viernes, 19 de agosto de 2011

Aclarando algunas cosas

Seguramente los últimos post que he escrito sobre el personaje de Benedicto XVI suenan muy duros. Quisiera aclarar que esas denuncias lo que pretenden es que descubramos la manipulación y los enredos que nos despistan, que nos confunden y que pretenden darnos gato por liebre. Aunque parezca un ataque personal no lo es. Para mí la persona de Joseph Ratzinger es tan respetable y sagrada como cualquier otro ser humano, tiene todo el derecho a equivocarse en su vida particular y a aprender de sus errores. Como todos.
Pero no sucede igual con el personaje. Con la máscara que le hace de refugio, que le hace representar un guión, igual que a un actor de teatro trágico o cómico, pero con una diferencia muy peligrosa: el actor sabe que cuando al representación termina, él vuelve a su esencia, a su ser natural. Sin embargo en el caso de los jerarcas sean políticos, religiosos o financieros, el personaje se apodera del individuo y termina por anularlo hasta que se deteriora de tal modo que el primero absorbe al segundo para siempre. Es el caso de los reyes, de los papas y de los prebostes profesionales. Es a ese engendro inhumano a lo que se somete toda persona que asume un rol "importante" hasta convertirse en él. Y es ése el origen de toda tiranía. El camino que lleva a un ser humano hasta las cumbres del poder absoluto lo deteriora absolutamente para siempre porque para llegar a ese puesto desde el que pretende arreglar el mundo, debe asumir decisiones traumáticas que modifican y envenenan su conciencia, le cierran a la luz y a la verdad que habita en todo, pero no se identifica con nada dogmático ni fanático. Ni convenenciero ni partidista. La verdad indica que "en todas partes cuecen habas" y que el crecimiento consiste en saber qué son las habas y qué no pertenece a esa especie, que aunque esté en todas partes, no es la única. El error del personaje es que sólo ve habas en el guiso y él se cree el único cocinero. Por eso es muy importante que descubramos nuestro personaje y así podamos desmantelarlo y de ese modo podamos además ayudar a desmantelar los personajes que se apoderan de los recursos y de las conciencias, para anularlas creyendo o haciendo creer que las están "salvando". Cuando el personaje no es capaz de comprender ni respetar el libre albedrío y la naturaleza de la verdad honesta que nos hace libres, pierde la capacidad de distinguir a los seres humanos de sus personajes y se convierte en un tirano, en un parásito que se alimenta de la energía y la obediencia ovejuna de los personajes ajenos, más débiles que el suyo, pero igualmente dormidos en la nana del ego.

Es por ahí por donde hay que entender las claves de estos post. No son una ofensa a J. Ratzinger, sino la denuncia del traje invisible del personaje Benedicto XVI. Si sólo se mira la máscara se ve el disfraz nada más, porque miramos desde nuestra máscara. Cuando se mira al hombre, desde nuestra desnudez, se ve que debajo de los fuegos artificiales de la fama, del prestigio y del poder, también está desnudo. En la vieja fábula, sólo un niño se dió cuenta y avisó a los ciudadanos del engaño, que ellos por miedo, no se atrevían a reconocer en voz alta, por no desentonar de la opinión general y hacer el ridículo o quedarse solos en medio de la masa monocorde.
No en vano dice Jesucristo: "Si no os hacéis como niños no entrareis en el reino". Un niño no se calla cuando ve un disparate. Lo dice y se pregunta por qué los "adultos" no ven esa parte de la realidad que la inocencia ve en primer plano.

Estos post aparentemente agresivos, sólo quieren despertar al niño de mirada limpia que todos llevamos dentro para que desmontando la inercia propia aprendamos a descubrir la inercia del poder que nos aplasta e intenta encadenarnos al personaje manipulador. Gran Hermano de Orwell. El "soma" de Houxley. Los sastres pícaros del traje invisible. A eso que la tradición llama "demonio" y que nosotros podemos modificar además llamándole "dominio". O Maya, como los hindúes. Ilusión vacua. El mascarón de proa de la apariencia. El señuelo de la nada.

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