viernes, 15 de julio de 2011

Piérdete si quieres, pero piérdete bien

Durante mi vida he tenido ocasión de conocer modos, estados y modas, que han marcado el paso de la sociedad humana. De la rigidez de los 50, al despertar de los sesenta, al mundo caótico y desquiciado de los 70, a la ambición estrambótica y neurótica de los 80, a la vulgaridad repetitiva y miedosa de los 90 y al vacío enloquecido del inicio del nuevo milenio. Una colección de motivos más que suficientes para crear en el fondo desvalorizado de la humanidad un deseo difuso y urgente de huída, de "perderse" y buscar salidas imprevistas a la moral del tedio, a la rutina del consumo, al aburrimiento supremo, de escapar de lo "normal", entendiendo como normal, lo consuetudinario, no lo armónico, lo que se rige por la norma del equilibrio.

En el fondo de este paradigma pesado y hueco, lo que está en juego es la supervivencia del trascender o en su defecto, la liturgia del exterminio autopropulsado. El hombre es un "animal social" según Aristóteles, pero aún no ha conseguido ni ha aprendido lo suficiente para construirse mientras inventa una sociedad constructiva. Más bien, en su inmadurez secular, que se arrastra como una enfermedad recidivante sin pronóstico favorable de curación, se envuelve y se enreda en su propio detritus tratando de encontrar una justificación que le tranquilice, ante su torpeza y su comodidad. De tal modo que cuando un humano consigue alcanzar la simple categoría de humano, se le considera un héroe, un genio, un sabio, un santo. Y es ese tic admirativo y bloqueante lo que diluye las posibilidades personales de cada individuo. De modo que hasta cuando un ser iluminado, como en el caso de Jesucristo, trata de explicar a la humanidad que ella misma es parte de Dios, primero se le crucifica y luego se le aisla como "Dios", se le ningunea como hombre y se le adora como una excepción milagrosa y mágica. Como un ejemplo lejanísimo y tan raro al que nunca se podrá llegar, aunque se le contemple como modelo. No se han percatado de que Jesús nunca invitó a nadie a imitarle, sino a acompañarle. Cuando acompañas a alguien, se produce un intercambio de energía. Cuando lo imitas o le obedeces como un autómata, se produce una inercia que vacía de contenido al imitador y no aporta nada al copiado, en todo caso, si está poco evolucionado, le puede producir enojo o vanidad, o ambas cosas. La "imitación" es un desastre porque anula al imitador. Lo empobrece y le priva de la misión única que la evolución -el plan de la creación- le ha dado como objetivo y cuyo camino es su felicidad y el sentido de su vida. Ese objetivo es aportar, aunque sea en lo más humilde e invisible, un trozo, un fragmento de realidad nueva que enriquezca y mejore la vida, el entorno, a sus congéneres y a sí mismo. No es nada cuantitativo, aunque no lo excluye. Sino una vibración personal positiva y luminosa, despojada de "importancia", porque simplemente es esencia. Esto se descubre con la paciente práctica de "acompañarse" y a la vez profundizando en el silencio interior. Dicho así suena a rareza y a cosa poco asequible, pero en realidad se puede enseñar en casa y en la escuela a los niños, siempre que los padres y maestros estén en la onda del crecimiento personal y del encuentro con el Absoluto -que nada tiene que ver con el absolutismo y el fanatismo sectario con que se comportan la mayoría de las religiones, al estar gobernadas por individuos que no han alcanzado un estado de liberación, enredados en el poder y en el controlar- .

Por supuesto que espiritualidad no significa religiosidad, sino que a veces la religiosidad y el apego acrítico y gregario al dogma religioso, priva al hombre de llegar al encuentro, íntimo y personalizado, con la transcendencia, con eso que llamamos divinidad y que es nuestra sustancia última y básica, por la que existimos y alcanzamos la posibilidad de la conciencia y del alma, que sólo se realizan en la fusión con el Espíritu. Algo que no sólo no es ajeno a la materia, sino que le da vida y la sostiene, la impulsa a evolucionar y la perfecciona hacia la sutileza. Pero...es ahí donde el hombre suele "perderse", porque intenta apoderarse de y aprisionar la fuerza del Espíritu y encerrarla en la materia para hacerla poderosa sin que se produzca su mejora, su avance, su perfección. Eso no sólo es imposible, sino que además enloquece la mente humana, la distorsiona y la deja inválida para el camino. Eso es la magia. La "magia" es manipulación. Ahí perece el camino esotérico y se llega al pantano del vacío, de donde es muy difícil salir, porque el "mago" siempre quiere "más" pero no sabe de "qué". Ha conseguido poderes y fuerza, pero ha perdido la senda del Espíritu que es su esencia real. Cree que es libre porque no obedece a ningún credo y utiliza todos para salirse con la suya. Ha ganado el mundo, pero ha perdido su alma y por eso su vida real. Por eso sigue atado a los deseos y a los vicios que quiere convertir en virtud y en negocio rentable, sin comprender que no se trata de "moral" como objetivo, sino como medicina para su curación. Y que sus necesidades viciosas no se curarán por la privación neurotizante, por la virtud falsa y forzada, sino por la humilde y flexible entrega a la Fuerza Divina del Espíritu. Eso se puede realizar en cualquier religión o camino de práctica consciente vivido con total limpieza y abandono. Eso sí que es "perderse" de verdad. Abandonar la vía cómoda del capricho, del control sobre las cosas y las personas. Acoger el presente con un "amén" y el futuro con un "aleluya", como decía Arrupe, un despierto y por eso un sabio espiritual. Por supuesto que no es necesario ni ser jesuíta ni católico como él, para llegar a ese estado. Los lamas avanzados, los budistas zen auténticos, los taoistas honestos y puros, los sufís verdaderos, o sea, los que han aprendido a trascender el folklore, la imagen y la cantinela, no sólo a danzar y a leer poesías, sino aquellos que ya son danza y verso en Dios, lo mismo que los cristianos limpios de corazón, humildes, amorosos y justos con el prójimo, también tienen idéntica experiencia.

En resumen, si quieres perderte, no huyas, afronta tu historia personal, por muy dura que sea, sin buscar culpables ni acusar a nadie porque lo que tenemos es el resultado de lo que hacemos, de lo que pensamos y sentimos. Y no te empeñes en "perderte" con tu ego para "liberarte de tus limitaciones" porque él nunca te dejará ser libre. Ni perderte de verdad. Incluso para tratar de librarte de él, puede que caigas en las adicciones de la droga, del alcohol, del dinero, del poder, y del sexo mecánico. Él, sencillamente, acabará contigo. Es el enemigo más cruel y engañoso, que ha nacido contigo para que librándote de él, alcances la vida eterna y la libertad de los hijos de Dios. El ego es el belcebú probador que te juzga y te condena a cadena perpetua y a la pena de muerte. Y lo reconocerás porque su caldo de cultivo es la mentira.

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