Aquí la semilla...
Juan Carlos de Borbón está chuleando a Felipe VI y al pueblo español

Está pasando lo que tenía que pasar. Juan Carlos de Borbón, como explicó insuperablemente Carolina Bescansa en “Contra la Monarquía”, ha ejercido las funciones que tiene constitucionalmente encomendadas La Corona de manera incalificable. Pero las Cortes Generales, que es el único órgano constitucional con legitimidad para hacer una investigación sobre su conducta durante toda su ejecutoria, se ha negado en todo momento a ponerla en marcha.
Ante la pasividad del representante del pueblo español, en el que reside la soberanía nacional, el “estado profundo” ha actuado para poner fin a cualquier responsabilidad que pudiera exigírsele a Juan Carlos I ante los tribunales de justicia, desmintiendo una vez más, por si hacía falta, que la justicia no es igual para todos, por no decir que, cuando se ve afectada una persona como él, se aproxima a la calificación que de ella hizo Pedro Pacheco.
Una vez concluida esta tarea, las Cortes Generales han dado un paso más, permitiendo que Juan Carlos de Borbón continúe usando el título de rey con carácter honorífico, mantenga el tratamiento de “majestad” y haya pasado a ser Capitán General de las Fuerzas Armadas en la reserva y que, a pesar de ello, pueda establecer su residencia fuera del territorio del Estado español y dejar de ser contribuyente ante la Hacienda Pública.
Esto es abiertamente anticonstitucional. Una persona que continúa usando el título de Rey, aunque sea con carácter honorífico, que mantiene el tratamiento de “majestad” y que continúa siendo Capitán General de las Fuerzas Armadas, aunque sea en la reserva, no puede establecer su residencia fuera del territorio del Estado ni sustraerse unilateralmente a sus obligaciones tributarias. Juan Carlos de Borbón no ha pasado a ser un ciudadano español más, como lo somos todos los demás y, en consecuencia, su posición jurídica no le permite hacer lo que está haciendo. O renuncia de manera real y efectiva al título de rey, a la condición de “majestad” y de Capitán General de las Fuerzas Armadas o no puede no ya establecer su residencia fuera del territorio del Estado, sino ni siquiera “entrar y salir libremente” de España.
Juan Carlos necesitaría autorización de las Cortes Generales para poder hacerlo. Los demás ciudadanos podemos ejercer el derecho reconocido en el artículo 19 de la Constitución de la manera que nos parezca apropiada. Él no puede. Porque no es un ciudadano más, sino que tiene un estatus jurídico distinto y único para él. El principio de igualdad no le es de aplicación.
Ante la inacción de Felipe VI y de las Cortes Generales está pasando, como decía al comienzo del artículo, lo que tenía que pasar. Está chuleando a Felipe VI y a las Cortes Generales, es decir, a todo el pueblo español en ellas representado.
La acción de chulear es definida en el diccionario de la RAE como “acción indecorosa, propia de gente de mala educación o ruin condición”. Me parece perfecta para definir las andanzas del rey emérito.
Ni el rey ni las Cortes pueden tolerar que esa conducta se mantenga. La falta de respeto a la Jefatura del Estado y al órgano en el que reside la soberanía nacional no es tolerable en ningún Estado democráticamente constituido. Y menos cuando dicha falta de respeto viene de quien ha tenido y sigue teniendo una posición de privilegio.
...Y aquí la cosecha
“Estoy hasta los cojones de todos nosotros”

