viernes, 20 de enero de 2012

El fin y los medios

Esta crisis pesada y absurda no lo es sólo de dinero ni de trabajo. Eso es lo que quisieran que creyésemos, los magnates de la confusión. Esta crisis no es tan simple como eso. Es la consecuencia de no tener un porqué global y potente para crecer y mejorar. El único porqué hasta ahora ha sido conseguir cosas, supervivencia, bienestar, placeres, facilidades, comodidades y entretener nuestro tiempo en esos afanes. Vegetar. Hacer por hacer. Consumir. Rivalizar. Mandar. Comprar y vender. Divertirse (di-vertere, salir de sí mismo, desparramarse, verterse fuera, es el significado etimológico latino de la expresión). Sin reparar en la verdadera sustancia de la finalidad. Al contrario, se corre, se gana, se obtiene, se consume, sólo para olvidar. Como los borrachos beben alcohol con la misma intención. Olvidar la fugacidad de todo. Lo poco que dura lo bueno y cuanto se alargan los dolores y las frustraciones hasta derivar en el sufrimiento. Y sobre todo no pensar en el fin de uno mismo ni del mundo circundante con todo lo que contiene.
Por eso la muerte y la enfermedad son una especie de vergüenza personalizada. La vejez se esconde en residencias de ancianos para morir sin que falte detalle higiénico, pero más solos que la una. La muerte se esconde en los tanatorios y la enfermedad incurable en los hospitales para terminales, "porque allí están mucho mejor atendidos". También en la muerte digna, que a veces lo es y a veces es sólo comodidad y miedo del entrono a perder esa comodidad, sin respetar el ciclo ni esperar a que sea el momento real de soltar amarras. Casi nadie admite esos puntos fuertes ni desea mirarlos de frente ni profundizar en el fenómeno del acabamiento, de la molestia, de lo perecedero. Al contrario, se trabaja el extrañamiento del pésame, la piedad profiláctica y la condolencia protocolaria. En el fondo con la sensación afortunada y superficial que produce no sufrir lo que otros sufren. Siempre el muerto es otro.
Es el efecto cinematográfico e irreal de la hipotética calamidad ajena. Nunca propia. Así se cree gastar el potencial del miedo personal en los hechos fingidos. Y en el fondo gozar de una invulnerabilidad ilusoria, pero reconfortante. Como cuando se despierta de una pesadilla y se comprueba el confort de las sábanas tibias, la visión calmante de la habitación y sus objetos cotidianos y reaseguradores frente a los fantasmas oníricos y sus amenazas angustiosas y sin embargo, evaporadas en un instante de certeza al despertar. A eso se le llama vida.

En esa dinámica habitual, e imperceptible en la misma rutina, discurre la existencia temporal que abarca el paréntesis fenoménico entre el nacimiento y el cambio de estado, de la materia energetizada por el espíritu, a la sola energía de ese espíritu vital. Un proceso que llamamos muerte.
No queda un hueco ni un tiempo voluntario para plantearse algo más. El porqué. Los porqués. La finalidad última de cada acción, de cada proyecto ni la idoneidad de los medios para llegar a ella. Todo consiste en di-vertirse. Volcarse fuera. Distraerse, arrastrarse lo más lejos posible de la esencia desconocida del sí mismo. La cosa es hacer lo contrario de lo que nos hace conscientes y despiertos. Aturdirse constantemente. Ignorar la finalidad por la que existes y la incapacidad para elaborar o elegir los medios que la harán posible. Para eso es ideal el estado cinematográfico, mucho más periférico y escapista que el teatral. El teatro es una catarsis compartida en vivo y en directo. El cine es un juego virtual donde nada está vivo. Es como si siempre comiésemos alimentos en conserva o congelados. Desvitalizados. Han perdido la frescura y la vida, aunque conserven cierto sabor alterado por los conservantes y estabilizantes. ¿Qué finalidad tendrán las existencias que viven colgadas de la imagen y su velocidad? ¿Qué se puede plantear una sociedad así? ¿Cómo podría despertarse de tal hipnosis? En la inteligencia de la especie hay una decisión y una salud natural. Una ratio naturae . Una lógica sabia para sobrevivir y crecer en otra dirección. Y entonces el mismo desmadre social conduce a las crisis de acabamiento. A la urgencia del cambio.

