miércoles, 18 de enero de 2012

El perogrullo constitucional

¿Qué puede hacer una ciudadanía que desea superar el status rei publicae ( de la gestión social de los asuntos públicos) y está sometida a una carta magna que ya no se ajusta al momento histórico y social que debe afrontar? ¿Qué puede hacer una persona que ha crecido metro y medio y pesa cincuenta kilos más que cuando se compró ropa por última vez, hace 33 años, cuando nació? Está claro que necesita renovar el vestuario completo y revisar la talla de las prendas de vestir. Es nuestro caso constitucional.
Ese documento se elaboró en un contexto completamente distinto. Y hoy sólo quedan realmente aplicables y moral y cívicamente honestos, unos valores teóricos y demasiado evanescentes. Sin embargo, y por eso mismo, falta el nexo que los haga aplicables a la sociedad , a los casos concretos, que presentan el reto más difícil en la actualidad.
Por ejemplo, al definir la figura del rey la constitución le considera no sólo invulnerable, sino terroríficamente "irresponsable" ante cualquier imputación que se pueda hacer a su conducta. Es decir, si al rey no se le puede corregir cuando se equivoca, no se le puede reclamar nada cuando abusa, no se le puede denunciar cuando prevarica o cohecha, ¿en qué sociedad vivimos, en la del antiguo Egipto, donde el faraón era un dios con poderes absolutos gobernando un país de esclavos o en el medievo del Vaticano, donde el papa es infalible e indiscutible haga lo que haga? ¿cómo es posible que nos estemos rigiendo por semejante aberración y nadie diga nada? Sólo la ha podido pensar y consensuar una caterva de "padres de la patria" elegidos por el mismo criterio que eligió al rey en cuestión y que está permitiendo "legalmente"el linchamiento de un magistrado que lucha contra la corrupción, mientras consiente y se beneficia al mismo tiempo de esa misma corrupción que está desmigando los cimientos del Estado de Derecho, el servicio de la política y la ética social. Convirtiendo el país entero en una espantosa cueva de Alí Babá y miles de ladrones que aparecen de repente como setas surgiendo de las esporas de esa "irresponsabilidad" constitucional que desde la corona se extiende, por derecho natural y vacío moral, a toda la clase mandataria, sindicalista, jurídica, gestora de instituciones, etc, etc...Para bien o para mal los paradigmas se contagian y una carta blanca de impunidad para cualquier cargo, se convierte por ósmosis en patente de corso para todos. De modo que si el Jefe del Estado, por el hecho de ser rey se le inhibe de responsabilidad, esa moral laxa se infiltra en el estilo de vida y se justifica en la misma corona que lo representa. De modo que se produce un fenómeno de fusión consuetudinaria entre el representante y los representados, que acaban por asumir como natural e imitable lo que están percibiendo en su representante estatal.

El jefe del Estado no trabaja. Se pasea, viaja y se divierte y además es irresponsable por decreto. Sólo firma, afirmando o negando lo que le dicen que firme. No tiene criterio ético ¿para qué, si tiene prohibido pensar? El Jefe del Estado es una tapadera de los que mueven los hilos del guiñol. Una marioneta real. No puede tomar decisiones y casi mejor que sea así, porque con esa condición de irresponsable oficial podría ser peor aún. Al no haber cambios y permanecer en el cargo de por vida, se produce un abandono natural del crecimiento y de la competencia. De la lucidez y del porqué de su oficio. Se entra en una rutina que se parece cada vez a un absolutismo autista, que a un servicio democrático Pasa igual con los gobiernos, generalmente en la primera legislatura logran hacer bastantes cosas adecuadas, pero si continúan se degradan y se deterioran porque el poder aísla de la realidad diaria que se pretende gobernar. El rey está en ese papel durante toda su vida ¿qué sentido tiene su figura? Ninguno. Solamente un gasto descomunal para el presupuesto de los fondos públicos. Es como un IVA a cadena perpetua que los ciudadanos ya no desean mantener en medio de una crisis tremenda. Con el agravante de ese sutil "contagio" paradigmático de desvalorización y abandono que produce un ejemplo de vida inútil, parásita, subvencionada por todos, y además, "irresponsable" constitucional. Una perogrullada que los españoles, más pronto que tarde, acabarán eliminando del texto de la carta magna. Los pésimos ejemplos pasan factura en las familias, en las escuelas y en los gobiernos de los pueblos. Como en el PP de Valencia, donde ha ocurrido idéntico fenómeno de fusión entre el populismo demagógico e irresponsable, del gobierno autonómico y las peores inclinaciones de la idiosincrasia valenciana, con el resultado de ruina y bono-basura de una de las comunidades autónomas más ricas y prósperas del País.
Si no queremos que toda España se convierta en esta Valencia podrida hasta los fondillos, habrá que reescribir la constitución, para poder salvar lo que queda de decencia antes de que esto se hunda por completo. Y que la perogrullada real pase a la historia de una transición interminable como un cuento de nunca acabar.

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