viernes, 18 de febrero de 2011

España y los demonios

Leo en un periódico extranjero un curioso comentario turístico repartido en diez ciudades españolas cuyo común denominador pasa por resaltar un punto de conexión con la figura del diablo.
Sorprende a estas alturas de la historia humana ese empaño que cabalga entre la superstición y el marujeo filo satanista. El interés desmedido por las historias de corte tenebroso y oscurantista. Que el mal existe es indiscutible. Que las capacidades de la mente humana orientadas hacia él, constituyen el mayor peligro para nuestra especie, es obvio. No hay más que leer la prensa diaria o escuchar noticias, fijarse detenidamente en las conversaciones intranscendentes donde la crítica destructiva, la murmuración, el insulto, los pensamientos y palabras obscenos, la negatividad, los estados sombríos, desesperanzados y tantos etcéteras, dan más que evidencia del poder del mal en el mundo. El mal, más que un poder, es una inercia. Un abandono al desconocimento de sí mismos y del universo íntimo que nos pone en comunicación con la inmensidad que compartimos con todas las criaturas. Hasta con los diablos. Al fin y al cabo, sin personas dispuestas a ser sus representantes, ningún diablo podría hacer nada. Porque el mal es patrimonio mental. No tiene cuerpo ni puede apretar un gatillo ni un interruptor para bombardear, ni puede firmar penas de muerte ni provocar accidentes. El diablo sin el hombre obediente y encadenado a él por propia voluntad, es un don nadie.
Está muy claro que el grado de evolución de la conciencia está ligado absolutamente a la importancia que el individuo concede al miedo y al deseo. Al ego. Y ese es el ángel caído en que nos convertimos cuando o bien no hemos alcanzado un estado psíquico de madurez o bien, cuando nos hemos dejado invadir por los estados negativos del ánimo. Las guerras, los atentados, los asesinatos y crímines, abusos, torturas y demás delitos, jamás proceden de personas felices, sanas y equilibradas. Son hijos del peor diablo que se conoce: la locura y la estúpida ignorancia del hombre. Cuando se ha descubierto esa realidad, los símbolos de "diablez", las magias a golpe de ensalmo y dinero, la compraventa de símbolos y falsas aplicaciones de la kabala, del tarot, de la astrología, de la numerología o de tantas mancias chamánicas, o de la droga pura y dura usada como productora de estados alterados, no de la conciencia, sino del inconsciente a través del sistema nervioso central y periférico, -la conciencia real está a años luz de semejantes manipulaciones- , entonces, podemos colocar al pobre diablo en su lugar verdadero: la compasión.
Y es muy bonito que una ciudad le dedique un detalle de vez en cuando. Para que no se sienta tan aislado y no siga pensando que la luz divina se ha olvidado de él y le tiene marginado. Cuando una ciudad, por compasión y delicadeza, dedica un detalle al "malo malísimo", es porque en realidad vive muy lejos de su órbita y tiene que hacer un esfuerzo para recordar que el mal existe. Incluso le produce ternura el sufrimiento de quienes viven atrapados en él. Sin embargo, a aquello a lo que se está ligado habitualmente, a aquello con lo que se convive en la intimidad, no se le dedican monumentos. Es tan natural en el ambiente que no se nota siquiera su presencia. Es el pan de cada día. Y al pan de cada día no se le dedica ningún detalle. Es tan de uno mismo que pasa desapercibido. Sólo se sabe de su calidad por los resultados que refleja en la salud de los que lo comen.Eso mismo sucede con el mal y con el bien.
Así que por lo menos, que aquí todavía se levanta y se ve algún signo estético del "mal". Eso significa que necesitamos, de vez en cuando, recordar que existe. Porque el imperio y su barbarie en América, la inquisición, la expulsión xenófoba de españoles de credo judío o musulmán a cargo de los Reyes "Católicos", las dictaduras sufridas, los horrores de las guerras civiles y sus secuelas, ya nos abrieron los ojos un poco y nos despejaron la incógnita del anticristo: es decir, el mal anida también en el falso cristianismo, en las conductas hipócritas que rezando y predicando, yendo a misa y a las procesiones bajo palio, actúan como el mismísimo diablo lo haría, o quizás con más precisión y perversidad. Al menos el diablo, ya se sabe que odia lo sagrado y monta números de posesión y de floklore en ciertos cerebros enfermos, cuandon se ve una cruz o un rosario , por ejemplo. Pero ¿cómo calificar las conductas de los que sobando la cruz y el rosario, los rezos y las misas, son capaces de matar al prójimo en guerras santas, en cruzadas patrióticas o de violar niños o de maltratar, calumniar, encracelar y marginar sólo por ideas distintas o robar en las arcas públicas sin el menor remordimiento?

Hay quienes aprovechan la historia para cambiarla y hay quienes la usan para repetirla. Y no es ningún diablo incorpóreo quien mata al prójimo, quien desea lo peor y lo pone en práctica. No es ninguna estatua luciferina la que asesina en nombre de cualquier dios o de cualquier psicopatía. Es el hombre. Y no cesita ningún ángel caído para cometer horrores. Es más, el mismo diablo es una caricatura ante la crueldad de la estupidez humana. Y es el hombre perdido, sin rumbo cósmico, sin ética y sin alma, sin compasión ni verdadera inteligencia emocional, el peor ángel caído y el más peligroso.

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