Estoy harto de las batallas de la izquierda. Harto de ver cómo se destruye a sí misma, una y otra y otra vez, en guerras fratricidas, suicidios colectivos, asesinatos cainitas. Harto de los puñales por la espalda, los disparos al pie, los tiros en la cabeza. Harto del fuego cruzado a través de la prensa entre quienes tendrían que sentarse en una mesa a solucionar sus diferencias. Harto de la irresponsabilidad de los dirigentes que se dan de navajazos en los medios para ganar una pelea callejera en la que pierde la calle y pierden a la calle. Por culpa de los botellazos que se repartieron antes del pacto de los botellines, Izquierda Unida y Podemos se dejaron más de 1 millón de votos en las elecciones. Porque la gente se harta de ver cómo están más a sus cosas de partido que a las nuestras.
Yolanda Díaz lo sabe, lo dijo en Lo de Évole, pero no se aplicó el cuento. Se aplicó a lo contrario, a seguir el combate. Dijo que no se puede buscar la unidad a tortas como hace Podemos porque eso deprime al electorado y luego se dedicó a deprimir al electorado repartiéndole a Podemos con la mano abierta, pero no tendida. Las preguntas de Évole tampoco ayudaron porque más que “Lo de Yolanda Díaz” el programa pareció “Lo de Pablo Iglesias”. Pero si la candidata de Sumar hubiera ido a tender puentes, no los hubiera quemado casi todos. Fue a fijar posiciones. A clavar su bandera. A seguir la guerra. Ya lo dijo ella misma: es una negociadora durísima. Está debilitando a su rival para negociar con ventaja.
El domingo, Yolanda Díaz ensanchó la herida, y el lunes, Pablo Iglesias metió la mano entera. Dijo que la unidad sigue siendo necesaria pero que está aún más lejos después de una entrevista que demostró que Sumar y Podemos son proyectos distintos. En la entrevista, Yolanda Díaz apoyó al Sáhara frente a Sánchez, llamó dictadura a Marruecos y pidió la dimisión de Marlaska por Melilla. No se ven diferencias tan grandes, pero la nueva campaña de Podemos es que Díaz o Garzón se ponen de medio lado con la OTAN y Belarra y Montero no se callan. Sin embargo, Iglesias tuvo que callarse cuando era vicepresidente, como reconoció cuando salió del Gobierno. Así que el ex vicepresidente está haciendo lo mismo que la vicepresidenta: marcar posiciones en el frente de una negociación a tiros.
Lo ha escrito él mismo en su artículo en CTXT, Ione Belarra le ha pedido que sea el partisano en los medios. A la vista de su dedicación al tiroteo, diría que él también se ha ofrecido para el puesto. Es su reconocimiento de por qué se ha tirado al monte y no hace prisioneros. La buena noticia es que quieren negociar aunque no lo parezca. La mala noticia es que antes van a librar esta guerra para ver quién es más fuerte antes de llegar a la mesa. El problema son las bajas de votantes que caerán en esta carnicería. La izquierda es tan tozuda y obtusa que quiere ganar esta batalla aunque pierda la guerra. Lo importante es tener razón aunque no tengas votos. Ganar por eliminación, no por acumulación. Aniquilar al otro antes que asimilarlo. Vencerlo antes que convencerlo. La izquierda se comporta como derecha —intransigente, implacable, inmisericorde— cuando coge el fusil y la guerrera.
La primera víctima de la guerra es la verdad. No es verdad que Podemos y Sumar sean muy distintos. Quince formaciones de la izquierda, incluida la mayor parte de Unidas Podemos, están en Sumar. Podemos quiere unirse pero no integrarse porque cree que se desintegrará, como algunos creían que IU se desintegraría en Unidas Podemos. Se trata de lo mismo. Una lucha por la hegemonía disfrazada de lucha por la ideología. El riesgo de prolongar mucho esta guerra abierta es que perderá la izquierda y perderá la gente. Como escribió Iglesias, “no sé en qué va ayudar a que Ada Colau revalide la alcaldía”. Él se refería a las “hostias” que le dio Yolanda Díaz, pero se puede aplicar también a las suyas.
No ayuda llamar “miserable” a la vicepresidenta ni ayuda que ella se ponga de perfil cuando le preguntan si va a apoyar a Unidas Podemos en las municipales y autonómicas. No ayudan la guerra de guerrillas en las redes ni los periodistas que cavan trincheras en sus tribunas de prensa. No ayuda nadie que continúe esta bronca nefasta en la que se puede perder mucho: desde los avances sociales y económicos hasta la próxima ley de vivienda. No ayudáis, colegas. Somos muchos los que nos sentimos como Estanislao Figueras, primer presidente de la I República, cuando se hartó de la imposibilidad de llegar a un acuerdo y dicen que dijo (la frase es probablemente apócrifa): “Señores, les seré franco, estoy hasta los cojones de todos nosotros”. Después, cogió un tren y se exilió en Francia. Ahora ni París nos queda.

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