sábado, 16 de octubre de 2021

No todo el sexo es orégano, querida Mónica Oltra. No estaría demás que ese letrero de la pancarta en la foto, "Urge despertar conciencias", fuese el motor vital del feminismo y no solo el uso cuantitavo equiparable del sexo para ambos géneros.

 

8M
Público 

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Comentario del blogg:

Tengo que reconocer la sorpresa que me ha deparado la lectura de este artículo de la Vicepresidenta de la Generalitat Valenciana a quien, sin duda, valoro, admiro y aprecio. La considero, al menos hasta hoy,  suficientemente  madura, muy consciente y poco alienable por tópicos aleatorios, como está siendo en ciertos sectores feministas la banalización igualitaria de la sexualidad entre hombres y mujeres. Tener los mismos derechos, que es lo más necesario e irrebatible, no equivale a tener la misma sensibilidad, ni la misma mirada, ni los mismos deseos emocionales marcando la sexualidad con las mismas pautas, que para los seres humanos conscientes no se reduce a la mecánica de un intercambio de hormonas y apareamientos, ni, por supuesto tiene por qué igualar el mismo nivel de conciencia en los dos géneros. Ya que esa condición consciente y compartible no es masificable ni aplicable en mogollón, sino individual como responsabilidad indiscutible y asunto de cada persona. 
 
El derecho a tener una sexualidad sana en el ser humano no puede ir separado de una psicoemocionalidad igualmente sana, cuya sustancia esencial es la conciencia  por encima de cualquier pulsión animal, automática y estrictamente visceral, es decir, desalmada, sin alma, vamos. El verdadero problema no consiste en que ambos géneros se igualen en la mecánica del disfrute fisiológico de la líbido de cada un@, sino sobre todo en los motivos fundamentales por los que la libido se pone en marcha, que nunca deberían estar separados del afecto mutuo que da lugar al respeto, a la empatía, a la admiración, a la ternura y al cariño, cualidades emanadas del amor mucho más que del poder de un@ sobre otr@, un plano esencial que nos distingue de las especies animales, indudablemente, pero que al mismo tiempo debemos cultivar y no dejar a la deriva mecánica de los deseos, la obsesiones, la dependencia, el enamoramiento caprichoso y fugaz, el afán dominante de conquista o de seducción, por las dos partes, cuyos resultados ya vemos lo que producen: vacío afectivo, hartazgo, incomprensión, complejos, celos, infidelidades, mentiras, abusos, miedo, violencia, rencor, venganza, superficialidad y fracaso como final de fiesta, también aburrimiento y frivolidad a la hora de comprender los procesos, que tantas veces suelen acabar en separación o en resignación, o en crimen, y no solo de la pareja sino también de los hijos, como en el caso legendario de Medea y de tantos hombres locos, feroces y crueles. O en una rutina acomodaticia en la que la seguridad vale más que la calidad de los sentimientos en la relación. En medio de ese revoltijo pulula el deseo sexual como 'libre' atadura sin solución de continuidad, tantas veces, en plan picaflor y ligoteo, todo cultivando unos egos patológicos insoportables. Nada que ver con una trayectoria equilibrada, serena y compartida en plenitud, en la que tal vez el sexo no sea para siempre el protagonista de la intimidad, sino que vaya dejando paso a una nueva energía de fusión cualitativa. A descubrir que el amor es mucho más fuerte y sólido en su sutileza, que los arrebatos incontenibles del animal que no se ha sabido transformar en humano.  

Creo que el feminismo no debería frivolizar esos procesos de evolución profunda que nos ayudan al cambio que tanto deseamos en nuestra especie y en el Planeta. Dejarlo todo pillado con hilvanes y alfileres en el plano epidérmico de las relaciones inter géneros sin plantearnos el hecho  de tener sensibilidades diferentes y complementarias, puede ser un signo de la inteligencia universal, de la conciencia colectiva, para hacernos crecer en conocimiento cooperativo, en plenitud y felicidad compartidas. Y no solo para nosotras (en plan Ayuso  y pp) sino para toda la especie, la naturaleza y el Planeta. Todo es conexión, ahora más que nunca.

