domingo, 1 de enero de 2012

Enseñar al que no sabe

Una de las llamadas obras de misericordia del catolicismo es precisamente ésa. Y parece que a lo largo de la historia del hombre ha venido siendo una obsesión el enseñar lo que uno cree que sabe a quienes considera que saben menos. Ese es el fundamento de las escuelas, de las academias y de las universidades, pero también el de las religiones y las sectas. Una vocación que obedece tantas vences a una manía del ego humano, que se las pinta solo para expandirse como sea y al precio que sea. Porque antes de "enseñar al que no sabe", el que teóricamente cree que "sabe", debería comprobar si de verdad su "sabiduría" es tan real como piensa. Porque una cosa es estar informado e informar y otra cosa es conocer y hacer que otros conozcan. Ser sabio y hacer que los otros también lo sean. Y justo ahí está el quid sin resolver ni entrever siquiera.

Tomemos la ciencia, por ejemplo. La ciencia viene de scientia, conocimiento. Pero pocas veces es un conocimiento real, sino más bien una repetición de experiencias superadas basadas en la teoría unilateral ya heredada, que trata de descubrir ansiosamente soluciones adecuadas a propuestas de cortas miras que a la larga no solucionan las carencias humanas sino que las multiplican y las complican. Por eso hay tan pocos científicos capaces de descubrir la diversidad, la amplitud. En vez de mirar humildemente su condición y admitir que sus saberes pueden estar equivocados, que no son la medida de todo lo existente, sino la medida de su limitación, actúan como si todo lo posible y cognoscible fuese de su propiedad, les perteneciese. Con esa actitud lo único que hacen es empobrecer el campo cognoscitivo y enseñar ese empobrecimiento como regla de oro, a sus educandos. Y no sólo les aleccionan con sus hipótesis o sus logros, sino que implantan en ellos el germen soberbio, limitado y miope de una prepotencia muy racional, pero muy poco inteligente.
Un verdadero científico, un conocedor, un sabio, se daría cuenta muy pronto de lo poco que vale encontrar remedios maravillosos para mantener en perfecto estado de salud y glamour a personajes innobles, criminales, ambiciosos hasta la crueldad, pero multimillonarios que pagan para que esos descubrimientos les llenen los bolsillos y les hagan parecer jóvenes y sanos a base de siliconas, estiramientos, implantes, anabolizantes o viagras. También un verdadero sabio que conoce la ciencia real, sería incapaz de querer gastar una millonada en proyectos megalómanos como los viajes espaciales, por ejemplo o los aviones lujosos y carísimos, mientras en los barrios periféricos de su ciudad la miseria es la reina del mundo. Igual que un científico decente nunca querría diseñar armamento ni mejorar la producción de armas químicas, nucleares, o de misiles tierra-aire o tierra- tierra. Un sabio se negaría a poner su conocimiento al servicio de la cretinez aunque ésta le pagase una fortuna. Un verdadero científico jamás inventaría la transgénesis ni las vacunas infectadas para causar epidemias que enriquezcan a los laboratorios farmacéuticos.
Un sabio en economía jamás serviría ni colaboraría a montar la usura ni la especulación ni agencias de tasación fraudulentas, ni paraísos fiscales, ni manipularía a los políticos que se esfuerzan por trabajar en el bien común, hasta hacerlos desaparecer de la escena social y de la gestión pública para sustituirlos por amanuenses sin conciencia, a las órdenes de la injusticia y el latrocinio. Científicos sabios no participarían jamás en proyectos engañosos, contaminantes o estúpidos, sabiendo que con los presupuestos astronómicos que manejan, la miseria del mundo se puede remediar y evitar haciendo regadíos y alcantarillados, repoblando bosques, potabilizando aguas y evitando las basuras tóxicas y neutralizando venenos medioambientales. Educando para que eso se mantenga y sea rentable como trabajo para muchas personas que ahora carecen de él. Despertando conciencias en vez de darles la adormidera del falso progreso.

¿Por qué con tanto premio Nobel no ha habido aún ningún hombre o mujer de verdadera ciencia que haya pensado en transformar los "cascos azules" de la ONU en "cascos pensantes" capaces de acudir en batallones organizados de economistas forenses, para investigar, descubrir y hacer desaparecer los paraísos fiscales donde los recursos se evaporan sin dejar rastro y acaban en los bolsillos de los cuatro o cinco desalmados que controlan todo o para reconstruir los destrozos, para servir a los más pobres, en vez de proteger con las armas los intereses de los más ricos? ¿Qué ciencia es la que no tiene conciencia? ¿De qué sirve acicalar maravillosamente una cloaca inmensa, construir en ella maravillosos rascacielos y llenarlos de "elegancia" y de "arte" y de escaparates, como museos, archivos y biliotecas, de inventos extraordinarios para robar mejor, si luego la vida allí es imposible por lo insano que es el aire, lo mal que huele, la carencia de luz, porque en las cloacas todo es subterráneo, todos están enfermos por las bacterias y virus que ese ambiente produce y algunos enferman en sus cuerpos, pero la inmensa mayoría lo está en sus mentes y emociones antes de enfermar físicamente?

¿Quienes pueden ahora ser los sabios y verdaderos hombres y mujeres de ciencia? Solamente los que son capaces de dedicar lo que tienen y conocen, con honradez y honestidad, al servicio de los más necesitados, a suprimir carencias, dolor innecesario, injusticia e ignorancia. No con la vanidosa propuesta de "enseñar al que no sabe", sino de amar al que no es amado, de servir al que no puede vivir porque se le ha privado de todo, hasta de los derechos más fundamentales. Los falsos sabios, los científicos de barniz externo, cometen el grave delito doble de que además de privar de ayuda y de crecimiento a los que lo necesitan, dan las perlas a los cerdos, "enseñando al que no sabe" la manipulación de los recursos, los trucos para enriquecerse y adquirir poder sobre los demás con la compraventa de sus aprendizajes corrompidos.

Sin conciencia, la falsa ciencia es una escuela de crimen organizado. Y cuanto más "avanza", más retrocede el verdadero progreso de la humanidad, por eso cada vez hay menos calidad de vida, menos salud, más agonía fármaco- dependiente, más simulacros artificales de vida perecaria, de "virtualidad", más corrupción que ya se asume como sistema de vida "normal", por la familiaridad e inculturización en el sistema social.

La función de la ciencia no es matar la conciencia humana, sino ponerse al servicio de ella. No es embrutecer cada vez más al hombre con la sofisticación de una "racionalidad" que anula y destruye la inteligencia y la vida, sino despertarle y mantenerle despierto. Si no es así, no vale la pena acumular tantos datos y experiencias, tantas citas y lecturas, horas de estudio narcisista, para obtener resultados pésimos y tan destructivos. Si eso es "enseñar al que no sabe", no parece que tenga valor alguno tanto esfuerzo ni empeñarse en tal obra de misericordia (¡?). Parafraseando aquella vieja canción podríamos cantar a propósito del tema: "Ay, "saber", ya no me enseñes tanto, ay, "saber", olvidate de mí"

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