martes, 3 de enero de 2012

¿Volver?

Sólo se vuelve cuando no se ha aprendido nada y hay un vacío por rellenar. Volver es retroceder sobre las propias huellas porque faltan piezas que acoplar, tareas por hacer, pasos que hay que dar y no se dieron en su momento, porque hay miedo al presente y al futuro. Sólo nos hace volver la nostalgia irresistible, la melancolía o el sentido de culpa o de responsabilidad lo mismo que la incapacidad para vivir intensa y felizmente el momento único e irrepetible del presente contínuo. Lo dicho, la tarea que no se completó por falta de interés, de motivos, de dedicación, de amor...y nos deja una desazón, un sentido incompleto de obra inacabada, de arrepentimiento o de falta de perdón. Los regresos son siempre la estela de lo deficiente que ata al pasado, oscurece el presente e impide el futuro. "Los horizontes perdidos no regresan jamás" canta Battiato en una hermosa canción.Una gran verdad muy recomendable, porque esos horizontes perdidos se olvidan suavemente por salud y sentido común. Sin esfuerzo. Se van disolviendo porque pierden realidad y raiz, porque se convierten en un cultivo hidropónico, evanescente e inestable, cuando lo que la vida nos va presentando en la luz del crecimiento supera con creces cualquier tentación morbosa de la memoria. Ese sano ejercicio es liberador de obsesiones y fijaciones patológicas contra ese "a nuestro parecer cualquiera tiempo pasado fue mejor" que Jorge Manrique ya expresaba con el dolor sufriente de la saudade tan básica como enfermiza que aqueja a nuestra especie mientras se niega a sí misma a superar los baches y fallas del terreno madurativo. Hasta que se descubre, que a pesar de todos los pesares, tangos y milongas añadidos, el único tiempo maravillosamente real de que disponemos, es precisamente en el que nos encontramos.

Será por esa percepción por la que los místicos y su poesía nunca desean ni se proponen escapar del momento. El místico descubre un universo atemporal e inespacial, presente infinito, riquísimo de sentido y energía, dentro del mismo tiempo y del mismo espacio. No necesita escapes. Su éxtasis no es una fantasía de la mente ni una alienación, sino la realidad hecha experiencia luminosa, ininterrumpida, tangible, constatable lumícamente, inspirativamente, constructivamente, aún en medio de la mayor opacidad manifiesta. El místico no podría volver aunque lo desease, porque ya no tiene "lugar" ni "momento" para el retroceso. La plenitud no está fragmentada. Y la vida es un haiku en sí misma. Una sucesión inmóvil y minimalista de instantes eternos. Un paisaje diseñado por la verdad simple de la percepción limpia de las cosas y los tiempos. Del ser y su espléndida simplicidad.

Podeis hacer algún ejercicio para ir probando el sabor de esos estados que nos agrandan, nos sanan y nos guían desde dentro reflejados en el entorno. Colaborando al crecimiento del alma. Un ejercicio como puede ser pasear por un jardín, campo, bosque, huerto. Al principio conviene hacer esto en la naturaleza, con la práctica se hace en cualquier circunstancia. Simplemente respirando profundamente ir caminando con la atención puesta en los pasos que se dan, sintiendo el peso del cuerpo apoyarse en la tierra, acariciarla con los pies. Sentir el aire cuando se respira, su caricia en la nariz, en el rostro, en el cuerpo, "beberse" el sol cuando nos acompañe en el paseo o el frescor de la sombra del verano, la lluvia, la nieve, el viento, la brisa o la niebla, si son los compañeros de jornada. El aroma del mar y su murmullo. Observar que en esa intensidad no hay pensamientos casi nunca y si los hay parece que descaifeínan o "profanan" el sagrado momento de la fusión, con sus distracciones asociativas, comparativas, analíticas...Este tipo simple de ejercicio tiene unas propiedades estupendas para relajar, armonizar e integrar nuestros sentidos y la mente, para someterles a la disciplina dulcísima de la inmersión en la profundidad. Es muy parecido a lo que se experimenta buceando, ese abrazo del silencio, de la frescura, de la transparencia de la luz sobre lo oculto que va descubirendo lo insospechado e inimaginable. La maravilla del presente al que nunca es necesario viajar anticipadamente ni regresar, porque es el núcleo de toda experiencia real. Única y fundante de nuestra esencia ontológica. Lo que de verdad nos acompaña y nos va construyendo.
Al contrario que los animales, que tienen madriguera o nido, el despierto, como dice Jesús de Nazareth sobre sí mismo, "no tiene donde reposar la cabeza", es decir no tiene necesidad de dormirse o sea, de vivir soñando irrealidades ni de "volver" a lo que no existe nada más que en el hueco que no ha llenado aún la luz consciente del Ser. Los vivos, siempre presentes y despiertos, no regresan jamás. Como los horizontes perdidos en la nada de lo que no es, porque en realidad, pasó sin ser nada. Lo que ES no pasa. Lo que ES es lo que ERES. Lo que SOY. El único "volver" posible es el Retorno a la esencia. Y la esencia es puro presente dinámico y estatico. La felicidad. Y el amor. Dos siameses inseparables. O sea, uno.

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