jueves, 25 de agosto de 2011

El falso "estado de bienestar" o el precio astronómico de los perros atados con longanizas

Es impresionante comprobar qué terrible esfuerzo social y personal requiere asumir responsabilidades y tomar conciencia de que lo que nos sucede es la consecuencia de nuestra forma de vivir, de pensar y de actuar. Ya sé que no es un discurso grato de leer ni de escuchar, que "el pueblo", en su eterno papel de niño y de súbdito, no está nunca inclinado a asumir su parte de responsabilidad en los errores del sistema en el que está anclado y tiende constantemente a culpabilizar a los "mandamases", jerarcas y prebostes que ese mismo "pueblo" ha elegido, aupado y promocionado con sus votos y su obediencia. El "pueblo" siempre se ve a sí mismo como víctima. Es decir , a pesar de los siglos, de los estudios, de la "cultura" -cultivadora del saber acumulativo e informativo que ocupa lugar y facilita el alpinismo social, no el conocimiento ni la sabiduría, sino la gramática parda y la picaresca- no ha logrado aún convertirse en ciudadanía. Comprender la diferencia entre "pueblo" y ciudadanía es vital para poder hacer algo real y contundente, capaz de cambiar este sistema absurdo e inoperante que nos ha servido desde la revolución americana, a finales del siglo XVIII hasta los años 20-30 del pasado siglo XX.

Ya en aquellos años hubo unos toques urgentes de invitación al cambio. Señales como la gran depresión económica que culminó en la hecatombe de 1929 y el nacimiento, como reacción "natural" del miedo, de una corriente de totalitarismo social y político, que dio lugar a dos guerras mundiales concatenadas en el curso de sólo dos décadas. El nacimiento del comunismo, del nazismo, del fascismo, de las dictaduras en Portugal y España, que duraron hasta los años 70 del pasado siglo. Y por su puesto, de un movimiento irracional, egoísta, insolidario, explotador y más autodestructivo a largo plazo que ninguno de los anteriores "peligros", que se ha terminado haciendo el dueño verdadero del mundo: el capitalismo salvaje, sin escrúpulo alguno, sin más ideal que un autoenriquecimiento insaciable, depredador y terminator, disfrazado de "estado del bienestar", cuya bandera y vanguardia se localizó desde su comienzo, en los EEUU de América y se ha ido expandiendo a través de verdaderas invasiones del "american life's way". Del modo americano de vivir. Ecléctico. Caótico. Permisivo y contradictorio en sus dogmática ambigüedad, en la moral íntima, pero intransigente en la moral pública. Es decir, hipócrita y sin piedad. Puede condenar al genocidio a países enteros para "salvarles" mientras les quita materias primas o por estrategia militar, sin que sus Reagans, Clintons, Bushes y Obamas, tengan el menor remordimiento ni den cuenta jamás en un tribunal de justicia internacional por sus bárbaras acciones criminales al servicio del dinero mientras rezan y llevan a sus predicadores de bolsillo junto a ellos, pero a la vez condenar a muerte a individuos que han cometido idénticos delitos en solitario, tal vez por patologías, por marginación o por robar, igual que los poderosos, pero sin la cobertura social de "la patria" y las cuentas corrientes de los negociantes. Un país rico en mezclas étnicas engañosas que son verdaderos apartheids y ghettos en la realidad. Una oligarquía mundial que ha convertido en "pueblo" al mundo entero, privándole de la ciudadanía soberana de los hombres libres, que es la asamblea social compuesta por seres atónomos, adultos, responsable solidarios con el bien común. Ciudadanos. Este es el mapa histórico y sociopolítico en el que estamos ahora. Para caminar con una cierta orientación, además de un mapa, hace falta un brújula. Y eso es lo que no hemos desarrollado hasta ahora. Y la brújula es la conciencia de ciudadanía global, porque en una mundo compartido globalmente, ya no hay fronteras. Porque los "pueblos", las masas, no necesitan brújula. Las masa, los "pueblos", no van a ningún sitio. No tienen futuro ni viaje que realizar en la historia, son meros comodines, conglomerados anónimos, fichas de parchís, o figuras de ajedrez o bolas de billar. Esclavos que producen riqueza que nunca será suya, porque es una riqueza falsa, que en vez de bienestar real, produce consumismo insaciable y contaminante. Tóxico. Competitividad destructora y rivalidades inhumanas. Ansiedad, depresiones y un mundo donde la enfermedad se ha convertido en uno de los negocios más rentables. Como la guerra, se basa en la destrucción y la muerte, pero a muy largo plazo , en cuyo interegno deriva hacia un estupendo y sustancioso medio de vida para unos pocos, que además se basa en el prestigio de los científicos que lo mantienen y viven de él. Premios Nobel, etc.
Una de las inversiones más lucrativas que han hecho los USA, ha sido comprar cerebros brillantes en todo el planeta y ponerlos a trabajar a su servicio, dándoles a cambio fama, publicidad, prestigio, dinero y facilidades de todo tipo para sus proyectos. Con la única condición de no plantearse jamás qué uso se hace de sus descubrimientos. ¿No recuerda esta trampa, a aquella del Evangelio, en que el demonio hace la misma oferta a Jesucristo en el desierto? "Te daré el mundo con todas sus riquezas y todo cuanto desees si postrado ante mí me adoras". Está claro que ante tan tentadora oferta, sólo puede resistir alguien despierto que sabe de antemano cual va a ser el resultado de tal transacción. Un falso estado de bienestar para unos cuantos y al depredación salvaje, ruinosa y cruel para el resto de planeta.

