domingo, 20 de febrero de 2011

A propósito de patrias y patriotas

Como por ensalmo encuentro en youtube algunos vídeos de Roberto Benigni explicando en su clave particular el patriotismo. Hace una entrada triunfal a caballo desde la sala al escenario, enarbolando la bandera de su país. Y trata de dar una lección sui generis de historia.

Mientras observo y escucho percibo el fondo del cuadro, como en esos dibujos sin forma que cuando se relaja la vista te permiten descubrir paisajes imprevistos.
En primer lugar está el glorioso bufón que entre la hipérbole y la saturación va haciendo un perfil caótico de una realidad aturrullada que mezcla pasado y presente. Exactamente como se podría definir la política-ficción que soportamos: realidad aturrullada que mezcla churras con merinas y confunde totalmente la percepción. Un payaso que manipula la información selectiva, que con prepotencia entra a caballo en la vida del ciudadano, airea una bandera y se empeña en que por ese símbolo tienes que morir si el gobierno se compromete en participar en cualquier movida bélica, sea en Irak, Afgansitán o donde el Gran Hermano yanky tenga capricho de liarla según sus intereses. Un payaso multiplicado por cientos, miles, que se apuntan a las listas electorales y que, sin necesidad de sudar la camiseta, como este honesto cómico que parodia y explica, pretenden cobrar un sueldo sustancioso durante cuatro años como mínimo, sin dar un palo al agua. O dándoselo, si la cosa se encarece y los negocios concesionarios empiezan a querer tener superavit.

Habla Benigni del orgullo de pertencer a una cultura y a un país. Y me parece peligroso identificarse de ese modo exacerbado con algo o con alguien. Porque hace perder la dimensión hipernecesaria de la autocrítica. El exceso de apego a lo conocido, además, nos lleva a no valorar lo que aún no conocemos e incluso nos condiciona, cuando viajamos, a no querer conocer nada nuevo. Como ya he comprobado tantas veces, cuando he acompañado a algunos extranjeros en visita por aquí. No se arriesgan a pedir un plato del lugar que visitan, buscan la comida que conocen solamente. Y se van sin probar nada de una gastronomía distinta, que por "diferente", según sus comentarios, seguro que es peor. No tienen capacidad de sorpresa porque van comparando constantemente lo suyo con lo que están viendo. No buscan la artesanía autóctona para conocerla, sino que se van de compras a las franquicias que conocen ya en su pais. Y claro no dejan hueco para el asombro, para la pregunta, para la curiosidad, que en el fondo es la madre de toda cultura y de todo conocimiento.
A pesar de los esfuerzos del bueno de Benigni, mucho me temo que esa filosofía ya no es válida en esta época. Lo que fue útil y bueno hace 100 o 200 años, ya no tiene demasiada aplicación en nuestro tiempo . Eso no significa que sea peor o mejor, sino que vivimos en otro registro y que los valores eternos tienen que diferenciarse de sus aplicaciones históricas puntuales. Por ejemplo, la honestidad, el valor, la generosidad, la veracidad o el pudor, son valores intemporales, cuyo contenido queda intacto siempre y cuando la salud personal y social funcione. Pero es cierto que la forma de expresar y vivir esos valores cambia como cambian las situaciones y el habla, que es la parte móvil y cambiante de la lengua. Y lo mismo que ahora tenemos el mismo idioma que en el siglo XVIII, el habla es distinta. Es decir, los contenidos abstractos son idénticos pero las palabras se amplían, cambian o desaparecen para ser sustiuídas por otras nuevas que derivadas de las antiguas, cumplen idéntica función y modifican también parte del contenido. Y pueden poner nombre a fenómenos nuevos que en el siglo XVIII eran impensables.

¿Cómo será el patriotismo de un ciudadano del siglo XXI? Un siglo donde el movimiento de masas, la flexibilidad laboral, la fluidez del transporte y los medios de comunicación han hecho del Planeta un pueblecito macluhiano. De acuerdo que una ama, habitualmente, el lugar donde ha nacido, pero, si por trabajo, estudios o relaciones afectivas, la vida se arraiga en otro país, ¿cuál será la patria real, dónde naces o donde encuentras la vida mejor, las relaciones interpersonales más humanas y satisfactorias o la felicidad que en tu lugar de origen no encontraste porque era imposible un puesto de trabajo o una formación íntegra profesional o porque tu carácter natural no encaja con el modo de vivir que hay en tu "madre-patria"? ¿Ayudará en algo el espíritu de clan blindado cuando se sale fuera a trabajar y a estudiar?¿Incluso ayudará algo el espíritu de clan si no se sale y se es igualmente selectivo con los vecinos y conciudadanos porque no viven en tu escalera, ni a tu modo, no son de tu familia, ni de tu oficio, ni de tu estatus, ni de tu barrio? Porque el "patriotismo" es como las cajas chinas. Holístico. Y contagioso. Por eso hay bandas urbanas de jóvenes "patriotas" de su secta barriobajera o de su tribu motorizada y vandálica. O de su clan mafioso. Y lo peor es que el patriotismo es simplemente una proyección del propio ego en los demás que facilita un grado falso de seguridades, pero muy cómodo. Sentirse refprzado por la cantidad de individuos que ven y tocan diariamente las mismas cosas que tú. Que son tu reflejo. Pero que "desgraciadamente" no son idénticos a ti. Así que te obligan a dividirte en tu patriotidad. Que no es lo mismo un "patriota" de izquierdas que de derechas. Conservador liberal, que liberal progresista. Católico o protestante, musulmán budista o sintoista. Y ahí la "patria" ya empieza a tener goteras.

