sábado, 7 de enero de 2012

El gozo de la libertad

Hay una leyenda negra sobre la libertad. No le falta razón, pero es insuficiente. Me explico. La libertad ha sido durante milenios un tabú y una necesidad. Un tesoro y un calvario. Un don divino y un infierno.
El hombre nace esclavo y su trabajo, a lo largo de la vida, consiste en llegar a ser libre verdaderamente. Sin embargo las oscilaciones de la cultura humana nos han confundido a lo largo del tiempo. Primero, la libertad era un privilegio de los fuertes y poderosos. Luego, una vez eliminado el tabú clasista por las revoluciones de la Ilustración, la libertad era, y es todavía, un derecho espontáneo, por nacimiento, inherente a la misma condición humana. Ni lo uno ni lo otro nos han demostrado en la práctica la verdad de tales afirmaciones, sino todo lo contrario.

Ni la libertad es un privilegio del poder, porque todo "poderoso", demuestra que necesita acumular poder para protegerse de sus miedos inconfesables y por eso no es libre en absoluto, ni la libertad es un "derecho" a priori, regalado con la vida orgánica, sino un logro de la evolución personal.

A la libertad se le ha cantado, rimado, pensado y regulado, culpabilizado y condenado. Hasta se combate y se asesina creyendo reivindicarla y adquirirla. Pero todavía no es el modus vivendi del hombre. Lo que llamamos "mundo libre" es esclavo del consumo, de la avidez, del dogmatismo, de las programaciones autómatas, de la necesidad, del engaño, de la enfermedad, de la muerte y del miedo en general. La libertad no se puede comprar ni se hereda ni se contagia ni se copia. No se adquiere. Se llega a ella desde dentro, a través de un periplo intenso y progresivo por crecimiento y maduración de la conciencia elemental y sus bases que son una mente sana y unas emociones equilibradas que favorezcan el nacimiento del alma y su posterior unidad indisoluble con el espíritu: el matrimonio cósmico o bodas alquímicas. Sólo en ese punto se encuentra el tesoro de la libertad real que nos hace descubrir nuestro linaje eterno. Y es en ese estado cuando ya ningún tabú "natural" nos puede esclavizar. La libertad no es una causa, sino un efecto. Una consecuencia de la iluminación interna.

¿Qué efectos produce en nosotros? Lo primero, una alegría serena y constante. Una sonrisa búdica. Una luz delicada y limpia que nos permite ver el camino, incluso cuando parece que el camino no existe. Después, llegan las confirmaciones de esa certeza, que no es una creencia ni una idea que nos separe de los demás y que haya que defender "contra" lo que no se ve igual. Es decir, la libertad nos confiere la tolerancia y el respeto, unidos a la fluidez de la verdad sin preceptos ni apologías innecesarias, la verdad simple de lo que tenemos delante en todo su esplendor. Un toque zen espontáneo y revelador, sin esfuerzos, explicaciones ni violencias mentales. Una comprensión lúcida per se. Que se basta a sí misma. La libertad es la clave para el estado de fusión real con lo universal y lo particular, sabiendo valorar ambos planos diversos y dedicar a cada uno la calidad y la intensidad apropiadas. Saber que es tan importante lo uno como lo otro pero sin confundir entre sí las distintas vibraciones de ambos. Por ejemplo, en el terreno de los sentimientos y del amor, en concreto, es importantísimo el papel de la libertad que siempre es responsable de sí. De modo que un ser libre es capaz de amar a su pareja distinguiendo perfectamente ese amor del amor a sus hijos, a sus padres, a sus amigos, a sus maestros, y alumnos, a su patria y a la naturaleza, a los animales, a las plantas. Todo es amor, desde luego, pero la libertad real nos permite graduar su escala y su dedicación.
Nada que ver con "el amor libre" que durante los años hippies era el pan de cada día, revolviendo en las comunas Roma con Santiago o el tocino con la velocidad. Aquello era, simplemente, y por debajo del "amor universal", sexo promiscuo que llevó al caos a una generación entera de niños sin padre o sin madre, aunque hijos "de todos", huérfanos de amor responsable y práctico, capaz de educar y transmitir valores, además de humores saguíneos de marihuana, hachís o LSD. Ha sido ese tono vital el que nos ha llevado al estado actual de la sociedad. Búsqueda del placer absoluto e irreal, sacrificando el crecimiento de la conciencia y del alma, de la ética y del trabajo interno, y por lo tanto bloqueando el contacto y los canales de la iluminación de nuestro yo, por el espiritu. A esto hemos llegado. A la aniquilación de la democracia y de la "libertad" a favor del miedo y de la angustia, justo de aquello de lo que se trataba de huir a base de sustancias aligeradoras de estados críticos, por la vía de la escapatoria provisional y siempre paupérrima. Y cómo no, buscando la "libertad", hemos fabricado la jaula planetaria de la miseria esclavizante.

La gran lección que vivimos hoy tiene el sentido de despertarnos y de indicar que la libertad está aún por descubrir y crecer y que no es la rebeldía sino la inteligencia emocional el camino para hacerla nacer en nosotros y convertrise en bien común.
La libertad permite seguir amando a las personas, hasta cuando es imposible convivir con ellas. A seguir valorando todo lo bueno que tienen aunque lo menos bueno no permita la cooperación directa. A poner por encima de los prejuicios la luz de la verdad sencilla de lo evidente. Sin exclusiones ni añadidos. A no maquinar dobles y triples explicaciones para hacer insufrible una experiencia natural. La libertad quita y hace innecesarias las máscaras que se usan para esconder lo que tememos que se descubra de nosotros, porque consideramos el mundo y la vida como una amenaza y no como un regalo y una oportunidad para liberarnos de cadenas genéticas y ancestrales. La libertad nos permite comprender la ley de la afinidad, que no es un apego ansioso a lo que nos gusta o nos "atrae" visceral u obsesivamente, sino aquello que nos reúne espontaneamente y sin buscarlo, con aquello que presenta un mismo tejido existencial. Por ejemplo, los pensamientos negativos atraen lo que más tememos y los pensamientos positivos, lo que nos libera y enriquece. Y nos permite elegir qué tipo de experiencia consciente queremos atravesar. Y como atravesarla.

La libertad real es como el canto íntimo de un pájaro que trina en el silencio del ser. Como un resplandor que jamás se apaga, aunque se apaguen nuestros motivos externos para seguir despiertos. La libertad es el perfume de la verdad y la compañía del amor inextinguible. Es tan fresca como una gota de rocío y tan pura como el beso de un ángel. Tan ardiente y apasionada como un sol, tan humilde como una luna y tan dulce como una sonrisa en paz. La libertad es la felicidad inexplicable aceptando con inteligencia y sutileza cada golpe inesperado de la vida.
La libertad, como la inocencia, no nace con nuestro cuerpo físico sino con la fusión del alma y del espíritu.

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