Las mujeres llevamos dentro nuestra sexualidad, somos más profundas, diversificadoras, comprensivas, estables y receptivas. Los hombres todo lo llevan fuera para bien o para mal. Ellos ponen parte de la semilla de la vida, nosotras además de poner la otra mitad ponemos la vida misma en crecimiento: acogemos, alimentamos, compartimos el desarrollo  del fruto humano, lo parimos y lo cuidamos. Mujeres y hombres no solemos funcionar igual ni en lo físico ni en lo psicoemocional, eso no significa que no haya mujeres físicas que tienen sensibilidad y esencia masculina y hombres físicos que se sienten mujeres psicoemocionalmente. Ese proceso no es ninguna aberración ni debería escandalizar a nadie medianamente observador y con discernimiento,  forma parte de la manifestación evolutiva de nuestra androginia energética original, que en el plano más elemental de la especie necesitaba una forma de reproducción física, al principio de nuestro periplo planetario. Ahora que la población del Planeta ha llegado numéricamente a un punto insostenible, recuperar la androginia y reconsiderar el sexo como un recurso poco aconsejable en el problema reproductor, es, probablemente una llamada de la inteligencia cósmica a un stop reproductivo. 
 
No parece que el hecho de que las mujeres nos situemos en cuanto al sexo a la misma altura del machismo "liberador" de instintos, sea ni mucho menos un avance, sino más mal que bien, un retroceso demoledor. Las mujeres no hemos nacido para esclavas ni de los hombres ni de la sexualidad instintiva entendida como la lleva perpetrando el género masculino desde el Paleolítico hasta hoy.  Nosotras somos las depositarias de la esencia vital, no solo por la concepción, el embarazo, el parto y la crianza, ese proceso es solo el símbolo material de nuestro rol en la historia humana: somos también generadoras de vida y conocimiento más elevado que el solamente material y mental. Somos madres aunque no tengamos hijos materiales. Somos la luz intuitiva del espíritu, que Juan de Patmos describe en el Apocalipsis, como la mujer gestadora de una nueva humanidad, coronada de estrellas (abierta al cosmos y al conocimiento), vestida de sol  (la inteligencia del espíritu y el entendimiento que da la vida)  y con la luna a sus pies junto a la serpiente de las pulsiones más elementales, las que se arrastran  y trepan desde abajo (sustentada a la vez en el trabajo con las emociones y los cambios, que rigen el funcionamiento de la Tierra), ella está embarazada y parirá en el desierto al hijo/hija del futuro, mientras la bestia de los imperios la persigue para devorarla y el cosmos divino la protege, a ella y a la nueva criatura. 
Ahí deja Juan el mensaje feminista para el futuro, para el tiempo del fin de los imperios, cuando el pueblo despierta, cambia el camino de la debacle lava sus vestiduras en el agua de la sanación y construye la nueva ciudad en la que nadie es extranjero, todos y todas se reconocen como familia, los mismos habitantes son las piedras de la construcción. Ya hay una luz propia emanando de tod@s, que no necesita ni soles  ni mares para generar la energía necesaria.

Nuestro destino como mujeres no se reduce a ser igual que los hombres en su estado actual ni en el sexo ni en nada que sea atadura y cadena de nuestra verdadera libertad, que por el contrario a lo que está sucediendo ahora, será el paradigma  liberador que los propios hombres irán asimilando mediante una nueva visión del mundo en todos los sentidos. Lo cierto es que ya hay síntomas esporádicos de esa nueva vida para la humanidad.

Por ahora, no caigamos en la trampa de creer que la visión sexual del actual género masculino tiene futuro y merece que nos apuntemos a semejante "libertad" enjaulada entre instintos y pésimos avatares; quedémonos, entonces, con el letrero que reproduce la foto del inicio, porque es de suma necesidad: "¡Urge despertar conciencias!", mucho más que exaltar hormonas, cojones, coños y ovarios en la misma trayectoria tan aberrante como patética. Más de lo mismo no. Y no es No. ¿Pot ser que encara no en havem tingut prou, Moniquita estimada? 
Nos merecemos otro paso a nivel más sano y esperanzador, ¿no te parece, carinyet? Ains!

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