Esa misma "filosofía" es la que ha terminado con los ideales, con el sentido común y los sueños realizables, con las ganas de mejorar, con la fraternidad entre "pueblos", con el contenido ético de las religiones, que se han reducido a unos trucos de magia para dormir conciencias al amparo de dogmas y liturgias, pero al servicio del mismo "dios" dinero. Está demostrado, que como "pueblo" no se puede hacer nada, si antes no nos hemos convertido en ciudadanos inmanipulabes y conscientes. Si no hemos encontrado o fabricado, la brújula imprescindible para salir del laberinto el manicomio global. Protagonistas de su propia historia, no eternos figurantes de atrezzo a las órdenes del mismo director loco y sin idea de adonde le lleva su locura. Como pueblos y como masas, no somos nada más que una fuerza primitiva en manos de unos pocos listillos que van a la suya. Que manejan a los políticos, banqueros, militares, científicos y jerarcas religiosos, haciéndoles ilusoriamente partícipes de pedacitos de gloria ridícula, pero muy rentable mientras dura.

Ahora, tenemos por delante un reto: reorganizar la economía y la sociedad, impulsados por la crisis más grande y profunda que jamás ha sufrido nuestro mundo. Es el momento de apoyar las ideas justas y de no pretender que las falsas longanizas de un falso bienestar, que es lujo para hoy y miseria para mañana mismo, nos vuelvan a comer el tarro con milongas irrealizables. La propuesta del Gobierno para poner un techo al déficit es imprescindible si queremos dar un paso hacia la solución de este pozo sin fondo que se traga todo en una deuda loca e irreversible, al parecer, y cada vez más grande. Que esta histeria por el dinero y sus prisas, pretendiendo recoger firmas con informaciones confusas, no nos distraiga de la principal reforma: frenar el consumismo. Cambiar nuestros hábitos y nuestro pensamiento dependiente y angustiando por un pensamiento sereno y creador de lo que de verdad necesitamos. Simplicidad y apertura. Solidaridad. Esperanza y realización. Y que sepamos que es mucho más básico e importante cambiar la ley electoral y conseguir la participación ciudadana en el control de la política, que lograr un par de meses de dineros menos difíciles, que después nos volverían a la sorpresa de la miseria y seguramente en peores condiciones que las actuales.