En el barrio de Ruzafa de Valencia hay muchos inmigrantes orientales, latinoamericanos, musulmanes, budistas y cristianos. Entre todos ellos una mayoría china ha sido reacia desde el principio a integrarse en la cultura autóctona. No han aprendido el español. No se interesan por nada que no suene a lo suyo. Viven en grupo y a la defensiva. Sólo quieren dinero. Y sólo se dan trabajo entre ellos. Tienen poderosas mafias que los "protegen" y también los controlan.
Los musulmanes y latinoamericanos, en cambio, sí que se han integrado y se han mezclado con los de aquí. Hay matrimonios mixtos. En sus establecimientos hay trabajadores de distintas procedencias, españoles también, asalariados por los "inmigrantes". Yo misma fui trabajadora durante un tiempo en la cocina vegetariana de mi amigo Omar. Y somos estupendos amigos. Fue un gran jefe hostelero del que aprendí muchísimo, lo mismo que de Sam, mi fisioterapeuta kwaití, con el que he hecho intercambio de libros sufís y sesiones de lectura poética para las dos culturas hermanas. La española y la musulmana. Árabes universales que se sienten tan españoles como de sus tierras de origen.
Cuando la crisis ha estallado con toda su dureza, las tiendas y bares chinos, han cerrado casi todos. En cambio las otras culturas mantienen más establecimeintos abiertos. La crisis las ha golpeado con más clemencia. Darwinianamente tiene explicación: cuando no se realiza la función natural de una especie, ésta se deteriora y desaparece. Como los dinosaurios. Y también tiene una explicación en la Ley eterna de causa-efecto. Lo que haces y el modo en que lo haces, tiene siempre un billete de vuelta. Una consecuencia. Una prosperidad o una mediocridad o una ruina. La felicidad o la desgracia. La salud o la enfermedad. El aislamiento fetal afectivo o la vida de relación rica y abierta de un adulto en crecimiento.

Como en las cajas chinas o en la visión holística de un fractal, de una inflorescencia o de una constelación, todo está en contacto. Todo es relación e intercomunicación. Nuestro mundo actual nos lo está demostrando cada día. Quizás ya sea hora de cambiar el esquema decimonónico y atrasadísimo por las posibilidades de apertura. Ya no es el tiempo de las raíces topográficas, sino el de las raíces internas, que te permiten ser tú mismo en cualquier lugar con la misma dignidad, respeto, cariño y amor. Simplemente porque esa riqueza es patrimonio de la conciencia y no del capricho de la naturaleza ni de los grupos étnicos. Ni de los humores patrióticos de la historia.

Daba un poco de pena y ternura escuchar el relato apasionado y modificado de la historia de Italia contada por Benigni: "Cuando veo en el extranjero restos arqueológicos de Italia, me digo que yo soy hijo de esto, que mi cultura inventó la arquitectura, la pintura, la música y la lengua..." En fin, me pregunto ¿qué pensarán un griego, un árabe, un chino o hindú, escuchando estos razonamientos de Benigni? ¿Habrá inventado algo alguien más? Tal vez los esclavos griegos, filósofos y poetas, matemáticos y naturalistas, que los romanos se llevaron a la fuerza para que fuesen preceptores y maestros de sus hijos, también pensasen lo mismo, cuando viesen que sus enseñanzas se aplicaban solo para conquistar, arrasar otras culturas y "romanizarlas" con juegos de circo entre fieras y hombres, generalmente pobres y prisioneros, o lucha a muerte entre gladiadores extranjeros y casi siempre en la misma situación.
Bueno, después de reflexionar sobre la imprescindible prudencia de la autocrítica y el riesgo demagógico de la cháchara instructivo-patriótica, lo dejamos estar. Un bufón tiene la misión de divertir y hacer pensar. Y eso hay que agradecérselo a Roberto Benigni. Valga su gracia y sal hiperactivas, su expresión de niño sin complejos, para abrirnos una puerta a la comprensión y a la sonrisa. Después de haber asimilado la lección magistral.
Quizás no le vendría mal en su próximo espectáculo interpretar los textos históricos de Indro Montanelli. Seguro que divierte más y cansa menos.

No hay comentarios: