al alma? Es la tragedia de la avidez consumista. La ausencia del alma no la puede sustituir ningún otro valor. Y menos el valor de lo que no es eterno.

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