Sí, debemos reclamar al Gobierno una explicación clara de la reforma, antes de que la voten en el congreso. Pero que nos quede claro que la vieja mentira del "estado de bienestar" a base de créditos y facilidades, se ha terminado, porque ya nos ha demostrado su peligrosa curva inestable con precipicio al fondo. Y que ser ciudadano significa ser adulto capaz de vivir sin un papá subvencionador de becas que se dan sin pedir un certificado posterior de que se han usado para estudiar, de subvenciones sin garantía de que se cumplan los objetivos para los que se han dado. Y también de que haya un estudio serio y personalizado de las declaraciones de renta y de impuestos. Para que pague quien más tiene o más cobra y menos o nada, quien no tiene y cobra poquísimo. También debemos pedir que los políticos no cobren sueldos astronómicos. Que se reduzca el número de diputados. Que desaparezcan el Senado y las diputaciones. Que los diputados que no viven en Madrid, se alojen en edificios del Estado pagando con sus dietas, en vez de vivir en hoteles de cinco estrellas o en apartamentos super de luxe, a costa de los impuestos. En fin, que ser político se convierta en un sacrificio por el bien común, en un esfuerzo incómodo, con una remuneración que permita vivir con dignidad, pero sin ostentaciones. Que requiere una responsable vocación temporal por el servicio público. Y deje de ser un modo vitalicio de lucro y de asegurarse una pensión, sin hacer otra cosa que apretar un botón, para votar, aplaudir a su grupo y abuchear a los contrarios. Para eso ya está el fútbol.

No olvidemos nuestra disciplina personal, nuestra reeducación modeladora de nuestras costumbres intoxicantes. Antes de comprar cualquier cosa, una pregunta: ¿Lo necesito de verdad o puedo vivir dignamente sin ello? ¿Qué le aporta a mi ser real tener esto o qué le resta el no tenerlo?

Resumiendo: empezar a ser consecuentes con nosotros mismos y pedir información y transparencia antes de que se incluya la reforma económica en la Constitución, es un derecho y un deber. Pero que reclamar ese derecho, no nos aparte de lo más vital y necesario: el deber de que la Constitución se reforme entera con la participación y las aportaciones de los ciudadanos.

Ah, un último toque: olvidemos ya esa letanía engañosa que pretende hacernos volver al estado de "bienestar" que nos ha traído este malestar preagónico global. Esta amenaza constante. La precariedad y el hundimiento de tantos y a tantos niveles de profundidad. No es sostenible una sociedad cada vez más enferma de sí misma, que necesita destrozar la vida del planeta que la sostiene , para aumentar su comodidad y anularse como conciencia pensante y sintiente.
No podemos volver a crear empleos contaminantes, vendedores de la nada, del aire acondicionado y el frigo plan renove, y la cocina que ya no me gusta, aunque está nueva, paro la cambio por otra mucho más fashion que la de mi vecina, del ladrillo y del automóvil-piruleta, que dan la "libertad" y la "felicidad" de quita y pon, que hoy te alegran la vida cuatro días de vacaciones y mañana te dejan en la calle hipotecado hasta el cuello y comiendo menestra de ladrillo y puré de cigüeñal. Y encima con un aire irrespirable, unas ciudades y pueblos inhabitables, montes y campos achicharrados por incendios interesados, y a continuación desertizados por las urbanizaciones, e inundaciones torrenciales precisamente por esos motivos, cuya indemnización pagará papá estado con el dinero de todos. Abandono de la agricultura y de la vida rural. Aglomeración en los suburbios urbanos. Jóvenes sin futuro y con muy mala baba reivindicativa y violenta, porque desde chicos han carecido de amor, dedicación y pedagogía. Falta de tiempo y de calidad real de la vida. Depresiones y enfermedades "laborales". Crack total de humanidad. Pero eso sí, tenemos comodidades, coches, teléfonos móviles, ordenadores y tv de último grito, Ipad, Ipod, Play, vestimos al son que nos toca la moda y tarjetas de credito y sobre todo de débito. ¿Estado de bienestar? ¿Seguro?



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