Ahora miremos nuestro presente. Observemos las reacciones ante la crisis de la supervivencia. Por un lado, se produce la reacción estéril del miedo que aferra lo que tiene y no piensa en mejorarlo, porque representa lo único válido que se cree poseer. O sea, ahí están el FMI, la BM, la BCE, las agencias de cálculo ruinoso al servicio del estatus conocido, que ya está consumado y agotado, pero en el que todavía tienen puestas esperanzas ilusas de mejora y de continuidad. Es, como ya escribí por ahí, poner un tapón de sal en la brecha del Titanic pensando que el barco herido de muerte resistirá. Y así vemos como se evaporan los dineros públicos en pagar deudas privadas de la banca internacional y como la "deuda" es un agujero negro que cuanto más se le da, más necesita y más pide. Es una inercia que nadie se atreve a ver como tal. Un incendio, que en vez de apagarse se agranda, echándole más y más leña, mientras se talan los árboles para mantenerlo encendido, en vez de apagarlo. Primero, hay que dejar de alimentarlo con pagos inútiles, noticias dantescas y desmotivadoras, y echándole encima el agua de la inversión y la creatividad sostenible y al mismo tiempo, repoblando con nuevos plantones lo que se ha quemado. Es imprescindible que la deuda se condone, se borre y se quite. Que el dinero que se emplea en mantener los organismos oficiales de control se use para mejorar la situación.
Es imprescindible conocer la finalidad de lo que se hace. El porqué de lo que se pretende imponer, además de saber que esa tensión "monitorizada" crea puestos de trabajo muy bien remunerados. También hay que desmantelar los mecanismos de falso control, que existen porque existe la crisis, e impiden que la crisis se solucione, de un modo en el que su forma y concepto de vida y de trabajo ya no tendría razón de ser. Son como la enfermedad que enriquece a los laboratorios farmacéuticos y a los macrohospitales privados. El hecho de que un sistema perjudicial dé trabajo bien remunerado a unos cuantos, no puede justificar jamás que se sacrifique el bienestar, la vida, el desarrollo y el futuro del resto de la población mundial.
Por eso la crisis no quiere acabarse, porque los medios para denunciarla y combatirla ficticiamente, se han convertido en el fin, en el objetivo enriquecedor de una minoría, que carece de perspectiva, de sentido ético y de humanidad. De finalidad real. Son una generación robotizada y realmente perdida, a la que se le impedido desarrollar el alma.
Estamos justamente ante criaturas huxleyanas, escapadas de "Un mundo feliz", cuya dosis de soma cibernético, numérico y consumista les hace soñar que viven en el mejor de los mundos posibles. En Matrix. En el único mundo posible, diseñado a la medida de su limitación crematística y torpe. Y así vemos como financieros escupidos por la ruina de Lehman Brothers, terminan presidiendo gobiernos y ministerios en la Europa del Sur, la más "peligrosa". Y como jóvenes brockers españolas, italianos o franceses, esclavos de S&P o de Moodys, van a degüello contra las economías de sus propios países, rociando por aspersión recortes y deudas impagables. Son apátridas. Su tierra prometida es el dolar y su enemigo a derrotar, el desdichado euro. Han perdido las referencias de su raíz humana. Se han aprendido de memoria el catecismo del Tea Party y lo han convertido en su única religión. Han hecho de ese medio el único fin de su trabajo y de su vida profesional, sintiéndose privilegiados por ganar dinero y vivir bien mientras el resto del mundo no levanta cabeza. Han hecho que la ruina del prójimo sea su sueldo mensual y sus pagas extra y su plan de pensiones para un futuro que en realidad no verán, precisamente gracias a su obra de destrucción masiva de toda prosperidad que no lleve el marchamo del made in USA. Por eso, ellos y quienes les pagan, están tan profundamente ocupados en que todo empeore para todos, pero mejore in crescendo para ellos. Parafraseando a Churchill, podríamos asegurar que nunca tantos le debieron su ruina y su sufrimiento a tan pocos.

La naturaleza cósmica es muy inteligente. Y está muy por encima de toda esta cutrísima mediocridad. Y su fuerza energética suscita recursos y capacidades nuevas entre los sufridores de los desastres programados con frialdad de psicópatas.
Para eliminar los sacrificios humanos en Mesopotamia surgió la experiencia de Abraham. Para eliminar la esclavitud llegó Moisés. Para mitigar la barbarie del Imperio Romano nació el cristianismo.Para que las tribus salvajes del desierto se refinasen y abandonasen la brutalidad y la ignorancia surgió el Islam. Para encontrar explicación y remedio al dolor, a la decrepitud y a la muerte surgió el budismo. Para dar sentido a los fenómenos humanos y cósmicos por medio del equilibrio surgió el Tao. Para racionalizar y dominar el instinto llegó la ilustración. Para terminar con la alienación del egoísmo llegó la concepción socialdemócrata de la ciudadanía. Para poner en pie la noviolencia y el valor insuperable de la paz creativa llegó el gandhismo. Para que no volviese a producirse una guerra mundial surgió la ONU. Ahora, para que la destrucción consumista no elimine al hombre del Planeta Tierra, han surgido los indignados. Una ciudadanía planetaria. Cósmica. Una masa crítica llena de lucidez y civismo real. Donde todos tienen un sitio y muchas oportunidades de crecer y desarrollar otro tipo de cultura.

Ayer se presentó en Madrid en un acto cultural una obra importante. Un libro de Rosales y Penella que se titula "Palabras para indignados". Aquí teneis el enlace El humanismo espiritual del 15-M www.publico.es, por si quereis saber más.

Es nuestro tiempo. La indignación como impulso inicial de un nuevo concepto de Sociedad Evolucionaria. Superado ya el patrón revolucionario y destructivo. Ahora se trata de reivindicar la vida, el equilibrio entre los derechos y los deberes humanos, el respeto a la diversidad, el reciclaje, la justicia como amor compasivo e imprescindible, la naturaleza y su fuerza imparable, no para ser explotada, sino para ser cuidada y cooperar con ella, la noviolencia, la bondad natural convertida en motor creativo de la existencia. El bien común como finalidad solidaria. La espiritualidad cotidiana de las cosas concretas, el desapego y la simplicidad humilde de vida como valor profundo y factor de toda felicidad. Lo definen muy bien los autores, como humanismo espiritual. Una fuerza que supera ya al homo religiosus y lo empieza a sustituir por el homo eticus et spiritualis . Las bases de un nuevo mundo donde el espíritu no es un concepto, sino la fuerza que mueve todo. La mística de la bondad verdadera que se convierte en forma de vida, en belleza espontánea y fresca. En el más real de los imperativos categóricos. La realización de la idea kantiana: "Vive de tal modo que tu conducta pueda convertirse en ley universal".
Por fin, la historia humana comienza a pasar página. Y estamos aquí para vivirlo y contarlo. Un privilegio que tantas generaciones soñaron y desearon disfrutar y compartir en paz. Una paz no impuesta a la fuerza para terminar las guerras vergonzosas, Sino la paz como estado personal que permite la tolerancia, el respeto y la convivencia. Y el afecto mutuo, la empatía y la comprensión como resultado.

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